El espacio público por sí mismo se puede considerar arte, no obstante, la urbanización y su crecimiento desmesurado, sin una planificación que distribuya sus recursos de manera equitativa y que centralice su actividad económica, genera disparidad, pobreza, violencia y otros riesgos psicosociales que devalúan no sólo económicamente los territorios, sino también el patrimonio cultural.
Hay valor en cada calle que se transita, en cada parque que se destina a la recreación o en cada área de juegos que provee de esparcimiento. Y en todos los casos existe la interacción entre el espacio y su observador.
Por lo anterior, cabe mencionar que en toda urbe hay un rezago en el desarrollo de ciertas zonas y sus habitantes, y por esta razón es que la UNESCO promueve a la cultura como un elemento del desarrollo urbano sostenible.
Además, se dice que el espacio público en su dimensión física contribuye a la construcción de pertenencia e identidad, una identidad individual y colectiva enlazada intrínsecamente, cuya dinámica puede permanecer inmutable, como es el caso de plazas y edificios arquitectónicos que, por su valor histórico, no tienen modificaciones significativas: es ahí donde el espacio termina por permear al paso generacional de quienes lo habitan o lo transitan.
En este sentido, los espacios públicos son influenciadores de la identidad cultural, albergan el ritual de la cotidianidad circundado por múltiples manifestaciones artísticas que pueden ser evidentes o no, dependiendo de diversos factores como la dimensión, la visibilidad y el tipo de arte.
En la actualidad se han diversificado las expresiones de arte con que revisten los espacios rescatados, siendo el grafiti el mayor expositor de esta tendencia, pero la escultura y la fotografía también son los favoritos.
La realidad de un país como México nos muestra una nación que por sí misma es rica en ingenio y creatividad, pero cuya situación socioeconómica y demográfica ha permutado la relación entre el hombre y la ciudad.
A día de hoy, resulta cada vez más imprescindible que allí donde el índice de violencia sea mayor, la infraestructura cultural también se incremente, convirtiéndose en un elemento clave que pueda potenciar el talento que habita esos espacios, en muchas ocasiones marginados y estigmatizados, pero, sobre todo, debe visibilizar una realidad inminente, no solamente desde lo estético también de lo simbólico.
El arte en las calles, jardines, parques y plazas es una apuesta por mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Ninguna expresión artística se limita a los recintos o museos, y no es fácil romper con la creencia de que la «verdadera» cultura sólo se deposita en esos espacios. Lejos de ser así, sin embargo, tal y como lo han demostrado artistas de renombre, quienes han aportado sus creaciones para colorear y estilizar desde botes de basura hasta murales en parques que empatan con sus muestras expuestas en París o Londres.
El arte en el espacio público se trata de encuentro, pero para que esto resulte inclusivo, debe tomar en cuenta las necesidades de los habitantes y, sobre todo, que responda a los desafíos de la vida urbana en que se encuentra.