I want someone to tell me what to wear every morning. I want someone to tell me what to eat. What to like, what to hate, what to rage about, what to listen to, what band to like, what to buy tickets for, what to joke about, what not to joke about. I want someone to tell me what to believe in, who to vote for, and who to love, and how to tell them. I just think I want someone to tell me how to live my life, Father, because so far I think I’ve been getting it wrong.
(Fleabag)
Si pudiera viajar en el tiempo, llevaría conmigo lo necesario para proyectar Fleabag a mi madre y mi abuela en su juventud. Tal vez no habría ninguna moraleja, mirarían alrededor extrañadas con una sensación ácida de haber perdido su tiempo. No habrían aprendido cómo hacer mejor las cosas, y tiempo después, tal vez, se darían cuenta de qué esa era la lección.
Considerando las producciones audiovisuales y cinematográficas del último lustro, la influencia temática del discurso feminista contemporáneo es innegable. Mediáticamente aludiendo a las figuras de las heroínas, la resiliencia, el body positive, el empoderamiento, y otros tantos términos resignificados o emergentes, el discurso difundido tiene muchas tonalidades optimistas. Sin profundizar en una crítica a este fenómeno, solo puedo mencionar que, en ciertos niveles, este lenguaje resulta también abrumador y exigente, como si desechar siglos de normativas entrañables pudiera hacerse en un segundo.
Fleabag está lejos de ser una oda feminista contemporánea, no hay un elogio a la feminidad ni una denuncia clara de la raíz de los problemas que envuelven a la protagonista. Lo que sí hay es un relato brutalmente honesto de una mujer joven y humanamente imperfecta. Y esa historia también la necesitamos.
El nombre de la serie -traducido como “saco de pulgas”- es también supuestamente el nombre de la protagonista, aunque no se menciona en ningún momento. No se le nombra y sin embargo no se siente la falta, porque la intimidad y complicidad a la que nos comprometimos con ella es absoluta.
Fleabag se presenta a sí misma inicialmente como este ser humano insolente que poca intención tiene de tomarse la vida con seriedad. Y es que, como develará lentamente su historia, la evasión es su único mecanismo de sobrevivencia.
La vida cotidiana de una treintañera que parece no tener mucho qué ofrecernos nos harán un hoyo en el corazón mientras nos acercamos más a ese rincón escondido. Los planos de la directora son llevados por seres humanos que intentan dar sentido arduamente al transcurso de los días. Es una crónica desbordada de humor negro, absurdidad, rabia y desesperación, todo acomodado entre risas y caos. Mientras atestiguamos un vacío en el interés por la vida de esta joven desanimada, aunque no melancólica, de repente comienza a hablarnos, mirándonos directamente a los ojos.
Presenciamos así, desde muy cerca, el mundo intoxicante que la rodea: una relación intermitente, un padre dado por vencido, una madrastra cruel y agresiva, una hermana obsesiva convenciéndose de que es feliz, y la ausencia monumental de Boo, su mejor amiga muerta.
Fleabag nos oculta cosas, así como se oculta cosas a sí misma, aunque ocasionalmente se fugan por accidente renunciando a la invisibilidad. La risa y la ironía dejan de ser cómicas, preocupándonos al ver desaparecer una persona detrás de ellas. Este juego nace de la complicidad con los observadores, establecida directamente por la ruptura del cuarto muro, ejecutada como un truco engañoso que nos acerca a una delicada verdad y nos convierte en voyeristas.
Un teatro a escala humana es un deseo atormentado por la soledad. La vida se escapa en todas direcciones y nos agotamos sin poder atraparla entre las manos. El mundo está cansado de la humanidad detenida por su propio exceso de lucidez y de las mujeres agobiadas por la conciencia de sí mismas (self-consciousness).
La protagonista está condenada a un vaivén entre libertad y prisión, sin ser detenida, sacia su enunciada fijación por el sexo en momentos fugaces que también cuestiona como decisiones propias. Las consecuencias de su constante liberación desesperada la enjaulan en las consecuencias fatales de sus actos. Ella es la directora de lo que ocurre ante nuestros ojos, la decisora de nuestras emociones, soberana absoluta en una historia llena de calabozos.
Se nos cuestiona constantemente si la libertad es algo que realmente deseamos, si cuando la responsabilidad es en su totalidad nuestra, las secuelas voltean la mirada al mismo lugar. Además de la culpa de encarar la elección del albedrío, la protagonista se frustra en la reparación de que ni siquiera sus decisiones le pertenecen. El deseo está esculpido por el mundo que nos gobierna.
Vemos aquí una mujer girando automáticamente en un vicio patético de evasión de la realidad, pero al mismo tiempo de un clavado a la banalidad ininteligible por decisión. Esta persona imperfecta llevada por la rabia consigo misma que rebota en sus alrededores. La injusticia de no poder deshacerse de uno mismo.
Sus relaciones son caóticas a pesar de que no dudamos jamás de la honestidad de las emociones. El amor es un factor olvidado pero cortante, y de la manera a en la que se desarrolla la historia quisiéramos dudar de la veracidad de él, pero es innegable, a pesar de las graves equivocaciones. Nadie se rinde ante los afectos, pero la esclavitud al deseo y la soledad impiden una apertura entre todos los personajes que se niegan a revelarse mutuamente.
Fleabag – I don’t know what to do with it.
Boo – With what?
Fleabag – With all the love I have for her. I don’t know where to… put it, now.
Boo – I’ll take it.
Fleabag – [laughs]
Boo – No, I’m serious. It sounds lovely. I’ll have it. You have to give it to me.
Fleabag – [laughing and crying] Okay.
Boo – It’s gotta go somewhere.
Ser cómplices de este personaje no es una tarea sencilla, la empatía no impide que veamos lo ridículo o lo enervante de sus acciones; sin embargo, esa no es la cuestión.
La pregunta no es realmente si la amamos o la odiamos, si estamos o no de su lado. Fleabag es imperfecta, desesperante, eufórica, depresiva, irreverente, provocadora, tonta, audaz, grosera, impertinente, infantil, reservada, sensible, divertida, habladora, narcisista y empática. Es todo eso al mismo tiempo. Incongruente, humana, real. Lucha contra el mundo casi tanto como contra ella misma.
Al mismo tiempo, ella no nos debe nada, ni el personaje, ni la creadora de él. La idea de que debe convencernos con su carisma, de amarla o conectar con ella es superficial e irreal. Fleabag es una oda a la imperfección y al cansancio que causa ocultarla sistemáticamente. El único confesionario seguro para los secretos que no queremos escuchar de nosotros mismos.
Pienso así en mi madre, mi abuela, mi hermana, en mí misma. En muchas mujeres y muchas personas invadidas de culpa y secretos acumulados por los errores de buscar la libertad, que por las consecuencias de estas decisiones las han regresado incansablemente a cederse al deber-ser del amor, la familia, el trabajo y su propia identidad.