La Evolución y Madrid se encontraron, se abrazaron y copularon con objeto de engendrar una criatura descomunal. De ahí emergió el World Pride, que es mucho más que una idea, mucho más que un concepto y mucho más que cualquier cosa que puedas imaginar; el enorme WP es indefinible, aunque si queremos podemos aventurarnos con descripciones orientativas, atendiendo a sus atributos o bien haciendo referencia a su naturaleza.
Podemos afirmar, por poner un simple ejemplo, que contiene la esencia del triunfo ya irreversible. De todo podríamos decir sobre WP, ya que es muchas cosas a la vez, de hecho todas; él/ella es así, rotundamente plural y diverso, como un aleph. Y además es una auténtica belleza. Si nos apetece referirnos en concreto a su aspecto, cabe observar que es sorprendente ya que, aun sin disponer de una forma especifica, se presenta siempre deslizándose sobre un enorme arcoíris.
Madrid es Júpiter, donde las estaciones del año irrumpen y transcurren sin solución de continuidad, se envuelven entre ellas, se solapan y en ocasiones se quiebran repentinamente para enseguida renacer de sus cenizas. Es el planeta de los tifones, de los relámpagos y vientos iracundos, aunque favorables siempre al velamen más adecuado; es el punto espaciotemporal que ni se crea ni se destruye sino que se desarrolla, se transforma y crece, que se despliega eternamente bajo palio multicolor y que mantiene en todo momento su cabeza lúcida y clarividente bien elevada.
Madrid es Júpiter, padre del resto de dioses y semidioses, de ninfas, de héroes y también de mujeres, hombres, reinas y faraones.
Madrid es Júpiter en el preciso momento en el que se topa con la figura de Neptuno, un tipo bellísimo que blande un tridente erecto mientras ofrece su trasero al Congreso de los Diputados.
Neptuno luce con ostentación su palmito majestuoso, tan vertical él, tan altivo sobre su carroza que empujan, de forma voluntariamente aceptada, unos cuantos corceles, por supuesto amigos, nunca vasallos, hechos de algas, sargazos y espuma. Irresistible, este Neptuno. Por supuesto cautiva a Júpiter, ya que su condición de individuo medio humano, medio pez, hace de él un ser fascinante, de modo que Neptuno y Júpiter se aman sin dudar un instante frente al mundo, que los observa y aplaude con el entusiasmo con el que merecen ser observados y aplaudidos.
Madrid es la diosa Cibeles eternamente entregada al amor y eternamente exigiendo al Amor que se entregue a ella sin reservas. Es una diosa urbana que deambula entre Recoletos y Alcalá, es bellísima y luce un tocado con el que logra formar una cúspide en la nuca. Divino. Ella se deja llevar, mostrando un aire híbrido entre omnipotencia y languidez y ocupando enteramente con su presencia blanca un carruaje tan blanco como ella misma, conducido por dos leonas hembras -con barba- que se aman cuando les apetece.
Madrid bajo el cielo de purpurina es el territorio donde todo sucede.
Todo sucede, absolutamente todo. Aquí, si te descuidas, viene gente y te ofrece cosas. Por ejemplo viene uno y te entrega un cuenco de vino.
«¿Quién es usted, oiga?» querrás saber.
«Sea quien sea, en todo caso soy yo mismo» responderá el interpelado o interpelada con un acento que, diríase, rezuma identidad.
Hay un tipo ahí que parece un arlequín y que anda mezclándose con el contrapunto de almas que transcurren en diferentes planos, todos ellos de triple vértice, todos ellos con aire de tragedia antigua.
«Tutéame, tutéame. Relájate, duerme a pierna suelta. Haz esto, haz aquello, es decir: haz sólo lo que creas conveniente. Sé tú. Dime: ¿qué te parecería libar desde mis labios de este vino?»
«No sabría decirte… ¿de qué cosecha es?»
«De todas. Puedes libar por aquí o puedes libar por allá».
Y libarás si te apetece. Y si no te apetece, simplemente no libarás. El arlequín tiene toda la razón del mundo: aquí y ahora, y definitivamente siempre, tú haces exactamente lo que quieres hacer, que puede ser cualquier cosa.
Como si quieres simplemente sentarte en el césped y observar sin perder detalle la grandeza del verdadero libre albedrío.