En estos días he recordado la tesis del soñador soñado tan fecunda en literatura, artes, filosofía y ciencia. ¿En qué consiste? En decir que el Universo es soñado por un soñador que a su vez es soñado por otro, y este por otro, y así innumerables veces en un cosmos no de tres ni de cuatro, sino de diez o más dimensiones; no de uno, sino de varios universos paralelos e intercomunicados (multiverso). Un Universo que es en realidad un multiverso de muchas dimensiones es una hipótesis antigua, pero en la segunda mitad del siglo XX y en lo que se lleva del siglo XXI, se ha transformado en contenido de ciertas tendencias en el ámbito de la física relativista y cuántica.
Se trata, como es notorio, de un planteamiento alucinante por increíble y fantástico respecto al cosmos tal como lo percibimos de modo directo a través de los sentidos corporales, pero que ha inspirado producciones cinematográficas tales como 2001: Odisea del espacio e Interestelar, y ha sido sostenido por estudiosos y creadores de cuyos méritos investigativos e intelectuales no se puede dudar. Tal cosmovisión, por ejemplo, subyace en la obra literaria y ensayística de Jorge Luis Borges (1899-1986) y se desprende sin dificultad de lo que escriben científicos como Hawking y Mlodinow en El gran diseño, o Paul Davies en Otros mundos y El Universo accidental.
La idea del soñador soñado posee raíces que se hunden en los sombras del tiempo, se la puede rastrear hasta el sabio Platón, para quien todo lo que existe se encuentra en el mundo matemático de las ideas eternas. Pero, pensándolo mejor, también se encuentra o puede derivarse de textos como el Poimandres y Asclepio, de los cuales se infiere que todo es mente, que la realidad existe porque es soñada por un soñador que al soñar la produce, y produce a otro soñador – digamos secundario – que no sabe u olvida que es soñado por otro.
La diferencia ontológica
Desde hace siglos, por ejemplo, existe un concepto que fundamenta la hipótesis del soñador soñado: es la diferencia ontológica. ¿A qué se refiere esta noción de expresión tan alambicada y retorcida? Boecio, autor de la inolvidable Consolación de la filosofía, explica que en una carrera de caballos el espectador ve toda la competencia en forma sucesiva, pero hay otro espectador que lo ve a él y a la carrera sin sucesión ni yuxtaposición de hechos desde la eternidad. Boecio sostiene que el espectador que ve la carrera de caballos como orden sucesivo de causas y efectos, no posee la existencia por sí mismo, sino que esta le es dada por ese otro espectador que lo ve a él, a los caballos y a la carrera sin sucesión ni yuxtaposición de hechos, sino a la manera de la simultaneidad y el eterno presente. De este modo, distingue entre un ser que existe por esencia –que Boecio llama Dios– y uno que existe por otro o por gracia del primero.
Esto es lo que se conoce como la diferencia ontológica, un concepto clave en la historia de lo que denomino la Ontología Fundamental – lo que algunos llaman Metafísica -. La diferencia ontológica no es esgrimida solo por personas que como Boecio, y muchos años despues de él, como Tomás de Aquino, son creyentes en sentido tradicional.
Hawking, Mlodinow y Davies, ya mencionados, o Martín Heidegger, en El ser y el tiempo; Sartre en El ser y la nada; y Carl Sagan, en Cosmos, también sostienen la diferencia ontológica, pero no requieren la hipótesis del Dios de Boecio o de Tomás de Aquino para explicar sus argumentos. En ellos, tal Dios no es necesario porque el universo se explica en virtud de sus propias configuraciones naturales, y estas configuraciones se autoproducen, no se crean en la Nada, sino que suponen una materia-energía eternas.
Desde la perspectiva de quien escribe la autoproducción del universo es compatible con algo así como Dios, pero en tal sentido se trataría de un Dios muy distinto al que nos enseñan desde la infancia, tan burocrático, opresivo, violento, fanático, hipócrita, obsesionado por el sexo y poseído por el odio. Con seguridad - espero - no ese el Dios verdadero, sino un invento del poder religioso y de la precariedad humana.
El soñador soñado en literatura
No sé cuál sea su opinión sobre lo escrito, sobre si estamos hechos para el eterno olvido o para la eterna perseverancia, si Dios es o no es, pero resulta importante percatarse de que, en la literatura, la hipótesis del soñador soñado, fundada en la diferencia ontológica, se ha traducido en relatos memorables como Las ruinas circulares y El Aleph de Borges.
En Las ruinas circulares, el personaje central descubre que él es un sueño de un soñador eterno e inescrutable, que quizás sea soñado por otro soñador eterno e inescrutable, y así hasta el infinito, según los parámetros del mundo ficcional borgiano. En El Aleph, el personaje creado por el escritor argentino ve sin yuxtaposición ni sucesión todo lo que contiene el cosmos hasta comprender que cada cosa es infinitas cosas, que nada está separado, que todos los tiempos se entrelazan y cruzan en un multiverso pluridimensional y autocontenido. Borges, como se sabe, no es físico-matemático, sino un fabulador y fabuloso contador de historias, pero sus relatos – en no pocas ocasiones – refiere esa posible realidad del multiverso y multidimensionalidad de todo lo que existe.
