El mayor superventas de la historia de la humanidad es la Biblia, que es en realidad un compendio de libros, cosa ya dicha en su raíz griega (βιβλία es un sustantivo en plural que significaba literalmente «libros»). Su influencia universal es innegable. La encontramos en muchísimas obras literarias a través de sus personajes o en el argumento mismo, y así en la música, las artes plásticas, e incluso en la ciencia. En varias partes del Antiguo Testamento se hace referencia al número π, pi, solo por citar un primer detalle. De hecho, gracias al descubrimiento de los notas personales de Isaac Newton, se sabe su dedicación, tanto científica como religiosa, al Tanaj, que es como se le conoce en hebreo al Viejo Testamento, y otros textos sagrados del judaísmo. Eso nos revela un perfil insospechado de uno de los científicos más relevantes de la humanidad. No es, desde luego, el único ejemplo que podríamos citar, pero no es nuestro tema, y con uno nos basta.
Alrededor del mundo millones de personas leen la Biblia, y la gran mayoría quizá no se enteran de sus peripecias a lo largo de la historia. Sabemos de los primeros cristianos sacrificados en el circo romano o perseguidos por sus creencias, en una época en que el Nuevo Testamento se empezaba a gestar, pero a eso debemos sumar la suerte que corrieron los judíos en Judea y Samaria, bautizada como Palestina por los romanos en su guerra psicológica. Como a los cristianos posteriormente, se les persiguió y se les prohibió leer la Torá (Pentateuco). Pero a pesar de todo, el judaísmo y sus textos sobrevivieron, y fueron la base tanto para el cristianismo como el islam y todos los cultos relacionados. Tampoco ahondaremos en este tema, lo que deseamos es simplemente aproximarnos a una lectura prístina de los textos, pues, a diferencia de Don Quijote de la Mancha, que ocupa el quinto puesto entre los más vendidos de todos los tiempos, su lectura es en realidad más complicada de lo que parece. Si ya con la obra de Cervantes al leerla en español antiguo hay quien se queja, tanto más con la Biblia. Curiosamente no es así, por el contrario, muchos dicen que son historias para niños, ya saben, una serpiente que habla y todo eso. Ambas, empero han sido adaptadas al lenguaje de nuestra época, pero ese es uno de los principales problemas en el caso de la Biblia, sobre todo con el Tanaj. Vamos a centrar allí nuestra atención. Como sabemos, su idioma original es el hebreo bíblico, y está formado por los cinco libros de la Torá, los profetas (Nevi'im) y los escritos (Ketuvim). Ahora bien, para que nuestro propósito no sean tan desmedidamente pretencioso, vamos a tomar solo lo que en español conocemos como Pentateuco, y que en hebreo se llama Torá. ¿Realmente entendemos lo que dice allí? Ha sido traducida una y otra vez, y como el Quijote, adaptada a nuestros días, incluso hay una versión en español latinoamericana que nos resulta insultante por todo lo que dejan en el camino en la pretendida simplificación para las masas… Sí, lo que leemos es apenas una sombre del texto original, y claro, así es imposible entender lo que dice.
Un rollo de la Torá de uso ritual es distinta a una copia en papel para uso diario. Hemos tenido la oportunidad de ver y tocar la página de una Torá que había sido dañada y por tal era usada como parte de una conferencia sobre el tema. La verdad sea dicha, es fácil transportarse en el tiempo e imaginar cómo era elaborada al principio. Nada ha cambiado, sigue haciéndose igual y del mismo material. En el judaísmo se le considera un libro vivo, en tanto libro, pero la Torá es más que un libro. Un brevísimo artículo de Baal Hasulam nos lo dice en el libro Shamati:
La Torá, el Creador e Israel son uno.
Por lo tanto, cuando uno estudia la Torá, debe estudiar Lishmá (en nombre de la Torá). Quiere decir que estudia con la intención de que la Torá le instruya, tal como indica el propio nombre de la «Torá», que significa «instrucción». Y puesto que «la Torá, Israel y el Creador son uno», la Torá le enseña al hombre los caminos del Creador, y cómo Él está revestido en la Torá.
Hay una Torá escrita, y hay una Torá oral, que fue recopilada en el Talmud, del que hay dos: el de Babilonia, y el de Jerusalén. Para nuestro humilde propósito, como ya mencionamos, vamos a concentrarnos en la Torá escrita, aún más, en una sola frase. Eso nos basta.
