Carl Sagan —reconocido divulgador de ciencia, doctor en astronomía y profesor de ciencias del Espacio— publicó en el año 1985 su novela de ciencia ficción, Contacto. Esta maravillosa obra literaria combina datos científicos con situaciones ficticias para relatar cómo sucedió el primer contacto entre la raza humana y una civilización extraterrestre del sistema Vega, quienes, entre otras cosas, se encargaban de regular la vida y la paz en el universo.

En la novela, estos extraterrestres guardianes del equilibrio universal, han encontrado en la civilización humana un alto grado de peligrosidad y en un estado de “adolescencia tecnologíca”, la cual ponía en riesgo la vida de los propios humanos y de otros seres de este planeta. De acuerdo a su protocolo intergaláctico, al detectar una civilización con estas características, habría que intervenir.

Como prueba de nuestra peligrosidad, los extraterrestres mostraron tener registro de la historia humana desde las primeras señales de televisión analógica, las cuales, por ser ondas de radio electromagnéticas, habían salido de la órbita terrestre. Las primeras imágenes que los extraterrestres acusaban de recibido eran de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, con Adolfo Hitler dirigiéndose al mundo con su amenazador discurso nazi.

A lo mejor se preguntará, estimada lectora y lector, si en verdad los humanos somos una especie bélica y peligrosa como pensaban los extraterrestres o si en realidad solo han sido hechos aislados que no representan nuestra cultura. Basta con googlear un poco, para darnos cuenta que para nuestra civilización, siempre ha sido más importante matar que cualquier otra cosa. Ejemplo, el hecho de que la humanidad patentó primero la ametralladora automática que la máquina de escribir.

Es decir, para el humano fue prioridad inventar una máquina para matar más rápido que una máquina que sirviera para escribir más rápido. Lamentablemente este dato no es ciencia ficción, sino un hecho histórico.

De vuelta a Contacto, cuando Ellie, la protagonista de la novela, pregunta a los extraterrestres por qué habían intervenido y decidido ayudarnos, estos le responden:

Cuando contemplamos las imágenes de violencia de la raza humana, nos resultaron ciertamente alarmantes. Se advertía que los acosaban grandes problemas. Sin embargo, la música nos decía otra cosa. Al escuchar a Beethoven comprendimos que aún quedaban esperanzas en la raza humana…

¿Cuál será la razón por la qué Carl Sagan menciona a Beethoven en su novela? Pudo haber mencionado a cualquier otro compositor. Se me viene a la mente tal vez algo ochentero, pacifista y de gran popularidad, como John Lennon, y sus temas de Imagine o Give peace a chance. Pero, ¿por qué Beethoven?

¿Será el autor de la Oda a la alegría tan trascendente para que su música se escuche en estaciones de radio intergalácticas y tenga fans por toda la Vía Láctea? Probablemente sí, pero tratemos de ahondar en sus sinfonías y en su mensaje espiritual para entender los motivos por los que los veganos —aquellos extraterrestres que habitan los planetas de la estrella Vega— decidieron darnos otra oportunidad para superar nuestra adolescencia tecnológica.

En el artículo Las Sinfonías impares de Beethoven hablábamos sobre la complejidad de la obra de este compositor, sobre el cual ya se ha vertido mucha tinta, sin embargo, mucho del significado de sus obras ha quedado enturbiado por las leyendas, mitos, malas traducciones y por un sinfín de malas interpretaciones.

En ese artículo se abordó la Primera, la Tercera y la Quinta sinfonía, donde, de manera muy sintética, vimos el desarrollo del lenguaje beethoveniano y cómo éste fue transformando la manera de apreciar el arte, logrando la transición entre lo que se conoció en la música como el clasicismo y el romanticismo.

Tengamos presente que en el momento de escribir su Quinta Sinfonía —llamada a veces la Sinfonía del destino— Beethoven enfrentaba un terrible conflicto entre su condición de ser uno de los más prolíficos y destacados compositores de la época, y a la vez, ir perdiendo el don de poder escuchar sonidos.

La sordera, entre otros males de salud, lo fueron convirtiendo cada vez más en una persona solitaria y huraña, alejado de todo contacto con la sociedad. Por sentirse tan humillado ante tales penurias, el compositor llegó a pensar en el suicidio. Pero sabemos, por las cartas conocidas como el Testamento de Heiligenstadt, que Beethoven decidió seguir con su vida porque reconocía en sí mismo una responsabilidad mayor que le hacía imposible dejar la vida sin haber dicho todo lo musical que en él germinaba.

