Antes de hablar de Don Giovanni y su relación con Moisés y el faraón (que para algunos puede parecer improbable), vamos a recordar el sistema binario y cómo funciona en su forma más elemental una computadora. Esta última lo hace mediante circuitos, y en ellos hay flujo eléctrico o no. El sistema binario tiene únicamente dos números, el cero y el uno, que para un circuito sería: 0, no hay flujo eléctrico; 1, hay flujo eléctrico. Eso es todo.
Hoy, la física nos dice que el universo es un holograma, y esto significa que es una proyección de nuestra interpretación de la realidad. Es decir, que estos estados de bueno y malo (luz y oscuridad) están en nosotros. Arquetípicamente hablando, Moisés es el deseo de otorgar, de servirle a la naturaleza (Dios, en otros lenguajes) y el faraón es el deseo egoísta, en beneficio propio. Y como el nivel de la realidad en el que estamos domina el egoísmo, nos gobierna el faraón. Esto no tiene nada que ver con política o geografía, estamos hablando de arquetipos.
Lo que realmente existe en el mundo es una lucha entre dos tendencias: el egoísmo (nos complacemos recibiendo en beneficio propio) y el altruismo (nos complacemos otorgando). En la historia de la humanidad esta guerra se ha representado en la literatura con varios nombres, según la época y la sociedad de entonces. Así por ejemplo, esta es la guerra entre Moisés y el faraón. Se trata de una guerra que sucede en nuestro interior, y así, somos nosotros los únicos que podemos decidir si vence el egoísmo o el altruismo. A esto se le llama libre albedrío. Es aquí donde entra en juego Don Giovanni y nos pone de cabeza el paradigma.
La ópera, por su opulente naturaleza y su efectividad de alimentar el ego en poco tiempo mediante el aplauso y la veneración de sus artistas, que en otras épocas de gloria llegó al divismo, es asimismo un caleidoscopio que nos permite ver de muy cerca el flujo del efecto del egoísmo. Sin duda alguna, los compositores, incluso los más modestos, gozaban de sus obras y de los aplausos, en la mayoría de los casos, pues hubo quien no llegó a disfrutar de su fama. En cuanto al dinero, es un asunto relativo, realmente no se necesita para la fama, y tenerlo no la garantiza, aunque dicen que tiene su gracia… Lo que acaso disfruten más es saberse genios. Ah, pero luego vienen esos señores, los directores de orquesta y deciden que la obra es muy larga o que esa parte es aburrida para el público o esto y lo otro y plin, la recortan por aquí y plin, por allá, aun rompiendo las reglas de la armonía en algunos casos en el que destrozan el sucederse de la música, y todo para que sea más práctica o moderna, como si eso fuera interesante para el arte, y asumiendo que son tan geniales como los compositores. Algunos directores fueron compositores, o viceversa, cierto, pero no era la regla. Y luego esos vanidosos cantantes piden que se alarguen las cadencias, le cambian las notas, le ponen rellenos, coloraturas, calderones, etc, todo en beneficio de su lucimiento, si bien es cierto que algunos compositores o directores lo consentían o motivaban.
Había compositores (y los sigue habiendo) que escriben apenas la melodía y un bosquejo armónico para que el intérprete la complete según sus habilidades. Eso es muy común en el jazz, que es otro reducto del ego… Regresando a Don Giovanni, vivimos la época de los maestros de escena, que gozan ahora lo que gozaban los cantantes en su época dorada, y los compositores en la suya. Así que Don Giovanni se diluye entre las divagaciones y caprichos del maestro de escena, que al parecer, abocados a la así llamada libertad artística, muchas veces reinventan la obra. No se trata de trasladarla de época, eso no es en la mayoría de los casos problemáticos y puede que resulte saludable para ciertos públicos, incluso las aliteraciones no asustan. Hemos vistos montajes de Aida en el espacio al estilo de Viaje a las estrellas, como es el caso del montaje de Giancarlo del Monaco, o en otras estridencias, provocaciones, hipersexualidad casi al límite de la pornografía, baños de sangre, etc, etc. Nada que no se pueda ver en el cine contemporáneo o la televisión, y esto no quiere decir que pase su mejor momento. Dicen con ello ser «realistas», aunque la vean parcialmente. Lo más preocupante es que se han apropiado de la obras. Lo que cuentan, luego de tantísima «innovación» poco o casi nada tiene que ver con la obra original, es una fantasía usurpadora.