Pues bien, como sabemos de cualquier libro, en una traducción se pierde parte del original, no por nada se dice que toda traducción es una creación. Lo que deseamos es ilustrar o mejor dicho, vislumbrar mediante un pequeño acercamiento la luz del original. Seremos muy estrictos, usaremos una traducción rabínica, por cuanto está hecha desde una perspectiva judía, y por tanto, nos brinda lo más posible de su contenido original, y nos valdremos de otras herramientas que los sabios de la Torá nos han proporcionado. Para comenzar diremos que leer la Torá no es un asunto de la razón, de la inteligencia. De hecho, no se trata tanto de entender intelectualmente qué dice el texto, sino de conectarse con él, de fundirse en él, e incluso desarrollar otros sentidos que nos posibilitan su adhesión. Volveremos sobre estas palabras más adelante. El libro del Zohar nos lo ilustra de una manera muy hermosa:
Dijo Rabí Shimon (bar Iojai):
«Cuando la congregación saca el rollo de la Torá para leerlo, se abren las Puertas Celestiales de la Compasión y se despierta el amor de Di-s».
Así pues, tenemos que el Génesis (Bereshit) inicia con:
בְּרֵאשִׁ֖ית בָּרָ֣א אֱלֹהִ֑ים אֵ֥ת הַשָּׁמַ֖יִם וְאֵ֥ת הָאָֽרֶץ:
El hebreo se lee de derecha a izquierda. Como vemos, está escrita con el sistema masorético para recuperar la fonética. La transliteración sería:
Bereshit bara Elohim et hashamayim ve'et ha’aretz.
Y la traducción sería:
En el principio, Elohim creó los cielos y la tierra.
Ya desde el inicio se dan muchos conflictos con la forma más adecuada de traducir el texto. Uno de los más graves es asignarle vocales al tetragrama del nombre sagrado. La tradición judía lo llama Javaya, o Havaya, según se prefiera una transliteración u otra, en la que se hace una transposición de las consonantes con el fin de evitar nombrar el nombre divino, lo cual está prohibido. Se sustituye también así por Elohim, que viene a ser uno de los nombre del Creador (Dios). Cada nombre tiene que ver con el grado de revelación de la divinidad según no lo explica la Cábala.
La traducción rabínica de Moisés Katznelson traduce: «En el principio Dios creó el cielo y la tierra», haciendo acaso una concesión al idioma español, pero hay otras en las que no se traduce Elohim. Hemos seguido esta última línea, tomándolo como nombre propio, y esto nos permite ilustrar mejor cuán oscura puede ser una traducción que damos por llana y sencilla. De hecho, en el judaísmo se dan cuatro formas de interpretar la Torá, acuñados en el acrónimo Pardes: Peshad, Remez, Derash y Sod.
Otra cosa a considerar es que las letras hebreas son asimismo números. En nuestros tiempos, los números arábigos se usan universalmente por convención, pero no fue así siempre. Por eso, es fácil ver que toda la Torá está hecha realmente de números, como si fuera una matriz. Podríamos sustituir cada letra por su valor numérico respectivo y obtendríamos una sucesión de cifras, o sumando los valores de las letra de cada palabra obtendríamos su valor.
Siempre han existido estudios de las matemáticas en la Torá, e incluso hay una disciplina que se llama gematría, que estudia la relación de las letras y sus valores numéricos. No nos adentraremos en esto pues se nos iría la vida, que nos baste saber que es un sistema para codificar. Podemos dar un pequeño ejemplo: la palabra Elohim tiene un valor de 86, que es igual al valor de la palabra hebrea הטבע (hateva: el artículo está fusionado al pronombre) que significa «la naturaleza». Es decir, considerando los valores que nos da la gematría, podríamos intercambiar las palabras y tendíamos:
En el principio, la naturaleza creó los cielos y la tierra.
Y como vemos, esto sería imposible de obtener en otro idioma.
Pero la cosa no se queda allí. Los sabios de la Torá nos dicen que en la palabra Bereshit está contenida toda la Torá, y lo demás son discernimientos. Veamos un detalle de esta palabra, y regresaremos para ello a su versión original:
בראשית
Mencionaremos dos cosas. La primera es que, se pueden formar dos palabras con sus letras: בית (bait), que significa «casa, y ראש (rosh), que significa cabeza o principal.
En un proceso fundacional, la casa es primordial, y no nos referimos al edificio, sino al hogar, al concepto de familia. En la casa (la familia, el hogar) ponemos lo principal. Este es un intento por transmitir lo que una cultura que ha crecido con este meta-lenguaje entiende de inmediato, pues lo percibe internamente, se fusiona con él. Y eso es lo que quiere la Torá, que significa instrucción.
No hemos hecho más que develar, con nuestras humildes posibilidades, un poco de la luz de uno de los textos más leídos y acaso incomprendidos. Lo hemos hecho tratando de que sea según las fuentes originales del pueblo que los escribió. Es un legado para todos, un tesoro grandioso revestido de modestia. Ojalá, querido lector, si ha despertado en usted un nuevo interés, la próxima vez que lo lea que sea con una nueva luz.