La Séptima Sinfonía llegó en el invierno de 1812 en un momento de tranquilidad y de estabilidad física y mental para Beethoven. En esta etapa de su vida encontramos obras entusiastas y optimistas, llenas de luz y espiritualidad. Entendemos por su música, que a partir de entonces Beethoven ha aceptado su destino y ha hecho las paces con todo ese dolor que lo atormentaba en el pasado.

El lenguaje musical de Beethoven se había hecho tremendamente sólido y consistente, el cual se caracterizó siempre por elevar todos los elementos musicales al mismo nivel de prominencia. Encontramos en sus sinfonías que todas las propiedades del sonido —textura, timbre, ritmo, densidad, intensidad, dinámica, agógica, y un largo etcétera— estuvieron en el mismo nivel de protagonismo.

Antes de Beethoven la música era muchas veces solo melodía con acompañamiento y después de él, la música era además, ritmo, dinámica, dramatismo tonal, densidades; dicho en otros términos, antes de Beethoven la música era solo en blanco y negro, y con él, la música se pudo escuchar a colores.

Richard Wagner, quien fuera otro compositor excepcional, llamó a la Séptima Sinfonía la apoteosis de la danza, dado que el feroz ímpetu y energía de la obra la convierten en una manifestación de la danza en su esencia suprema.

Cuando tenga oportunidad de presenciar esta obra, además de escucharla, véala. Vea cómo los músicos deben de danzar desde lo profundo para poder reavivar las notas plasmadas en la partitura, vea el lenguaje corporal del director de la orquesta, la danza de las manos de los músicos y las formas geométricas que trazan sus gestos, la coordinación y precisión milimétrica de todas esas energías humanas que hacen posible que llegue hasta nosotros esta divinización de la danza.

El Profesor y musicólogo Roberto Ruiz Guadalajara —posiblemente uno de los catedráticos que más ha estudiado la música de Beethoven— tiene dos afirmaciones sobre esta obra que me parecen interesantes de mencionar. Primeramente, afirma que existen elementos históricos suficientes que comprueban que Beethoven estudió en los documentos de Alexander von Humboldt algunos elementos rítmicos de danzas latinoamericanas, las cuales el explorador había presenciado y documentado en sus viajes a América, a finales del siglo XVIII. Se presume que la danza con la cual Beethoven entró en contacto por medio de estos documentos fue la Danza Xochiquetzal, ritual dancístico Azteca dedicado a la diosa de la belleza, las flores y las artes.

Segundo, el profesor Ruiz Guadalajara comenta que una de las interpretaciones más aceptadas sobre el inicio de la Séptima Sinfonía de Beethoven es que escuchamos una representación musical de un plano arquitectónico de una inmensa catedral gótica, la cual se va construyendo a través del tiempo y el espacio con grandes columnas sonoras, fijando puntos cardinales y cimentando con sonidos los pilares que poco a poco se irán convirtiendo arcos ojivales, los cuales a su vez crecen y ascienden en una monumental construcción acústica.

Coincido totalmente con Ruiz Guadalajara en sus afirmaciones sobre la Séptima. No obstante, yo sería más atrevido en la interpretación. Si la obra posiblemente está inspirada en danzas prehispánicas, podría ser que más que una catedral europea, la música podría estar presentándonos la forma de las grandiosas pirámides Aztecas, Mayas o de otra cultura mesoamericana. Tiene sentido si consideramos que estas culturas precolombinas, tenían una concepción sagrada entre la divinidad, la danza, la música, los astros y los cielos.

Cuando se dé la oportunidad de escuchar y ver la Séptima Sinfonía, me cuenta qué interpretación le da usted. Será verdaderamente interesante escuchar su opinión.

El 7 de mayo de 1824 sucedió el estreno de la Novena y última sinfonía de Beethoven. Este día —posiblemente el más importante para la historia de la música— se heredó al mundo la obra que cambiaría para siempre la manera de entender la música y el arte mismo. Es un testamento musical al espíritu humano.

La obra completa tiene una duración de 75 minutos en la mayoría de sus interpretaciones y se necesitan 150 músicos para que la obra se haga realidad ¡150 músicos al máximo de sus capacidades musicales por más de una hora!