Mario Vargas Llosa, en García Márquez: historia de un deicidio, La orgía perpetua, Viaje a la ficción, La verdad de las mentiras y Cartas a un joven novelista, insiste en la idea de que las buenas novelas son aquellas que sueñan un universo narrativo completo, total y autosustentado, que nada tiene que envidiar al universo físico. Un universo narrativo multidimensional de universos narrativos paralelos. El buen novelista – y esto de «buen novelista» lo digo con premeditación y alevosía, porque Llosa es eso, un buen novelista, pero un muy mal político y un primitivo premoderno en cuestiones relativas a la gestión editorial -; el buen novelista, digo, es un fabulador que al soñar crea novelas, se entretiene con ellas y divierte a quienes las leen haciéndoles sentir y creer que aquellas fábulas no son fabulaciones sino completas y duras realidades, tan verosímiles como que usted, amigo lector y amiga lectora, lee en este instante estas líneas.
En la hipótesis del soñador soñado, Vargas Llosa debe preguntarse sobre la posibilidad de que él, soñador de personajes novelescos atrapados en letras, fuese a su vez soñado por otro soñador. Si tal fuese el caso, Llosa sería un personaje de una novela soñada por otro, y lo mismo puede decirse de todo creador literario –y de todo ser humano –, lo que sin duda adquiere un especial y angustioso dramatismo en los cuentos de terror. Pongamos por caso los de Stephen King, donde se puede arrancar la sombra de alguien con una estaca de acero, afirmar que hay un mundo invisible a nuestro alrededor o que una moneda de diez centavos puede hacer descarrilar un tren.
Principio antrópico
La hipótesis del soñador soñado no es nada muy diferente a uno de los postulados claves de la física cuántica, que originó no pocas diferencias entre Albert Einstein y Niels Bohr en el memorable V Congreso Solvay, celebrado en Bruselas entre el 24 y el 29 de octubre de 1927. Tal postulado sostiene que lo real no es independiente del observador, que la realidad se origina en el acto de observar del observador, con lo cual el universo existe porque existimos nosotros quienes lo soñamos. A esto se le conoce como principio antrópico. Y recuérdese que, en sintonía con este principio, el filósofo Berkeley escribe que real es lo que se percibe, lo que se siente y piensa (lo que se sueña o se hace soñar a los otros, dirían literatos, manipuladores políticos y publicistas), y que en la Cábala se afirma, mucho antes que Kant lo dijera en la Crítica de la razón pura, que de las cosas solo conocemos lo que nosotros mismos ponemos en ellas, o soñamos de ellas.
Bertrand Russell escribe: creemos que la hierba es verde, que las piedras son duras y que la nieve es fría. Pero la física nos asegura que el verdor de la hierba, la dureza de las piedras y la frialdad de la nieve no son lo que parecen. Hawking anota: son los sueños de los que está hecha la materia.
En definitiva, la hipótesis del soñador soñado, en literatura, artes, filosofía y ciencia es a la realidad que habitamos como la estaca afilada para los vampiros; esto es, se trata de una tesis que de comprobarse en la experiencia, trastocaría todo lo que creemos o suponemos es cierto.
Crítica a la hipótesis del soñador soñado
No quiero finalizar esta reflexión sin una crítica a la hipótesis del soñador soñado. Sabemos que se trata de una tesis fecunda en arte, literatura, filosofía y especulación originada en la física cuántico-relativista.
Creadores en general la utilizan, sabiéndolo o no, en muchas de sus creaciones, ideas, ideaciones y teorías, y la psicología social ha puesto de manifiesto que en la vida cotidiana los seres humanos son seducidos por tal hipótesis. No obstante esto, creo que adolece de un vacío epistemológico muy serio: la ausencia de una explicación para lo que se denomina la «historicidad», es decir, las condiciones coyunturales y estructurales – económicas, políticas, sociales, culturales – de la historia. El ser humano no existe sólo en tanto soñador que puede ser soñado por otro, su carácter de soñador – incluso de soñador soñado – lo posee en tanto es un ser histórico, y el ser histórico contiene un rasgo de colectividad que a todos incumbe; y esto significa que al soñar el ser humano incorpora condiciones temporales (epocales) que lo transcienden a él como individuo.
La reflexión sobre este ir más allá del individuo en la colectividad, y sobre la mezcla-síntesis de individuo-colectividad esta por completo ausente en quienes han esgrimido la hipótesis del soñador-soñado. Al enfoque individualista del soñador soñado le hace falta una digresión sobre el sueño originado en variables colectivas, histórico-epocales.