No. Todavía no me gusta el show de medio tiempo de Kendrick Lamar. Aunque estuve ese día frente a la pantalla y vi casi los 13 minutos, no me gustó. Entiendo que captó la atención de millones de personas: el Super Bowl es un espectáculo de impacto global, el show de medio tiempo debe estar a la altura. Sin embargo, no fue de mi gusto. Afirmar esto no conlleva a que piense que es malo: ni siquiera me interesa entrar en ese debate, no cuento con las herramientas o los conocimientos para tal juicio. Por eso me sorprendió el tuit de la escritora mexicana Dahlia de la Cerda: “...si no te gustó el show de Kendrick Lamar, es porque eres racista”. ¿Lo soy?, me alcancé a preguntar. “¿Por qué te incomoda un espectáculo con contenido político antirracista?”, dice en otra parte. ¿Me hizo sentir incómodo?, me interrogué también.

Considero que el gusto por la presentación del rapero de Compton, California, no implica una lectura o entendimiento del “contenido político antirracista”, y tampoco es necesario tenerlo para disfrutar. Mi nacionalismo ruso es pobrísimo, más disfruto la Obertura 1812, Op. 49, de Chaikovski. Yo poco sabía de Hamlet cuando vi El rey león de Disney las primeras veinte veces, y me gustó. ¿Todos saben del cristianismo presente en Las crónicas de Narnia antes de ver las películas o leer los libros?

El gusto o desagrado por una pieza artística, sea la que sea, no siempre está mediada por un análisis de su calidad técnica. Decir que algo no me gusta no es igual a que sea malo en su categoría. La crítica y el análisis van más allá del gusto: hay grandes películas que no son las favoritas de quienes se dedican a reseñar o hacer cine, por ejemplo. A mí me encanta Watchmen de Zack Snyder, la considero una de mis películas favoritas, pero eso no la hace mejor que Goodfellas de Scorsese o No Country for Old Men de los hermanos Coen.

No todos contamos con la herramientas necesarias para ver todo el discurso que el artista propone. Sé que varias personas sí identificaron la complejidad del show de Kendrick Lamar en su totalidad. No obstante, verla no es una obligación, es una posibilidad. Leí dos textos que analizaban la presentación para entender un poco más del contexto y lo dicho ahí. Aún así, no voy a volver a verla.

Quizás algo similar me sucedió con el álbum de Bad Bunny, DeBÍ TiRAR MáS FOTos (2025), reseñado hasta el agotamiento en reels, textos, tuits y más: hablan de su calidad musical y su mensaje, de los intereses musical y político expuestos allí. No soy un fanático del artista puertorriqueño, poco o nada lo he escuchado por mi propia voluntad antes. No he querido descubrir qué tan ciertas o no son las afirmaciones positivas al disco, no me interesa hacerlo.

Surge aquí un problema adicional y es el del “deber ser” con el arte: esa línea férrea de lo que debes leer, escuchar, probar o decir para alinearte con los estándares culturales. Estándares que vienen de varias direcciones: de la alta cultura (que se considera intelectual), los de la comercial (de las grandes cifras en ventas) y la opositora (que puede ir contra cualquiera de las dos anteriores). A partir de la experiencia propia, podría cada uno pensar en dónde poner determinado libro, álbum, obra de teatro, así como a las personas que conocemos. Mi postura es que de las tres hay algo que explotar, que de las tres se puede elegir y de las tres se puede rechazar.

Incluso, de las tres se puede llegar a no tener una opinión concreta, ¿qué obliga a que la tengamos? Salvo que nuestras palabras nos aten, podemos pasar sin inclinar la balanza: yo no vi Emilia Pérez y pocas ganas tengo de verla. Ojalá la discusión sobre la cinta de Jacques Audiard se mantenga y las posturas ofrezcan buenos argumentos. Yo me sentaré en el palco, con palomitas, viendo el intercambio de ganchos y uppercuts.

El tiempo también nos permite entender a qué pelea entramos: mis tres anteriores textos son una crítica a una canción de reggaetón, un comentario a las adaptaciones audiovisuales de libros o cómics, y una reflexión sobre la importancia de los murales que defienden a las mujeres que buscan a sus familiares desaparecidos. En los tres, traté cuanto pude de evitar hablar desde el gusto y centrarme en los argumentos para atraer el interés del lector a los temas que considero valen la pena discutir.

Y aquí está la parte que falta: los temas por sí mismos no atraen siempre a las personas a la discusión. A veces se necesitan textos o comentarios adicionales para entender o alentar a los potenciales participantes. Lo que sí considero un error es obligar o sermonear o coaccionar; elementos que parecen comunes a los tres estándares culturales que mencioné. Eso me gusta menos que el show de Kendrick Lamar; eso sí lo detesto.