El pasado 4 de julio daba comienzo la 47 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro que, a lo largo de todo el mes, deleitó a todos los asistentes con su variado repertorio.

Quisiera comenzar con dos apuntes reseñables, a modo introductorio, antes de tratar otras cuestiones: lo primero es que el Premio Corral de Comedias este año ha recaído, muy merecidamente, sobre el grandísimo Rafael Álvarez, el Brujo. Y, lo segundo, que la artista Coco Dávez ha sido la encargada de elaborar la imagen publicitaria, en la que reúne, con su estilo colorido y desenfadado, a Lope, Ana Caro de Mallén, Quevedo, santa Teresa de Jesús, Cervantes y sor Juana Inés de la Cruz: un diseño formidable que aúna lo clásico y lo moderno.

Como cada año, un sinfín de obras representadas en los múltiples espacios nos dieron la mano para acompañarnos en el mágico viaje que nos regala el teatro. Y, dentro de todos ellos, un espacio por excelencia: el corral de comedias. Es aquí donde la máquina del tiempo se pone en funcionamiento y nos visualizamos dentro del contexto de lo que acontece, formando parte de la fiesta que es la representación.

Los palcos, los aposentos y las celosías tras los que se encontraban las gentes más pudientes, las buhardillas desde donde miran los estudiantes, la cazuela que se reserva para las mujeres, el patio de mosqueteros para el pueblo llano. Algarabía, duelos, jolgorio, vocerío, hidromiel, orines. Es posible verlo todo, nítido. La compañía Teatro a Bocajarro tiene una representación ligera un poco a modo de visita guiada (o teatralizada, en este caso), El arte de ser comediante. Echando mano de la farsa de la espontaneidad, lo que comienza como una exposición de los datos más interés acerca del corral de comedias de Almagro y el teatro de los Siglos de Oro, deriva en una obra improvisada que justifican según la marcha y para la que hacen partícipe al público. Asistimos pues a un ejercicio de teatro dentro del teatro, lo que viene a ser metaliteratura en toda regla.

Viéndolos actuar en una locura de analepsis y prolepsis que una y otra vez enlazan la realidad del momento con lo ficticio de siglos atrás, no dejo de pensar que eso es la literatura: el eterno diálogo a través del tiempo, el palimpsesto sobre el que se reescribe una y otra vez. Y lo que sucederá más adelante reforzará mis pensamientos.

En un momento de la representación, mientras ensayan la obra secundaria, prueban con una alegre melodía en la que se alude, como parte de la letra, a la Baltasara. Es entonces cuando una de las actrices sufre un trastorno que la lleva momentáneamente a manifestar unas palabras propias de un diálogo inconexo que nada tiene que ver con lo anterior. Resumiendo, esto se debe a una especie de invocación gracias a lo cual la Baltasara se expresa a través de la joven. Los enredos entre los aspirantes siguen, pero comienzan a sucederse episodios de posesión en los que cobran vida no solo la Baltasara, sino también Juan Rana e incluyo el mismísimo Lope.

Se trata de una obra amena y divertida, capaz de enhebrar con soltura a nuestros días los hijos por los que penden los clásicos. No me cabe duda de que todos aquellos autores estarían orgullosos de saberse traídos a colación para sus obras por esas jóvenes promesas que fundamentan lo que hacen en lo que aquellos hicieron.

Todos estos años de asistir al Festival de Almagro no solo han sido un deleite para el espíritu, sino que también han permitido la difusión de conocimientos de la mejor de las maneras. Ha sido aquí donde hemos sabido quiénes son la Baltasara y Juan Rana o, lo que viene a ser lo mismo, Cosme Pérez.

