Dedicado a Ana Yancy Araya Díaz
Desde muy joven llegué a la conclusión de que el arte y los artistas constituyen hechos profundos, tanto que en sus expresiones sintonizan con la condición ontológica del ser humano, es decir, con aquel fondo de realidad donde el Ser, el hacer y el pensar se funden en una íntima unidad. Llevado por esta convicción –que también era una pasión- me di a la tarea de hurgar en el fenómeno de la creatividad artística. En lo que sigue comparto algunos de los contenidos de esas reflexiones apasionadas que aún en estos tiempos inspiran el peregrinar de mis días.
Origen de la creatividad artística
Algunos dicen que el ser humano es incapaz de vivenciar la realidad en su unidad originaria, pero esta afirmación olvida que los mejores resultados del esfuerzo intelectivo y emocional de la humanidad han girado en torno al intento de hacer inteligible la compenetración y correlación de los distintos niveles y fragmentos de lo real. La creatividad artística ha constituido desde siempre un modo de expresión individual e interactiva que se esfuerza por enlazar con la unidad ontológica del origen, del fundamento, de la raíz de donde parten todas las formas del vivir. La conexión con esa unidad primigenia es la fuente de la creatividad artística –y de todo acto creativo del que se tenga noticia- y esto puede demostrarse en el análisis de los procesos creativos, de las obras de arte y en la historia de los artistas.
La mente lógico-formal, matemática y simbólica produce dualidades míticas o racionales y desde ellas la conciencia se aproxima, alegre y temerosa, a lo que se llama “la realidad”. Lo titánico y lo dionisíaco, Logos y Eros, Eros y Tánatos, materia y espíritu, Ser e Idea, fenómeno y noúmeno, para-sí y en-sí, son algunas de esas dualidades que han marcado y marcan aún el contenido del pensamiento. Alguien puede suponer, en consecuencia, que la unidad de lo real no es pensable, mucho menos vivenciable, porque simplemente no existe, todo es plural y diverso, autónomo e individual, y el dualismo epistemológico insuperable. Semejante aseveración, sin embargo, conduce directamente a una visión según la cual en el universo no hay interrelaciones ni comunicación, lo cual es a todas luces equivocado. Esto, se comprende, además de contrariar la experiencia cotidiana, hace inútiles tanto a la ciencia como a la creatividad artística, pues éstas son en el fondo maneras de expresar las interacciones y conexiones.
La vida es logo-erótica
La experiencia indica, o parece indicar, que la unidad de lo real no resulta accesible sólo por la vía del concepto, de la razón natural ¿Existe, acaso, otro sendero? En milenarias tradiciones que abarcan la práctica totalidad de las civilizaciones que han sido y que son, se ha afirmado la presencia de un elemento diferente al conocimiento racional discursivo (Logos). Los rituales órficos, por ejemplo, se basaban en el mito de Dionisos, y el elemento dionisíaco, siguiendo la tradición de los tracios de donde pasó a Grecia, se caracteriza por afirmar el poder de los instintos y de la vitalidad natural de la existencia, como factores exuberantes y envolventes. En contraposición a lo dionisíaco se acostumbra situar lo titánico, que es calculador, planificador, lógico con la lógica de la narratividad conceptual. La narratividad de Dionisos es erótica, la de los titanes es conceptual-formalista.
Cuando con los milesios -Tales, Anaxímenes y Anaximandro- el pensamiento griego supera el modo mítico de la razón e incursiona en la construcción de la racionalidad científica de la antigüedad, se crean las condiciones requeridas para alcanzar la hegemonía del “concepto” sobre lo dionisíaco. Con Aristóteles el predominio de la reflexión conceptual logra una expresión paradigmática, que se enriqueció y profundizó al iniciarse la ciencia moderna jalonada por los nombres de Galileo, Newton, Kepler y Copérnico. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que aun en el caso de Aristóteles, conocido por su afición a los amplios y profundos desarrollos conceptuales, es el deseo –un elemento dionisíaco– el que se sitúa en el inicio del proceso de conocimiento. Toda persona –piensa el Estagirita– por naturaleza desea saber. “Desea” es aquí el vocablo clave, y nada hay más dionisíaco y creativo que el deseo. El deseo es también la fuerza que inspiró los hallazgos extraordinarios de la ciencia moderna.