Un ejemplo de la importancia histórica de esta sinfonía surge al recordar los discos compactos “CD”, y que su capacidad máxima de almacenamiento de audio era de 75 minutos. Comenta Joop Sinjou —ingeniero holandés que fue crucial en el desarrollo del CD— que, al momento de desarrollar el dispositivo, se consideró que la capacidad de grabación debería de ser de al menos la duración estándar de la Novena Sinfonía.

100 años antes de su invención, Beethoven marcó la pauta de los dispositivos de grabación de música.

Recordemos una vez más que la sordera de Beethoven no demeritaba su capacidad para poder componer música. Cualquier músico entrenado debe —o debería— tener la perfecta capacidad de leer y escribir música sin necesidad de accionar un instrumento para saber exactamente como debe de sonar lo que está escrito.

Lo verdaderamente conmovedor es que, a pesar de todas sus dotes de lectura musical, Beethoven nunca escuchó su propia obra. Nunca experimentó de manera sensorial la grandeza y belleza de la obra que él heredaba a la humanidad. Aún más conmovedor, es saber que Beethoven no escuchó los vítores, los aplausos y los agradecimientos que el público le dio al finalizar el estrenó su Novena Sinfonía.

Sabemos, por los testimonios de los músicos que participaron en el estreno, que Beethoven quiso estar en la dirección de la obra, y como todo director orquestal, estuvo de espaldas al público. Al momento de finalizar, el compositor no escuchó el furor que la obra había provocado en la audiencia.

Fue hasta que la contralto solista Caroline Unger se acercó a Beethoven y lo volteó para que viera cómo el público lo aclamaba con el mayor de los respetos y simpatías, proclamándolo un héroe musical, maravillados con su portentosa creación. Dicen las memorias del estreno, que al entender que Beethoven no los podía escuchar, las personas de la audiencia empezaron a mover sus pañuelos y levantar sus manos para que el compositor viera las ovaciones de agradecimiento.

Las sinfonías clásicas eran comúnmente obras de larga duración divididas en cuatro partes, llamadas movimientos. Estos movimientos solían tener una duración de 10 hasta 30 minutos y se caracterizaban por ser cada uno de un carácter y una energía contrastante entre ellos: primer movimiento movido y extrovertido, segundo movimiento lento y reflexivo, tercer movimiento dansable y cuarto movimiento muy alegre y enérgico. Piense que eran algo así como hoy son los capítulos de una serie de Netflix.

Dicho lo anterior, podremos ver cómo se desarrolla la novena a lo largo de sus movimientos.

El primer movimiento es de carácter enérgico y explosivo, donde encontramos en constante conflicto la fuerza de atracción y la fuerza de repulsión. Es interesante escuchar, que dentro de toda esa energía creadora, es recurrente una sensación de destrucción, no con un significado negativo, sino como parte de un ciclo: nacer, crecer, morir. Fecundación, preservación, destrucción.

El primer movimiento se puede interpretar como una alegoría del origen del universo, donde no hay tiempo ni espacio, solo dos notas fundamentales de intervalos pitagóricos que crecen y se magnifican, haciéndose cada vez más densas, como seguramente debió de haber sucedido en el momento de la creación. Me perdonará la comparación, pero me viene a la mente aquellas palabras:

En el principio de todo, Dios creó los cielos y la tierra. Y la tierra no tenía forma y estaba vacía, y las tinieblas cubrían el abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Entonces Dios dijo ¡Que haya luz! Y, la luz se hizo.

Parecerá poca cosa, pero recordará que en las sinfonías el segundo movimiento debería de ser lento y el tercero debería de tener un compás dansable. Pues se le ocurrió a Beethoven, que en su novena sinfonía, el segundo movimiento debería ser molto vivace, lo que viene a ser un movimiento muy vivaz, y dejarnos para el tercer movimiento la parte lenta, un adagio molto e cantabile. Es decir, invirtió los movimientos. Imagínese tan atrevido cambio ¡Es como si en un restaurante le sirvieran el postre antes que la sopa!

Este tipo de modificaciones, de invertir los movimientos, ya habían sucedido en otras obras de Beethoven, como en algunas de sus cuartetos de cuerda y sonatas para piano, pero era la primera vez que sucedía en alguna de sus sinfonías.

Aunque ahora parezca algo sencillo, en el siglo XIX era casi un disparate. Sin embargo, este hipérbaton tenía como propósito alterar el orden natural de los elementos para destacar, a través del carácter vertiginoso del segundo movimiento, el remanso de paz purificador al que llegaremos en el tercer movimiento.

