En el texto La frase de Nietzsche: Dios ha muerto de Heidegger se da por sentado que, al negarse la entidad de lo suprasensible como un producto o una invención desde lo sensible, ambos términos carecerían de sentido, quedarían anulados.

¿Y entonces? Ahí acontece lo absurdo: ni lo uno ni lo otro.

Psicológicamente (antropológicamente) lo suprasensible podría entenderse como la vida simbólica o como la vida del espíritu.

Pero si le agregamos la palabra “Santo” (el “Espíritu Santo”), las cosas se complican. ¿Cómo explicar metafísicamente u ontológicamente la existencia de un ente tal? Para la teología o la ontoteología, tal vez eso siga teniendo sentido. ¿Y para la filosofía? Para la de una época sí. Para la de esta época, no.

Nietzsche y su interpretación en Heidegger nos colocan una vez más en la historia del pensar occidental, ante la necesidad de volver a preguntarnos: ¿Qué es esto? ¿Qué hacemos aquí? ¿Quiénes somos? ¿Qué soy yo? ¿Qué es yo? ¿Qué es ser? ¿Qué no es ser? ¿Qué sé y qué no sé? ¿Qué pienso y qué no puedo pensar? ¿Qué hago aquí si pienso o si no pienso? ¿Puedo acaso dejar de pensar y de hacer?

Ser: lo que es. Pensar: lo que no es.

Ahí están otra vez las preguntas de base, las fundamentales, las más radicales, pero no parten de cero. Son apenas un hito en una larga historia del ser y el pensar.

Otros han preguntado lo mismo, y en sus modos diversos de preguntar estaba implícito el pensar de sus tiempos, de sus épocas, de su conocimiento e interpretación de respuestas que en la historia del hombre fueron construyendo la metafísica, la ontología, el pensar reflexivo de la filosofía occidental.

Sí, occidental (y eso está presente y constante en Heidegger), porque todo indica que en Oriente esas preguntas, las más radicales, no provienen primordialmente del intelecto, del pensar, sino del sentir y el saber, del hacer, del vivir y el estar en el ser (Ver El Oriente de Heidegger).

¿Cómo entender la frase, la idea misma de “Dios ha muerto”?

Hay que entenderla como una larga determinación metafísica del Occidente cristiano, derivada de su raíz griega y hebrea.

En realidad, esta idea estaría en el origen mismo del llamado "monoteísmo".

La encarnación de Dios en el hombre estaría reconociendo la contradicción entre lo sensible y lo suprasensible, mediada por el espíritu puro o santo, la “santísima trinidad”, tres en uno, que sería la posibilidad o la potencia del hombre de hacerse dueño de sí mismo.

La divinización del Cristo vendría a ser, entonces, la negación del Dios otro, cuyas posibilidades o potencialidades de construir y de asumir su destino propio serían asumidas por el hombre como tal, por el hombre en tanto que ente real.

La afirmación del Dasein sería la negación del Dios ultramundano, ya que este sería solo parte de su imaginario, de su vida simbólica.

Idealismo alemán: Hegel, Schelling, Fewerbach, Marx. Fe y razón, libertad, paganismo, dialéctica, materialismo, humanismo.

El camino a recorrer para realizar esa posibilidad de ser del hombre como tal, será nada menos que el de la justicia, un orden humano de las cosas. No ya la Ley de Dios, sino el derecho creado por los hombres para hacer que los valores humanos, no los cristianos, prevalezcan.

El camino históricamente determinado es la Voluntad de Poder.

No serán ya los valores idealizados y falsificados de un dios bondadoso y caritativo encarnado en un héroe del amor, un Cristo, lo que hace al Dios-Persona una entidad inventada, inexistente.

Serán o deberán ser las capacidades y las posibilidades reales del Hombre como género y como especie las que permitan alcanzar la Justicia, justicia que es el orden humano de lo real, de las fuerzas que logran prevalecer y dar sentido en su conjunto a la vida del hombre sobre la tierra.

La fuerza mayor arrastra consigo o nulifica a la menor, y eso es también justicia: ese sería para Nietszche el orden verdaderamente natural y, por tanto, justo.

Nos rebelamos por instinto, compasión, caridad y amor al próximo contra esta visión "darwiniana", "biologicista" o "cientificista" del mundo. Sería otra versión de la implacable "Ley del más fuerte".

Pero uno se pregunta si, como cualesquiera otra de las "especies", naturales o históricas, la humana no es sino una más que se produce y reproduce, se acrecienta o disminuye como tal, como especie, en el curso de la evolución de la vida, a la que el mismo Teillard de Chardin (desde su visión "cristiana") no se habría negado.

La violencia, y aún la crueldad entre los miembros de una especie, y desde luego en su relación con otras, ¿es justa, es injusta? Más allá del bien y del mal es parte del camino que Nietzsche recorre en su tentativa de explicar la "Voluntad de poder".

A los igualitaristas y libertarios nos repugna la idea de pensar la Justicia como la “Ley del Más Fuerte”.

¿Por qué? ¿Cómo puede convivir lo más fuerte con lo más débil? Todo tiende a vivir, es verdad, a afirmar su entidad, su ser vivo, su estar aquí.

Y para todo hay lugar en la multiplicidad y en la diversidad. Sin embargo, si hay contradicción prevalece el más fuerte.

En realidad, es un hecho que lo más fuerte prevalece. ¿Por qué, con base en qué, podemos decir que eso es injusto?

La Voluntad de Poder es cabrona, pero real. Nietszche dice que llegó tardíamente al tema de la Justicia.

El “Superhombre” no es un individuo (Zaratustra). No es el que se impone a otros por sus valores y su fuerza: es el hombre paradigmático, ya liberado e igualitario, es el hombre total, todos los hombres, es el hombre “justo” del mañana.

¿Y Heidegger? Él se ocupa muy poco de los problemas de la ética y de la política. Casi pasa de largo, porque su referente fundamental es la pregunta ontológica, no ya metafísica en tanto que dualista, el "aquí" y el "allá", sino humana en el sentido del ser y del pensar estrictamente humano.

Su reflexión sobre la historia del ser pone de lado o solo toca de paso, en su diálogo con el pensar occidental, temas como la Justicia, el Bien, el Mal, el Amor, la Felicidad, Dios mismo.

Son entes, sí, y deben ser tenidos en cuenta en su "totalidad" (Anaximandro). Pero esas totalidades no son, ni cada una de ellas ni en su conjunto, la totalidad total.

Es de allí de donde parte, en términos humanos (heideggerianos), la pregunta por el ser del ente y por el ser como tal o en cuanto tal.

Pareciera que, a lo largo de la historia humana, en la historia del ser y del pensar, no tuviéramos o no hubiéramos alcanzado todavía el lenguaje o la gramática necesarios para hablar con propiedad de estos temas de la filosofía que, precisamente con Heidegger, llega a puntos críticos y a ciertos límites que, por lo menos en Occidente, sería difícil rebasar.

¿Es el "fin de la filosofía" o solo de esta manera de filosofar? En todo caso, al lado de la filosofía están la poesía y la técnica, únicos testimonios de la existencia y el paso del hombre sobre la tierra, por lo menos mientras el Dasein esté aquí, mientras dure el acontecer de su propia temporalidad.