Siempre que nos deja un autor con el cual he pasado largos días leyendo sus obras, elijo una de estas y la vuelvo a leer. Con Mario Vargas Llosa la decisión de releer uno de sus libros no ha sido fácil. He pensado a la Tía Julia y el escribidor, Historia de Mayta, Conversación en la Catedral, Travesuras de una chica mala, La guerra del fin del mundo, Cinco esquinas y, al final, he elegido Lituma en los Andes, porque como cuadro de la multifacética realidad social en Latinoamérica, nos muestra o narra, con toda su fuerza las razones del sin sentido y la complejidad de matices ideológicos que esto encierra, incluyendo también una descripción parcial la naturaleza humana.
Siempre fui un admirador de su literatura y al mismo tiempo, nunca compartí sus ideas políticas. Pero esto último no viene al caso, Vargas Llosa será recordado por lo que fue, un gran escritor y un literario. La arquitectura de sus novelas, los dramas que convergen, su prosa y capacidad síntesis, junto con una intuición social, nos presenta reflejos de nuestra fragmentada realidad no para orientarnos, sino más bien para mostrarnos nuevas perspectivas.
Cinco esquinas son cinco realidades sociales, que coexisten en una macro-realidad, que muestra todos sus conflictos y contradicciones valóricas y comportamentales.
El escritor y el político son la misma persona. Esto es indiscutible. Pero la obra literaria y la persona pueden ser separadas la una de la otra. El que considere valiosa su creación literaria no me obliga a estar de acuerdo con sus posiciones políticas y no distinguir entre estas dos caras de la misma moneda haría imposible el placer por la lectura o al menos lo limitaría enormemente.
Por otro lado, pienso que el valor o peso que algunos dan a la política a menudo es exagerado. Un personaje como Zavalita en Conversación en la Catedral sirve como instrumento para denunciar la deshumanización que causa la dictadura o Historia de Mayta que nos muestra la absurdidad y casualidad en algunas acciones que en un momento dado fueron descritas como “necesidad histórica” y pasado ese momento de fuerte ideologización, lo único que queda es la soledad y la miseria como sucede con muchos héroes que sobreviven sus proezas. La relación entre obra y persona es como un chiste. Con un poco de humor siempre podemos reírnos, independientemente de quién lo cuenta.
El tejido social se funda en historias y narraciones de todos los tipos. Estas divergen de grupo a grupo, pero tienen siempre elementos comunes que determinan la comunidad. Por otro lado, comunicar exige referencias comunes y estas se nutren de la literatura, el arte, la música y el canto coagulando visiones, perspectivas, utopías y sobre todo emociones compartidas.
La obra que nos deja un escritor como Mario Vargas Llosa es no sólo la descripción de estos grupos en sus realidades, cotidianidad e interacción, sino que también el modo en que estos se relaciones interna y externamente, reafirmado o socavando las ideologías y valores que sustentan la comunidad. En cierta medida Vargas Llosa ha sido un antropólogo, que ha dado forma, sentido y contenido a estas narraciones y nos presentado también su descomposición.
En “Lituma en los Andes” todo inicia con una conversación entre una señora que habla en quechua con un acento difícilmente compresible y que explica a Lituma, que no encuentra su marido. Una señora de edad, sin dientes, que dejaba correr la saliva por la comisura de los labios y que se dirigía a las “autoridades” para denunciar un crimen cometido por los supuestos liberadores del pueblo oprimido en las gélidas alturas de los Andes.
Un sueño político o utopía delirante que confronta una realidad dura y de siglos, que no cambia ni cambiará de la noche a la mañana.
Una descripción de una realidad heterogénea e incompatible a la vez, como en Pantaleón y las visitadoras que a pesar de todas sus aberraciones y debilidades persiste en el tiempo.
Este era el universo de Vargas Llosa, que recientemente nos ha dejado sin llevarse consigo sus propias pesadillas, las que heredamos como legado cultural y atavismo.
Te has ido, como todos se van, dejándonos tus libros: un laberinto de letras, ecos , voces y un palacio de sueños con historias tejidas donde cada huella es camino. Te seguiré leyendo más allá del olvido. Lo seguiremos leyendo y releyendo, como hacemos con García Márquez, ya que ambos, ha pesar de sus peleas, han descrito y narrado el imaginario latinoamericano.