No pude evitar enfurecerme con la tendencia: cientos de personas en mis redes sociales personales cayeron en la tentación de ver cómo sería una ilustración de sí mismas a través de la lente de Studio Ghibli.
El contenido que mis amistades subían normalmente (selfies, fotos de su último viaje, imágenes de sí mismas practicando yoga) ahora parecía ilustrado por el mismísimo Miyazaki, director y fundador del legendario estudio de animación.
Y es que sí, es tentador. El torrente incesante de estímulos en redes sociales, que alguna vez el periodista Manuel Vicent describió como la “cloaca máxima” 1, favorece que la población usuaria actúe desde la víscera.
El filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han lo advirtió como “el capitalismo de la emoción”: si está en TikTok y es tendencia, más me vale subirme a ella.
No hay un propósito ulterior que explotar esa imagen para poder capitalizarla en vistas, en reacciones, en comentarios, en fin, en la mirada de un vacío anónimo y masivo que, en efecto, devuelve la mirada.
Y así como llegó la emoción, también se fue: a diferencia del sentimiento, escribió Han en Psicopolítica (2014)2 , que tiene narrativa y provoca algún atisbo de reflexión, la emoción sencillamente se va, algo así como una imagen más en el torrente interminable de las redes sociales.
El capitalismo de la emoción no admite la pausa meditativa: por el contrario, la suprime con celeridad. Le tiene horror al vacío de estímulos. El capitalismo de la emoción es ruido, no sonido ni música. Ya pasó la tendencia y vino otra a la que la persona usuaria se siente obligada, presionada incluso, a sumarse.
Miyazaki no tiene selfies
Hayao Miyazaki nació en un periodo entre guerras. Se fascinó con los aviones por la empresa manufacturera de su padre, que le provocó “un amor por volar que se hizo evidente en prácticamente toda su obra”, según lo describe la Enciclopedia británica.3
En su obra cinematográfica hay un diálogo por esa fascinación tecnológica y el horror por el abuso industrial de la naturaleza.
Y no solo eso: en contra de cualquier pronóstico para un hombre nacido en la campiña japonesa, en las mujeres encontró dignidad y fuerza.
La Princesa Mononoke (1997) no llora en desesperación, a la espera de un hombre blanco que quiera salvarla. Por el contrario: ella es una guerrera salvaje que quiere proteger a los espíritus del bosque, la herencia ineludible del shintō japonés, siempre presente en las cintas de Studio Ghibli.
Para el director japonés, la naturaleza es una ella que responde con furia cuando se le enfrenta, lo mismo que sus demás personajes principales, siempre unas ellas empoderadas, que sienten ira y que la expresan sin empacho.
En lugar de ser mujeres empoderadas por la vía sexual, el animador encontró dignidad en unas ellas guerreras, legendarias, cercanas a la divinidad con la que los japoneses observan a sus líderes.
Aunque hay decenas de fotografías históricas de Miyazaki y su equipo en el proceso de producción de las películas y otras tantas de entrevistas, el director japonés no tiene selfies.
Rara vez se le ve cómodo frente a la cámara. Cuando los periodistas se acercan a él, habla de su trabajo como si siguiera procesándolo. Parece tener la mirada hacia adentro.
En fin, Miyazaki no tiene selfies.
La inteligencia artificial no tiene sentimiento
Naturalmente, las cientos de imágenes que vi en mis redes sociales son una muestra insignificante de las dimensiones que adquirió este trend en Instagram.
De acuerdo con la edición mexicana de revista de ciencia Xataka4, “ChatGPT sumó un millón de usuarios en solo una hora” al viralizarse el ‘filtro estilo Ghibli’”.
Y así, como otras tendencias en redes sociales, hacer imágenes con inteligencia artificial al estilo del estudio de Miyazaki detonó un estallido mediático.
Se estima que, a falta de métodos menos agresivos con el medioambiente, los servidores de estas empresas de Inteligencia Artificial (IA) emplearon más de 216 millones de litros de agua para producir estas imágenes.5
Y con Ghibli parece casi ineludible: claro que las mujeres queremos vernos representadas con una feminidad no opresiva ni objetivizante, como la que representó durante décadas Miyazaki.
En estas películas, a diferencia del capitalismo de la emoción, hay una pausa meditativa.
Son historias de mujeres que se salen del modelo de mujeres perfectas japonesas: ellas gritan, se enfurecen, pelean y también habitan su feminidad con ternura.
¿Qué ternura, qué lucha, qué dicha existe en una imagen producida por un algoritmo? ¿Qué espacio existe para la reflexión, si la imagen se produce en segundos, donde el algoritmo despilfarró 5 litros de agua?
Visto de otra manera, es el doble que necesita consumir un adulto promedio en un día para llevar una vida sana.
El contenido producido por la IA no tiene sentimiento.
Las respuestas que lanza ChatGPT son la colección (muchas veces, mal editada y seleccionada a tropiezos) del conocimiento que han producido otros seres humanos con años de investigación, de trabajo.
El contenido de la IA, me atrevería a decir, ni siquiera tiene emoción. Está y nace muerto. Y como dijo Miyazaki cuando enfrentó a la empresa que diseñó este algoritmo, “es un insulto a la vida misma”.6
Sumimasen, Miyazaki-san
Estoy segura de que Monoke, Nausicaä, Totoro y otros espíritus revolucionarios en favor de la naturaleza encontrarían aberrante el uso que se le da al agua por medio de la inteligencia artificial. Quizás esperarían el estallido iracundo de la naturaleza con un silencio melancólico.
Sumimasen, perdón, Miyazaki-san.
A mi generación le resulta fácil usar estas tecnologías porque las tienen cerca, literalmente al alcance de las manos.
Somos miopes y nos resulta incómodo pensar en por qué no usarlas.
Las personas de mi edad, y más jóvenes, estamos acostumbradas al entumecimiento que nos genera tener esta exposición interminable a estímulos distintos.
Decir que es un mal de época es irresponsable: es como si tuviéramos una contusión constante.
No nos gusta el silencio. Y todo apunta a que no nos gusta pensar.
Así como se consumieron 216 millones de litros de agua, la tendencia ya pasó en redes sociales.
Sin embargo, la sequía más severa que ha visto el continente americano en al menos 1,200 años, permanece.7
Y la crisis climática puede ser esa naturaleza enfurecida que, cada vez con más furia, grita.
Notas y referencias
1 Cloacas, diario “El País”.
2 Han, Byung-Chul. (2014) Psicopolítica, Barcelona, Editorial Herder.
3 Entrada de Hayao Miyazaki en la Enciclopedia Británica.
4 Márquez, Javier. De sumar un millón en cinco días a hacerlo en una hora: las imágenes estilo Ghibli han vuelto a disparar el fenómeno ChatGPT, en “Xataka”.
5 ¿Cuántos litros de agua se necesitan para generar una imagen con estilo Ghibli?. Entrepreneur en español.
6 Instagram de Canal A.
7 Amos, Jonathan. La megasequía que no se ha visto en 1000 años, BBC.