Hasta ayer, los precandidatos al sillón de O’Higgins, es decir, a la Presidencia de la República del Último Reyno, eran doscientos cuarenta y nueve (249). En plena tertulia literaria, en Casa del Escritor, mi amigo, el poeta romántico Ruperto Videla, me entregó una solicitud, firmada por trece escritores -siete mujeres y seis hombres- para proponerme ser el candidato doscientos cincuenta (250). Me opuse dos veces, pero a la tercera, acepté, entre condolido y desasosegado.
¿Por qué no?, me pregunté para mis adentros. ¿Acaso no tengo méritos suficientes, con treinta y ocho (38) libros escritos y ochenta y cinco (85) años de edad? Sí, por supuesto, en pleno uso de mis facultades mentales, y en posesión de un buen porcentaje de potencial físico, estoy dispuesto a encabezar la lucha por los ideales que siempre he defendido y sustentado, y me declaro dispuesto a competir con quien fuere, sea del bando de los tirios o de los troyanos, de los izquierdistas a la violeta o de los momios centro-moderados o de los cristianos rococó contenidos y los káiseres de pacotilla.
-¿Y a quién representa usted, si se puede saber? -preguntó una poeta feminista a ultranza, quien asegura que el mayor mérito estético de Gabriela Mistral, cuyo octogésimo aniversario del Premio Nobel de Literatura celebraremos en 2025, es el de haber sido lesbiana.
-A los y las poetas -le respondo, sea cual fuere su preferencia, llamemos, inventando una nueva palabra: sexovoluntativa, que en esto van también clasificadas y propuestas al menos diecisiete opciones.
-¿A los poetas? ¿Acaso no ha leído cómo Platón los descarta en el gobierno de la República ideal?
-Sí, ya sé a qué se refiere… Pero si es por eso, también Platón rechaza a los comerciantes -o mercaderes- como sujetos de dirección de la república, aunque hoy, en Chile -copia burda de la ciudadela trasnochada de los Chicago Boys-, la filosofía del tendero prevalece en casi todos los ámbitos… Casi, porque a la mayoría de los poetas y escribas de este menesteroso reino, y a otros “inútiles” de las artes, aún no logra socavarnos por completo el espíritu del mercado. Convengamos que hay excepciones, como el entrevistador profesional aquél, artífice de los Amarillos, entregado al dios Mercurio, y a su grupo de editores y críticos apernados.
-Bueno, ¿y cuál es su programa de gobierno?
-¿Programa? ¿Acaso se necesita un programa para gobernar?
-A lo menos, un conjunto de promesas, como la de acabar con la delincuencia y la inseguridad ciudadana y los emigrantes indeseados y los vendedores fuera de la ley y las pobres prostitutas urbanas.
-Mire, poeta, nada es más inseguro que vivir. Nadie sabe si despertará mañana, ni qué va a depararle la hora siguiente. En este sentido, los quiméricos y utopistas del futuro están obsoletos, pues nada es predecible en el tiempo, menos la actitud humana, cuyos laberintos y apetitos parecen no haber cambiado en cuarenta siglos.
-Volvamos a su candidatura. ¿Cree acaso posible obtener veinticinco mil firmas notarizadas?
-Sí. Ya estoy en conversaciones con un jefe administrativo de cementerios. Él me proporcionará una lista de doce mil quinientas mujeres, de variadas edades, y otra de doce mil quinientos hombres. Y haré, lo de Chichikov, el personaje de Gógol, aunque no para beneficio propio, sino para servir a mis conciudadanos.
-Pero, ¿cómo podrá validar las supuestas firmas de almas muertas?
-Fácil, en cualquier Notaría donde trabaje algún conocido.
-Eso sería un grave delito…
-Vamos, vamos, por favor. La firma del vocero testificante notarial es tan ficticia como la mejor novela de Conrad. No hay casi nada más falso en este mundo que la expresión “Firmó ante mí”. Se imagina una fila de veinticinco mil ciudadanos siendo corroborados sus datos personales en documentos de identidad, recibiendo la aprobación o el rechazo del benemérito cagatintas.
-¿Mantendría usted los actuales ministerios o suprimirá algunos, como el histriónico mandatario de allende los Andes?
-No de inmediato. El tiempo lo dirá. Por de pronto, en cada uno de ellos habilitaré una gran oficina, tanto presencial como cibernética, de preguntas y respuestas.
-¿Cómo así?
-Lo más importante de la función ministerial no es ejecutar acciones propositivas, algo casi inalcanzable en nuestro tiempo, sino dar respuestas satisfactorias a las preguntas de eso que llaman “opinión pública”, así como a los usuarios demandantes o víctimas, si usted quiere. La política va siendo, cada vez más, un juego dialéctico de apostillas, glosas, comentarios, referencias e interpretaciones. Digamos que su desarrollo se ha vuelto esencialmente literario. Apoyándonos en la Inteligencia Artificial, no habrá pregunta que no seamos capaces de responder en forma segura y atinada; quiero decir, convencer al interlocutor con certeras palabras; de ello nace toda conformidad.
-¿Reforzará entonces la cultura?
-Claro que sí. El Ministerio de la Cultura (siempre en singular), recibirá la mitad del presupuesto de la nación y llevará a cabo su cometido sin programa ni normativa alguna, porque no es necesario engrillarla, sino dejar hacer; una especie de libre comercio de las artes y las letras.
-No deja de ser revolucionaria su postura. Veo que está convencido de sus dotes de liderazgo.
-Ni tanto, pero voy en camino de acceder a la condición suprema del “estadista” del siglo XXI…
-¿Cuál sería aquella?
-Estoy perdiendo la audición. Pronto llegaré a la sordera total.