En la Edad Media la síntesis tomista del pensamiento cristiano, aristotélico y árabe, continúa afirmando el predominio de lo conceptual sobre lo dionisíaco y simbólico, pero aquí también se encuentra en última instancia y en medio del dominio de la lógica formal, la preeminencia del amor y la voluntad en el proceso cognitivo –elementos también dionisiacos- con lo cual no se trata de una hegemonía unilateral del Logos, sino relativizada por el Eros.
Descartes, en los orígenes de la modernidad, formula el pensamiento clave que sintetiza la aspiración del Logos y se convierte en el lema de la búsqueda de certeza, a saber: Cogito, ergo sum (Pienso, luego existo). Con Hegel y la ciencia físico-matemática contemporánea la hegemonía del Logos alcanza su nivel más alto y completo expresado en el conocido aforismo «todo lo real es racional».
No obstante lo anterior, debe observarse que en los dos pilares actuales de la imagen física del universo, la física relativista y la física cuántica, el proceso racional se ha topado con un hecho que replantea el tema de la tradición dionisíaca: la unidad del observador y de lo observado en el ámbito de la física de partículas. Conviene, además, recordar que aún en los casos de Descartes y Hegel, como antes en Aristóteles, tan lógicos y conceptuales, existen muchos elementos derivados de lo dionisíaco, tales como la dinámica interna de la Idea Absoluta hegeliana, que Hegel no hubiese podido concebir sin un grado superlativo de pasión y afectividad, y lo mismo cabe decir del Dios cartesiano, o de sus sueños diurnos y nocturnos a partir de los cuales descubre su método científico.
¿Qué nos dicen, en definitiva, aquellos que han sido cautivados por lo dionisíaco, el Eros o como quiera llamárselo? ¿Qué se nos dice desde la creatividad artística? Que la racionalidad científico-discursiva no es el único modo de ser de la inteligencia humana, que lo conceptual no es lo primero ni lo último de la experiencia existencial, que lo básico no es el pienso, luego existo sino el siento, luego existo, que contrariamente a lo que opina Hegel, no todo lo real entra en el ámbito de lo racional-discursivo y que lo a-racional también es real. Tras las estructuras objetivadas por la lógica conceptual, se mueven las fuerzas de la afectividad, el sentimiento, la gratuidad, los deseos y la vitalidad natural, se mueve el Eros que seduce a los artistas y del que ellos son encarnaciones. De lo que se trata es de reconocer e interiorizar que la inteligencia humana no es sólo Logos, sino también Eros, no es sólo Eros, sino también Logos. Por eso hablo de vida logo-erótica o logo-afectiva. Vida que piensa, teoriza, pero también, y de modo decisivo, siente y llena de afectividad y de erotismo la existencia.
Justificación estética de la existencia
De lo dicho se desprende una cierta visión sobre el artista. El artista es una encarnación por antonomasia del acto creativo, de modo que al considerarlo se analiza directamente la relación Logos-Eros, Ciencia-Arte, y en esa relación se le descubre como aquel que ve las cosas más plenas, simples y fuertes; que permanece en estado de entusiasmo habitual, que es capaz de comunicar plenitud y puede transfigurar la realidad mediante ciertos despliegues vitales tales como el impulso sexual, el gozo, el éxtasis, la inteligencia logo-erótica y la fuerza creadora.
Y es desde estas posibilidades que el artista experimenta que la “realidad” tiene muchos rostros, y algunos de ellos se construyen sobre la base de sus deseos. Al artista, como al científico y al ser humano en general, lo forjan los estados extraordinarios del Logos y del Eros. El artista sabe que la existencia, el estar atada a la vida y a la muerte, a la espera y a la confianza, sólo puede justificarse como fenómeno estético. No son las ideologías ni las políticas, no es el Estado o el mercado, el partido político o la confesión religiosa, aquello desde donde adquiere justificación el existir. No. Es el arte, y el arte de vivir, es la capacidad de innovar, de crear, de inventar y abrir espacios inéditos al desenvolvimiento existencial, histórico y trascendental, lo que justifica al mundo, y lo que nos justifica.