-Si pudiera rebobinar unos añitos, sólo unos añitos...
-A eso le llaman pensamiento desiderativo... no es útil, es probable más bien te agobie aún más. Y en todo caso, aunque pudieras, no sería efectivo: puede que dieras esquinazo a algún error pero aparecerían otros, y quién sabe si peores. Siempre es mejor evitar los sempiternos «qué hubiera pasado si...».
Ya, pero qué difícil resulta no volver una y otra vez a esa monomanía, a esta idea neurótica de desear con toda tu alma lo más imposible del mundo: cambiar el pasado para que el presente no sea tan complicado.
Estoy atrapada en un punto absurdo: ¿qué hago bien y qué hago mal? Todo lo ocupa ese miedo... pánico, por él. Se sabe que los niños llevan a cabo una valoración muy compleja ante los vacíos inexplicables. ¿Qué hacer para ayudarle? Si hablo es perjudicial, no está preparado, pero si no digo nada su imaginación asociada a su subconsciente, tan desamparado y tan ansioso por crear mundos que justifiquen la confusión, puedo causar una verdadera catástrofe.
¿Y si le da por pensar que existe una conspiración de silencio y se confunde aún más, y encima de forma extremadamente retorcida?
¿Qué hacer? De alguna manera tendrá que resolver ese enorme esfuerzo al que debe enfrentarse. Yo imagino a mi niño frente a un enorme agujero que debe llenar. Imagino, invento su carita. Y la expresión que veo no es en absoluto serena. Lo observo perdido en pensamientos repetitivos.
Ojalá él mismo tuviera la iniciativa de hacerme preguntas sencillas. O, no sé, que su identidad fuera tan transparente como la de un cachorro. Que yo pudiera cogerlo en brazos acariciarlo y que con ese gesto este embrollo terminara.
Todos tenemos pérdidas, pero los adultos ya contamos con la habilidad de abrirnos a una nueva etapa. O en todo caso la responsabilidad ante la forma de responder es sólo nuestra. Pero ¿y ellos? ¿Contarles milongas? ¿Callarnos? Para el adulto el tiempo no se paraliza. Por ejemplo: yo advierto la presencia de una repentina ruptura. La miro y enseguida imagino qué pieza puede faltar o de qué manera puede ser adaptada la grieta al entorno para al menos disimularla. Y actúo, hago algo. Pero él no sabría.
Asumir la responsabilidad de elaborar un proceso que le incluye a él es demasiado temerario. Asusta muchísimo.
Por otro lado creer que él no va a saber hacerlo bien solo, se me antoja un poco arrogante.
Pienso en mis duelos pendientes, en las facturas que me quedan por pagar y el miedo me asfixia. ¿Y si es mejor que no me inmiscuya? En todo caso son mis miedos, no los suyos. ¿«Sólo tiene trece años» o bien «Ya tiene trece años»?
Todo el mundo tiene derecho a manejar sus conflictos, a ser libre, a resolver o a posponer…
-¿No has pensado que tal vez ni siquiera existan heridas que deban sanarse?
-No… no lo he pensado. Tiene que haberlas, desafortunadamente.
-Puede ser, pero tampoco está de más pensarlo.
-Bien, lo pienso. ¿Y ahora qué?
- No sé, yo no puedo decirte nada, puede ser cualquier cosa. Cualquier cosa… quizás simplemente se trate de estar cerca y de intentar hacer algo tan sencillo como no estorbar demasiado.