Hace algunas horas se hizo pública la noticia del fallecimiento de Liam Payne, un ídolo juvenil y una estrella que mi generación no esperaba ver morir a sus cortos 31 años. Muchos quedamos tan atónitos, que esperábamos a que desmintieran el hecho y pudiéramos continuar con nuestras vidas como si nada hubiese pasado, pero lejos de ser una noticia falsa como ya sucedió con el mismo artista en el año 2011, se confirmó un hito que marcó un antes y después para mi generación, así como la puerta de entrada a una reflexión sobre el mundo del entretenimiento y su transformación cada vez más monocromática.
Crecimos viendo programas de televisión, admirando a los actores que veíamos y pensando en lo grandiosas que eran sus vidas. Algo así como el caso de Drake & Josh, dos dulces hermanos interpretados por actores a quienes no podíamos imaginar tan distantes fuera de los libretos que debían interpretar. Algo leve para comenzar a entrar en terreno, pero que en su momento rompió un poco de esa ilusión que quedaba dentro de muchos de los que crecimos con ellos en pantalla. Pero toda la ilusión terminó en la basura cuando uno de ellos confesó que fue abusado dentro del estudio. En ese punto, solo un caso aislado.
Los años pasan y comienzan poco a poco a surgir las teorías conspirativas más importantes de nuestro siglo y comenzamos a ver con cierto romper a las estrellas del pop que solíamos corear con nuestros amigos, empezamos a verlos como piezas de un relato de terror, sin embargo, hasta ese punto todo seguía estando bien, solo eran teorías y nada más que teorías. El problema es que años más tarde estalla el mayor escándalo judicial de los tiempos modernos, la captura de Jeffrey Epstein y la obsesión mediática por insinuar a presuntos culpables por una famosa lista de invitados y registros de viaje. Esto comenzó a darle credibilidad a lo que en su momento fue solo una teoría, empeorando la magullada imagen que teníamos de las celebridades que formaron parte de nuestra infancia y adolescencia. Cada vez veíamos a los famosos y a los actores como personas frías, llenas de trastornos y adicciones que cada día se hacían notar más en sus infinitas dimensiones de miseria.
Dejando de lado a los malos factores, quiero hablar de lo que probablemente les esté quitando el mayor brillo a las estrellas y su fama, me refiero a la cantidad de trastornos que padecen los artistas a puerta cerrada. Hace poco escuchando la canción de Justin Bieber titulada «Lonely», comencé a mirar la vida de los protagonistas de nuestra adolescencia con otros ojos; el trabajo que tenían que hacer para ganarse la vida desde temprana edad, los entornos llenos de drogas a los que terminan asintiendo porque primero está la fama antes que la edad y todo lo que a su edad tuvo que sacrificar para poder entretenernos, moviéndose entre el odio masivo del internet entero y el amor de cada salida del telón, un cariño que lo habrá llenado algunas horas, pero como él mismo menciona en su canción, cuando estaba cansado de toda esa vida de responsabilidades no tuvo a nadie para escucharlo. El precio de su fama a corta edad fue un presente en el que se aferra a su familia mientras intenta reconstruir todo lo roto.
Liam Payne es otro de estos artistas, lleno de acusaciones, polémicas, cancelaciones y un trágico final para una persona que murió joven y sin haber contado con la ayuda necesaria para dejar sus tormentos atrás. No voy a ahondar en estos temas por respeto, sin embargo, quiero hacer énfasis en lo mucho que puede llegar a afectarnos ver como los recuerdos bonitos y las cosas que en el pasado nos hicieron felices por su brillo, en realidad, eran personas enfrentándose a problemas mundanos sin poder contar con la privacidad o las personas adecuadas para sentirse acompañados. Nunca vamos a entenderlo, pero allá afuera hay personas rodeadas de cámaras y miles de personas, pero sintiéndose solos al llegar a sus casas. Algunos consiguen sus caminos, forman sus familias o adoptan una mascota para empezar de cero y encuentran reparo en el amor de sentir el calor de la respiración de un ser vivo.
El mundo del espectáculo ya no es lo que solía ser en un pasado, nuestro pasado lleno de recuerdos felices eran actores interpretando libretos y escondiendo sus verdaderas emociones; artistas que mientras cantaban pedían auxilio en sus letras; y cientos de ídolos caídos a quienes cuestionar su accionar o cuando poco querer pensar en sus inocencias… «inocencia», no es la palabra indicada para hablar del mundo del espectáculo, ya que fue la pérdida de ésta la que apagó la última luz que encendía los sueños de neón por los pasillos de aquella industria llena de sonrisas y fantasías, triste saber que no duraban más que lo que dictaba el guion.
No deja de ser un poco triste pensar en que todo aquello que nos hizo felices de pequeños o mientras nos enfrentamos a los retos adolescentes, eran cualquier cosa excepto lo que creíamos. La cantidad de actores acusados, caídos en desgracia, consumidos por las adicciones, señalados de delitos graves contra menores, nos lleva a concluir que nuestros recuerdos y lo que una vez conocimos, no son para nada lo que creíamos que eran. Ya no se percibe igual la industria del entretenimiento, tampoco se admiran de la misma manera a las celebridades. Como si se tratara de los protagonistas de un videojuego de folk horror, tenemos muchos actores, músicos, productores, guionistas y trabajadores de la industria del entretenimiento de la cual es mejor correr antes que terminar en una fiesta con ellos. Los tiempos han cambiado para siempre y lo que antes era fanaticada, hoy es una burla para camuflar el horror de todo el relato que les rodea a tantos peces gordos de la industria.
La muerte de Liam fue una ruptura total entre mis sentimientos nostálgicos y mi visión del mundo del espectáculo. Cada rostro sonriente a cientos de cámaras y cordones de seguridad de nosotros, no deja de ser una persona humana, que se equivoca, siente y que sea lo que sea que estuviera atravesando no merecía terminar con su vida a tan corta edad.
Para Liam Payne, a quien solo puedo desearle un descanso eterno. One Direction seguirá siendo, en el fondo, un lucero para iluminar mis recuerdos felices de adolescente.