Os voy a contar la historia de tres personajes que tuve la fortuna de conocer. Son: Rico, Pudiente y Afortunado.
Un día un sabio les propone un trato; se trata de un experimento con un nombre secreto. Su inicial, la del nombre del experimento es la «L». «No lo tratéis de adivinar», les dice el sabio a los tres.
El experimento consiste en idear una forma de vivir, de qué vivir y cómo vivir. Ellos entienden que les está ofreciendo montar un negocio; el sabio les asegura que hagan lo que hagan, les va a salir bien. El sabio lo sabe porque además de serlo viene de un lugar donde el fracaso se llama proceso, así que no existe.
Lo importante del experimento es siempre elegir: pueden hacerlo cómo quieran. Para ello dispondrán de todo lo tangible que vayan a necesitar al empezar. Esa es la propuesta. «Lo único que no puedo es concederos la capacidad de decisión», dice él.
El primero de ellos, que se llama Rico, acepta vivo y raudo, y sin nada que pensar, empieza a trabajar en un negocio que piensa que lo es. Considera que hay que hacer dinero a toda costa; es su obligación, es su suerte, es lo que tiene que ser. Su vida cambia de forma radical. Es duro y el esfuerzo es enorme. Mira lo que otros hacen, copia algunas cosas, las mejora y comienza a vender. El negocio prospera, se hace grande, tan grande como él.
Pasado el tiempo Rico ha dejado ya de decidir. Apenas crea o idea, tan sólo reacciona a compromisos; su negocio ha crecido más que él. Pero parece que ese era el sueño, y debe de serlo porque a veces ni siquiera sabe dónde está; la fuerza de la corriente le arrastra y no puede parar. Es multimillonario, lo que significa que todo lo puede comprar y que muchas personas viven gracias a él. Es feliz; conduce ese coche que le convierte en el rey de la carretera; le sienta bien. «Esto es éxito» piensa. Está tranquilo. Otro coche le adelanta; es más grande, más rápido. Es mucho mejor.
Se hace un silencio.
Rico se siente viejo de repente. A primera hora del día ya tiene la sensación de que no hay nada que le interese hacer. Por hoy ha acabado. Todos en casa y él allí, o no, ausente, no deja de pensar cómo hacer para poder llegar a comprar un coche así.
Poco después Rico aparece en portada. Se dice a sí mismo que esas cosas pasan y que hay que estar a la altura de las circunstancias porque después de todo nadie va a morir. Ha tenido que autorizar algunos vertidos tóxicos: los costes hacían insostenible otra solución. Su familia estará feliz con el coche nuevo y él debe velar por su felicidad. Es un buen hombre, un hombre de ley.
Se debe a los suyos.
Pudiente es nuestro segundo personaje y también acepta la propuesta del sabio. Pudiente, que así se llama, es una mujer decidida; por eso tarda un tiempo en empezar. Antes debe concluir cosas que debe terminar; «hay que cerrar bien porque al final todo guarda relación», se dice.
Pudiente no es la reina de la carretera, es la reina de la oportunidad, tanto que a veces sus relaciones no parecieran auténticas y sus intenciones no parecieran de verdad. Eso dicen algunos. Su teoría es la del «círculo social», gente sobre la que guarda a menudo algún tipo de interés; sus amigos. Sabe decir lo que quieren oír y los guarda en su agenda como su bien más preciado. Ella siempre observa, escucha y reconoce dónde se encuentra su fuerza y su inspiración. Hay cosas que la gusta hacer y algún día las hará, pero ahora no: «los trenes no pasan dos veces».
Comienza la crisis. Esta es su oportunidad. El negocio funciona y en casa las cosas van bien. Gasta grandes cantidades de dinero en su apariencia. «Antes me lo quitaría de comer; nunca sabes con quien te puedes encontrar», dice. Pasan los años. Alguien en su familia enferma, consigue los mejores médicos. No hay solución ni apenas tiempo para estar con él. Un día se pregunta a sí misma quién es ella sin los demás. Siente una especie de esclavitud. «La vida siempre va hacia adelante», es su lema.
Afortunado es nuestro tercer personaje y a diferencia de Rico y de Pudiente es reticente a aceptar el reto del sabio. Los mira y no cree que nada de eso esté hecho a su medida. Antes de decidir se pregunta qué es el éxito para él.
Afortunado es un hombre que trabaja para la competencia de Rico. Un día leyendo el periódico se entera de que los famosos vertidos tóxicos llegan a otra ciudad y algunas personas empiezan a sufrir. «Mala suerte. Les tocó», pero está seguro de que todo podría haberse hecho de una forma diferente, que se habría podido evitar. Ese mismo día lee en un cartel: «Deja de mirar lo que deben hacer diferente los demás y hazlo diferente tú». Recapacita sobre la indiferencia que esconden sus propias palabras, como si nada fuera con él.
Tiempo después le despiden del trabajo y tras algunas vueltas decide aceptar el experimento del sabio. Como cree que no sabe de negocios simplemente arranca con discreción. «El camino se inicia caminando y pensar en muy lejos me paraliza», piensa, así que lo hace a su ritmo; el ritmo es importante para él. Se siente bien y esa parece una buena brújula. El negocio pronto empieza a funcionar. Gana dinero, más y más, y lo vuelve a invertir.
Va despacio, y se permite ir cambiado su idea original. Escucha a los demás y se escucha a él. Siente que no tiene nada que demostrar; considera que el fin de la vida es vivir y el del negocio también, ya lo dijo el sabio: «el experimento consiste en idear una forma de vivir». Al menos eso es lo que él entendió. A veces piensa que Rico y Pudiente se castigan buscando tanta obligación. Da gracias por tener lo que tiene, por ser autosuficiente, por haber podido dedicarse a él.
Sabe quién es.
Los años pasan, llega la vejez y el sabio les vuelve a reunir. Sonriente, trae bajo el brazo tres libros iguales. «Os traigo un libro mágico lleno de milagros y de verdad. Los libros son justos porque siempre muestran las mismas palabras, es cada lector quien desde su percepción las interpreta desde una altura diferente y escucha tanto, cuanto menos ruido y más silencio interior es capaz de sostener. Habéis vivido el experimento de la forma y hasta donde vuestra conciencia ha sido capaz de comprender. Este experimento -continúa hablando- se llamaba libertad».