El segundo movimiento es supremamente visceral y dionisiaco, llegando a ser casi lascivo. Por el contrario, el tercer movimiento es balsámico y redentor. Haberlos invertido no fue por simple capricho, si no tenía toda la intención de acumular tensión para hacer más placentero el paso entre movimientos.

El cuarto movimiento de la Novena es popularmente conocido como la Oda a la alegría.

Para Beethoven, la orquesta es un macrocosmos, y el único instrumento que no aún participaba dentro del discurso universal, era la voz humana. Por las razones que hayan sido, la voz había sido excluida históricamente de la música sinfónica y Beethoven decidió que el último movimiento de su última sinfonía era el momento adecuado para incluirla dentro de ese universo sonoro.

La Oda a la alegría es la música utilizada con los fines más diversos de toda humanidad; es actualmente el himno de la Unión Europea. Fue cantado durante la caída del Muro de Berlín. Ha sido utilizada en ceremonias de la UNESCO y de los Juegos Olímpicos. Se utilizó temporalmente como himno nacional de algunos países. Se ha cantado en China por los manifestantes de las protestas en la plaza Tiananmen en 1989, así como por manifestantes, de Chile en el exilio, contra el régimen de Pinochet. Incluso, hay cientos de tik-toks y un sinfín de ejercicios para aprender a tocar un instrumento musical que utilizan esta melodía.

La letra es de un poema homónimo de Friedrich Schiller, escrito en 1785, y conocemos, por las cartas escritas por Beethoven, que desde 1792 estuvo trabajando para componer una melodía donde pudiera utilizar este poema ¡32 años de trabajo para encontrar las notas que ahora escuchamos!

Mucho se ha discutido si las primeras palabras del poema An die Freude —que en alemán significan “a la alegría"—, en realidad tenían la intención de ser An die Freiheit —“a la libertad”—. Esta discrepancia ha sido motivo de debate por diversos estudiosos del tema, donde se razona que la palabra libertad no era algo apropiado de utilizar en Europa a finales del siglo XVIII, Pero, solo puede existir una verdadera alegría si esta emana de la libertad.

Tanto se ha discutido el tema, que incluso hay grabaciones donde se ha sustituido por completo una palabra por la otra. Ejemplo es la memorable grabación de Leonard Bernstein para conmemorar la caída del Muro de Berlín. La puede encontrar en youtube como Oda a la libertad.

En fin, a modo de interlocución, las voces humanas entablan un diálogo entre solistas y coro, como si se tratase de unos iniciados y la humanidad respondiendo a coro que, efectivamente, la alegría—y por ende la libertad— provienen de la paz y hermandad de todos los seres humanos.

Que sí es posible que todos los humanos lleguemos a ser libres y felices si logramos unirnos en un abrazo fraternal. Que como el sol que atraviesa el firmamento, como héroes que caminan hacia la victoria, tratemos de mirar más allá de las estrellas, porque allá es donde encontraremos la felicidad y la respuesta a nuestro destino, pues solo allá arriba, se encuentra la fuerza creadora del universo…

¿Recuerda por qué los extraterrestres nos dieron otra oportunidad?

Como una hierofanía, la Novena Sinfonía ha resonado por más de doscientos años en todos los rincones del planeta tierra, y posiblemente siempre lo siga haciendo, incluso más allá de la bóveda celeste:

…Alegría, chispa divina, hija del Elíseo, ebrios de tu fuego penetramos ¡Oh diosa! en tu santuario. Tu magia unirá lo que la costumbre austera desató. Todos los humanos volveremos a ser hermanos, bajo el suave cobijo de tus alas…

Y ya después de todo, si por casualidad anda usted el próximo fin de semana en la Ciudad de México, pase a visitar el Palacio de Bellas Artes, admire su belleza y camine un poco hacia la Alameda Central. A la sombra de una lila jacaranda, antes de llegar a la entrada de la estación del metro, observe a su izquierda la escultura de un ser alado, posiblemente un ángel, combatiendo con una figura terrenal. La escultura representa el mito bíblico de la lucha de Jacob contra el Ángel. El ser alado simboliza la redención y, el ser arrodillado, el sufrimiento del alma humana. Abajo, una máscara mortuoria y en letras doradas relumbrantes el nombre de aquel al que se dedica el monumento y a quien perteneció ese rostro solidificado en bronce: Beethoven.