Venía esquivando muy bien las notas, comentarios y videos en redes sociales recomendando (o no), la película de Luis Ortega que venía recolectando amores, odios y muchas dudas. Pero había una aclaración que siempre acompañaba cualquier mención de la peli: andá a verla al cine, no la mires en tu casa.

¿Qué película no es mejor verla en el cine? Sí obvio, más vale. Ya quisiera tener un cine en mi casa, pero, por lo menos por ahora ni en un futuro lejano, eso va a suceder. Así que muchas veces, me toca elegir porque las expensas vienen cada vez más caras y mi sueldo cada vez alcanza para menos.

Con miedo de que no la renovaran en mi cine más cercano y barato, planifiqué el día para cortarlo a determinada hora, pero también para cortar la semana con una peli que me expulsara de la rutina. El Jockey sonaba perfecto.

Me suena el celular con un mensaje de una amiga que andaba un poco en la misma: ¿Estás para un vino más tarde? Estoy a nada de cabecear una bala.

Y de esta forma, se sumó a mi plan.

Una hora más tarde estábamos yendo con el tiempo justísimo. Decí que encontramos rápido un lugar para estacionar en el bendito barrio de San Nicolás a solo un par de cuadras del cine.

Compramos la entrada y esperamos a que se apagaran las luces.

Fumemos un cigarrillo para poder conversar. Tomemos alguna copa, tenemos mucho que hablar […] La noche tiene silencio, el agua también es mar. Recordemos nuestras cosas, también es bueno llorar.

Piero abre la película con esta canción y recién al día siguiente caí en cuenta. Porque la peli empieza y no para por una hora y media: una persona que escapa de su destino trágico, es salvado por un empresario y deviene en jockey adicto a todo, que conoce a una mujer jocketa que espera un hijo de él, pero él quiere que ella lo ame, pero ella lo haría si él vuelve a nacer. Puede tomarse como un brevísimo resumen sin ningún tipo de spoiler, porque esa es solamente la presentación.

Entonces, ¿de qué se trata? De un tipo que busca. Un logline aburridísimo.

Lo cierto es que El Jockey encuentra en su forma poder representar el paso del tiempo, lo caótico del fluir y también decidir, en medio de una desorientación parcial. Me gusta este personaje que prueba, deshecha, se equivoca, fantasea, no entiende nada, pero continúa en su búsqueda para encontrarse así mismo, para dejarse atrás, para poder ser, al fin, otra cosa.

Es a partir del quiebre del personaje ya roto que empieza la búsqueda. Y eso para mí es fundamental. Él está quebradísimo y su universo también. No sabemos prácticamente nada del protagonista que no habla e intenta destruirse constantemente hasta que queda con secuelas que no son compatibles con la vida. En su búsqueda, empieza a hablar.

De su novia tampoco sabemos nada, solo que está embarazada, que piensa abortar (roto el futuro también), que anda dándole vueltas a otra jocketa. Todos son propiedad de Sirena, un empresario que su apellido nos remite a un ser mitad humano, mitad pez. Le gustan los bebés, siempre tiene uno encima, siempre es uno distinto. Tres matones: uno es Fanego que hace de Fanego. También un vaquero y otro amigo que cada uno sacará sus conclusiones. Todos personajes sin pasado, corriendo una carrera (como si fuesen los caballos) hacia algún lugar. Cumpliendo, haciendo. Todos parecen reemplazables. Menos él, por eso busca.

En medio hay escenas sin un aparente sentido, sin una explicación, algunas siguen construyendo ese no tiempo, aparece también Adriana Aguirre. Hay escenas cómicas, hay otras bastante turbias. Por lo general son varias cosas a la vez. Como la vida misma que tiene algo de todo esto y uno no lo nota, solo se acostumbra.

No es una película fácil. Pero no por dármela de intelectual (no lo podría sostener dos segundos) si no porque muchas veces es difícil desatarse de un personaje que desea algo, se enfrenta, pumba, lo logra, fin. Para mí es una peli que incomoda y lo celebro.

Yo en un momento simplemente me subí al barco y la disfruté. A mi amiga no le gustó tanto. Mientras tomábamos la birra obligada (y siempre esperada) post cine, derivamos en una de nuestras charlas habituales: Lynch sí, Lynch no. Otra repetida suele ser psicoanálisis vs. cognitiva conductual. Pero esas son otras notas que no sé si quiero escribir.

Salimos de Banchero, ambas nos chocamos con una embarazada. Nos miramos abriendo los ojos, la miramos como si fuese un alien, estoy segura de que nos puteó. Caminamos entre dos hombre araña que andaban re pasados, un soprano cantando increíble arriba de un banquito. Caminamos entre las mesas que ocupan la calle y la vereda de las pizzerías abarrotadas de extranjeros. Nos topamos con la fila de una cuadra de Guerrin que ya es parte del paisaje. Un hombre vendiendo burbujeros para los niños, hay otros que andan descalzos. La gente sacándose fotos, la gente haciendo fila en Cadore, personas pidiendo comida, un bondi pasando atrás de otro. También, un montón de basura. La humedad pegándose a los pulmones.

Al día siguiente fue que me cayeron un par de fichas. Aun siendo un delirio absoluto muy bien musicalizado, la sentí cercana.

Recordé lo que pensaba era de Nietzsche con algo de ser tu propia partera. De transformarse, de probar, de morir muchas veces y por supuesto, volver a nacer. Le pregunté a un amigo filósofo, me dijo que nunca dijo algo así.

Por último: lo de la música lo digo en serio. La última estrofa la agrego ahora porque es un buen final.

La vida no pasa en vano, las horas duelen, se van. Todo el amor que tuvimos no lo podemos matar. Matar, matar, no lo podemos matar.