De esa manera, Don Giovanni o La flauta mágica puede que conserven muy poco de los valores éticos y morales de la masonería expresados en los libretos originales y para los cuales Mozart escribió su música. Casi, podríamos decir, que las fantasías usurpadoras requerirían otra música, dado que es esencialmente, otra historia. Se reinventan los personajes, adaptándolos a las noticias que más venden en el momento, queriendo con ello ser modernos y actuales, estar al día… Es así que Violetta, en La Traviata, muere de una sobredosis o Mimí en La Boheme muere de sida, que es lo de menos, pero hay casos donde invierten los papeles, y el rol femenino se masculiniza y viceversa, etc. Hemos visto en Don Giovanni cómo el padre de Donna Anna la viola (completamente fuera de la historia), Don Ottavio es homosexual (otro invento que se va de la historia), y así por el estilo. De los valores masónicos nadie habla, nadie parece querer expresarlos acaso porque no tienen idea de la obra misma o del autor, podríamos pensar…
Hemos visto cómo en Sansón y Dalila, el drama es trasladado a una caricatura del conflicto entre Israel y los palestinos, de manera tal, que se ofende a todas las partes, pues ni los palestinos son los filisteos bíblicos, ni se cuenta lo que Sansón representa en la Biblia, simplemente se usa el conflicto como ente provocador para que la gente, escandalizada vaya a verlo. Y ya allí, recordamos, sobran las escenas de violaciones, desnudos, y tantos baños de sangre que es posible que el público quede pringado… Quedan ofendidos musulmanes, judíos y cristianos. ¿Es necesario un bodrio semejante solo para defender la libertad artística? Es así como algunos maestros de escena, no todos, para suerte de arte, satisfacen su ego. Los tiempos de Jean Pierre Ponnelle ya pasaron, y ahora le dirían anticuado…
No hemos querido atacar a nadie, pero sí contarles desde nuestra experiencia algunos desvaríos que habría que ajustar para que la ópera siga gozando de buena salud. Ah, y otra cosa, Don Giovanni y su sirviente, Leporello, acaso sean la misma persona, o mejor dicho, manifestaciones de Don Giovanni, dos caras de su personalidad o deseos, y ahí caemos de nuevo en la lucha interna de Moisés y el faraón. Al final, y esto parece que aún no lo han cambiado, don Giovanni se va al infierno, o al país de las almas perdidas, que es decir, que es consumido por el faraón. Toda la obra es un proceso auto-destructivo que ha llegado al arquetipo. Hay quienes quieren ser como Don Giovanni, pues piensan solo en la vida licenciosa que los atrae como el fuego a una palomilla, hasta que se quema: sexo, dinero, poder. ¡Ah eso apetito insaciable!
¿De qué lado está usted? No es una pregunta relativa. El mundo está en un proceso de cambio muy grande. ¿En qué dirección desea usted ese cambio: a favor de la naturaleza o en contra de la naturaleza? Así de sencillo, como en un circuito: hay flujo eléctrico o no hay, 0 o 1. En realidad no hay más opciones. Tenga en cuenta este detalle: todo lo que percibimos es la naturaleza. Cinco minutos bastan para ver en la prensa la tragedia autodestructiva en la que vivimos y a la que llamamos mundo, vida, normalidad. Nos hemos acostumbrado a la corrupción, a la podredumbre moral, a la explotación humana. Todo nos parece de acuerdo a la naturaleza. ¡Así es la vida!, dicen muchos, y con ello cierran el caso. Otros le echan la culpa a los demás, o a este o aquel grupo, a la divinidad, a las religiones, etc. Casi nadie está dispuesto a aceptar que si no trabaja para mejorarse a a sí mismo es parte fundamental del problema que critica. ¿Y si solo trabajamos en nosotros, cómo es que podemos mejorar «el mundo»? El mundo lo constituimos nosotros. El ego nos da la ilusión de que somos entes separados, pero somos en verdad un solo ente, así como el bien y el mal son dos caras de la misma moneda: una conlleva sufrimiento, la otra no.