Para estar encerrado no es necesaria una jaula en una cárcel o en un manicomio, tampoco es necesario un sótano con una puerta asegurada con barrotes y candados, como sucede en tantas películas de terror de Hollywood. En la literatura hay muchos ejemplos de cómo el encierro tiene que ver más con la percepción, que con estar en un espacio pequeño sin poder salir: en «Los dos reyes y los dos laberintos», de Borges, a uno de los personajes lo capturan y lo envían al desierto —un laberinto que ninguna construcción humana podrá superar. En «La autopista del sur», de Cortázar, los personajes están contenidos, al aire libre, en un trancón que parece que va a seguir por siempre; así que la vida entre los carros, que en un inicio parece extraordinaria, termina siendo el día a día. Es posible, también, estar encerrado en un sueño, como en «La última visita del caballero enfermo» de Giovanni Papini o en otro planeta, como en «Todo el verano en un día» de Ray Bradbury. En este cuento del escritor norteamericano, los personajes están confinados en Venus; ellos esperan que luego de siete años puedan ver y sentir la luz del sol.
De la misma manera en que no es necesaria una jaula para estar encerrado, una persona no es libre solo por vivir en un país democrático. En la sección cultural de ABC, Arturo Pérez-Reverte afirmó que «nunca hemos sido menos libres que ahora». El escritor español dijo: «Yo viví los 70, aún bajo el franquismo, y fuera de la política, la libertad era absoluta. Ahora vivimos entre montones de inquisiciones. Y este puritanismo espantoso. Nunca he sentido mi libertad personal tan amenazada como en los últimos 10 años» (Sostres, 2019)1. Cuesta pensar que en la actualidad haya personas con espíritu libre; yo he tenido la fortuna de conocer a dos de ellas y, cuando nos rencontramos, siento que permanece en ellos una especie de sabiduría arcaica. Y es que es difícil pensar en alguien que no esté atado a una organización bancaria, que no le deba su vida (su hogar, la educación de los hijos o el próximo viaje). El ciclo de consumir, trabajar y pagar le ha quitado al humano contemporáneo el deseo de llenar su morral en cualquier momento —fuera de las tres semanas anuales de las vacaciones— y viajar, de abandonar las exigencias académicas, laborales, sociales y ver con los propios ojos lo que está al otro lado. En la actualidad, si alguien logra escapar de esta manera es porque, posiblemente, lo perdió todo. Cuando no hay trabajo ni dinero para perpetuar el ciclo, el fracaso funciona como salvación o, por lo menos, como excusa para abandonar el mundo conocido y explorar la incertidumbre.
El problema de la libertad, por supuesto, va más allá de viajar. De acuerdo con Zorba el griego, el personaje de Nikos Kazantzakis, la libertad tiene que ver, sobre todo, con romper las cadenas. Algunos tienen las correas más largas, pero de todas maneras la mayoría están sujetos y temen vivir sin el control, sin la falsa seguridad que da la cadena; por eso temen a la libertad. Sentirse encerrado es una percepción que refleja una atadura. Así, uno puede estar en una isla paradisíaca en el Caribe y estar encerrado. Las cadenas o los barrotes pueden estar construidos con el temor a la muerte, con la aprensión a hacer el ridículo, con los modelos de los estratos sociales, con los preceptos religiosos… Y cada uno de los 7700 millones de habitantes del mundo puede añadir un conjunto de palabras a la enumeración.
Para ser libre, según Zorba, además de romper con las cadenas es necesaria la locura; es decir, rechazar cualquier conjunto de normas y vivir según las voces del inconsciente: de ese hombre primitivo que quiere bailar para comunicarse, que quiere seguir caminando para encontrar nuevas tierras, que todavía es capaz de hablar con el mar y que, principalmente, se sorprende con lo que pasa desapercibido para la mayoría.
Zorba es un arquetipo muy atractivo de libertad; reconforta. Sucede lo mismo con Arturo Pérez-Reverte; él rastrea la libertad en los relatos de Joseph Conrad y cae en sus propios recuerdos, cuando era un corresponsal de guerra y un joven libre. Claro está, sin embargo, que los que más impactan nuestra apreciación son las personas de carne y hueso que nos han permitido ver, aunque sea de soslayo, que la libertad va más allá de las teorías políticas y económicas. En mi caso, como mencioné, han sido solo dos, pero creo que es más que suficiente. Desde luego, siguieron su camino y viven en otro país, no se acercaron a ninguna universidad, están inmersos en sus trabajos y, cuando acaban, comen con ganas. Nunca los he oído hablar mal de nadie y cuando lloran solo derraman un par de lágrimas, pero estas son gruesas y descargan todo su dolor.
Nota
1 Sostres, S. (2019). Arturo Pérez Reverte: Nunca hemos sido menos libres que ahora. ABC. Agosto, 9.