Apenas tenía trece años cuando escuché la melodía. Era la música incidental que colocaban en situaciones de drama y dolor amoroso, en una teleserie producida en Brasil. Valga mencionar que no tenía idea sobre qué decía, siquiera conocía el portugués, solo sabía que entre la voz de la intérprete, la instrumentación, y quizá la situación recreada con la música, terminaba conmovida hasta los huesos. Intenté –que de hecho lo logré- tararearla muchas veces, con resultados ridículos y graciosos.
El tiempo pasó, la teleserie terminó y yo abandoné los trece para continuar, sin parar, hasta mis treinta y seis. A esa edad, por motivos que desconozco, recordé la canción. Como soy una mujer obstinada y de fe –hablo de fe como valor humano, no religioso-, y luego de recordar que hoy ¡todo está en YouTube!, me dispuse a buscar la melodía. Imaginen mi risa cuando coloqué en el buscador, como patrón de búsqueda, lo que yo recordaba: quio me ese…. Estallé a carcajadas al instante, pero me lancé a la aventura. Huelga decirles que no hallé nada de esa forma, entonces recordé el título de la teleserie y el nombre de la productora que la realizó.
Entonces sí. ¡La encontré! Mis emociones de veintitrés años atrás afloraron con más fuerza. Esa tarde lloré, me regocijé y emocioné mucho. La piel se me puso chinita. Si les cuento que la reproduje como 6 veces. Cerré los ojos y recreé tantos momentos. Me sorprendí de mi misma y realicé la idea de que sí, algunas almas son muy sensibles para la música. La mía es una de ellas.
¡Quién podrá negar la importancia de la música en nuestras vidas! Cómo esta influye en nuestros estados de ánimo. Ella bien puede alterarlos, producirnos bienestar o generar ansiedad. En momentos de tristeza, la tendencia natural parece ser la de inclinarnos por música suave, calmada, quizá triste, de notas lentas y espesas, que hablen de amor y dolor y justamente terminamos más tristes. Es como si quisiéramos precisamente sentir más pena, a ver si de paso se consume. Lo mismo ocurre con la alegría: queremos cantar, bailar y buscamos melodías que refuercen ese sentir festivo y alegre.
Pues bien, a partir de esa premisa, lo recomendable es usar el poder que tiene la música a nuestro favor. Se vale darnos permiso para la tristeza, ella es tan válida y necesaria para la vida como lo es la alegría. Pero en estados prolongados no nos hace mucho bien. La música está ahí, a nuestro alcance y cosas extraordinarias pueden ocurrirnos con ella.
¡Si lo sabré yo! Hay ocasiones en que no soporto una sola voz, entonces elijo el piano de Chopin o la alegría jovial de Mozart. A veces quiero caer de bruces sobre algunos recuerdos y me doy un baño de Francisco Céspedes o Ismael Serrano. Y cuando amanezco con ganas de cambiar el mundo, llamo a La Negra Mercedes Sosa y escucho, varias veces, Todo Cambia.
La música está dentro de todos. Úsala a discreción o derróchala, pero úsala. Canta. Cantar hace bien, no te hagas problema si entonas bien o mal, si tu oído musical salió de vacaciones. Canta y deja que la música te recorra el cuerpo y ocupe todo tu espíritu. Puede que un día te sorprenda recordando alguna que otra canción de tu infancia o adolescencia, las que cantaste en momentos de alegría o, solo en momentos, ya sabrás.