Ana Martínez, conocida como la Baltasara (aunque también se la nombra como Ana Ruiz o Francisca Baltasara), fue una de las grandes actrices del siglo XVII, de esas pocas que se pusieron el mundo por montera para enfrentarse a un mundo de hombres. De las muy pocas actrices cuyo nombre haya llegado a nuestros días, aplaudida hasta la saciedad, llenaba teatros con solo anunciar su nombre; los autores escribían papeles expresamente para ser representados por ella. Era tal su belleza y donaire que así rezaban las coplillas populares: “Todo lo tiene bueno la Baltasara. Todo lo tiene bueno, también la cara”. Pero en esta sociedad de doble moral, tan aclamada era como sometida a escarnio, señalando una supuesta vida licenciosa por su condición histriónica. Sin embargo, no por ello renunciaría a ser la única dueña de su destino.

Encontrándose en mitad de una representación, en el corral de la Olivera (Valencia), de manera repentina, sin mediar explicación alguna, abandona el escenario para no subirse ya nunca más. Tras esto, se refugia en una cueva dedicada a san Juan Bautista, en Cartagena, donde vivirá ya hasta el fin de sus días ocupada solo en llevar una vida contemplativa de penitencia, meditación y soledad, sin aducir nunca a sus motivos. Como dato de índole paranormal, se dice que el día de su muerte doblaron las campanas sin mediación humana. Años más tarde, los dramaturgos Luis Vélez de Guevara, Francisco de Rojas Zorrilla y Antonio Coello escribieron una obra dedicada a la actriz con el objeto de despertar la curiosidad del público ante unos hechos tan insólitos y de nuevo llenar los escenarios.

En 2018 nos contaron esta, su historia, el director Chani Martín, sobre el texto de Inma Chacón, con la actriz Pepa Zaragoza como protagonista. Una puesta en escena magistral resultó ser el mejor de los homenajes para una actriz que se dejó la piel viviendo otras vidas que no eran la suya, traída de nuevo a nosotros no solo para recordarla, sino también para remover conciencias.

Por otro lado, Cosme Pérez tuvo su momento en 2019, con Toni Misó interpretando el papel del cómico, en la dirección de Héctor de Saz Navarro sobre el texto de José Sanchís Sinisterra.

Juan Rana fue un personaje al que muchos autores recurrían para sus obras por ser un fantoche, un bufón, un bobalicón sobre el que recaían siempre los golpes y que aseguraba las carcajadas. Durante cerca de cuarenta años el actor Cosme Pérez dio vida a este pobre diablo; aunque hubo otros actores, el público no quería ver a nadie más sobre las tablas. Fue tal la mímesis, que ya no había distinción entre la persona y el personaje. El actor, en un tono solemne, en la soledad de un viejo decorado, se lamenta de la que ha sido su vida: un éxito del que reniega le ha impedido ser otra persona, actuar en otras obras. Vivir encadenado a Juan Rana, piel con piel, hasta el punto de que, aun siendo un octogenario, en las representaciones para palacio es manteado y dejado caer, siendo así objeto de mofas y burlas. Nadie ve al hombre que padece.

Al año siguiente, la compañía Ron Lalá echó de nuevo mano de Juan Rana para mostrarnos algunos ejemplos de lo que era el personaje en escena. Una obra que, en esta ocasión, se centra en lo cómico del papel creado por tantos autores, muy divertida y amenizada por contagiosas cancioncillas.

Volver a Almagro es siempre una experiencia enriquecedora, reconfortante, deliciosa. Es un viaje en el tiempo, la comunión de lo sagrado y lo profano, es descubrir cosas nuevas. Es ilusión y magia. El pelo a flor de piel. Lope, Quevedo, Calderón, María de Zayas y tantos otros al alcance de la mano.Es emocionarse.

Ortega y Gasset se pregunta dónde reside el sabor de la manzana, si en ella o en nuestro paladar, para concluir que se halla en la unión de ambos, del objeto con el sujeto. Esto es lo que sucede con la literatura: nos sentimos identificados en ella, reflejados. “El poeta siempre nos plagia”.

Esperamos con fervor la llegada del Festival y las sorpresas fabulosas que seguro nos aguardan en la próxima edición.