¿Qué se pregunta uno cuando piensa en Jesús? Probablemente que cuáles son sus mandatos, que qué pide de mí, hacer tal o cual.

De ahí se entra en una cadena de acciones por su orden de importancia, su radicalidad, qué tiempo uno deba comportarse así, en fin.

Eso cuando se tiene se tiene a Cristo como ideal. Si se le toma como un personaje destacado, entonces no habrá que preguntarse qué pide para convertirse en uno de los suyos.

Aunque, poniéndonos a pensar, es muy humano que, visto Jesucristo como se le vea, seamos curiosos ante su personalidad.

Viendo lo físico, puede ser que indaguemos de él su apariencia, su manera de hablar, de sonreír.

Eso ya será trivial. Sin embargo, este artículo quiere tomar un aspecto de su personalidad que se relaciona, por ejemplo, con lo de su sonrisa: nos detendremos nada menos que en los sentimientos de Jesús.

“Sentimientos” no está tomado con todo tecnicismo en estas líneas. Primeramente, porque esta columna tiene la premisa irrenunciable de no usar términos técnicos. Enseguida, porque en caso de tomar así la palabra, se podría entender que me inclino hacia las teorías de Freud, de Fromm o de Carl Rogers, y no: tómese “sentimientos” como todo mundo los entiende, por favor.

Sí. Aquellos sentimientos a que se refiere la abuela cuando recomienda a los nietos sobre elecciones de pareja: “Fíjate en sus sentimientos, no en lo demás”, donde nuestra palabra del día está tomada como que (la tal persona) consulte el corazón antes de decidir, se tiente el corazón.

Jesús se conmueve una y otra veces

Por su parte, el caso de Jesús como modelo de conducta (en tanto que es “verdadero hombre”) muestra un timbre inequívoco, se conmovió. Son muchos los relatos bíblicos que lo apuntan. Ahí tan solo se une este párrafo con el anterior: se tocaba el corazón, el Señor.

Se puede decir que es el sentimiento más explícito del Señor mostrado por la Biblia. Se conmovió viendo a Lázaro tendido, ante los enfermos y necesitados, hacia sus seguidores faltos de comida.

Uno de esos momentos me impacta en particular: a la vista de su tierra, su patria, se duele Jesús: “Jerusalén, Jerusalén, hace tanto que he querido cobijarte bajo mis alas (…), y tú no has querido.”

Y da un vuelco, mostrando un sentimiento diferente: “Pero, te aseguro, que no quedará de ti piedra sobre piedra.” ¡Pas!

Así pasamos a un segundo sentimiento (no sigo un orden estricto, eh), que es el enojo.

“El Dios vivo que ha bajado del cielo” lo muestra en varios pasajes evangélicos, algunos explícitos y otros que uno ve implícitos en su actitud.

Como por citar un caso, cuando enfrenta a la turba que quiere apedrear a la pecadora, le dicen qué pretenden y responde que quien no sea pecador lance la primera piedra.

Se entiende que se enojó con los linchadores, pero el evangelista no lo escribe expresamente. Con todo, demostró su serenidad ante la agitación, pues se mantuvo escribiendo en el suelo.

Otro disgusto (el más conocido de todos) fue ante los mercaderes del templo. Se ve que a gritos los saca de ahí, clamando que están en una casa de oración y no en una cueva de ladrones.

Fue el exabrupto más citado de él porque verdaderamente tronó. Una mezcla de sentimientos: hartazgo, ira. Un Cristo “incontrolable” se asomó ahí.

Contento y frustrado

Ante el joven rico del evangelio que pide al maestro que le señale el camino, Jesús le dice que cumpla los mandamientos.

“Los he cumplido, señor”, repone el muchacho.

Entonces el evangelista escribe de una forma que destaca en los diálogos de Jesús con sus seguidores: que el maestro “lo miró, y lo amó”. Es único este pasaje.

Es decir, que Cristo ama queda claro, él es amor. Su arribo al mundo, sus enseñanzas, muerte y resurrección son pruebas de amor. Pero que digamos en su vida cotidiana, al recibir una respuesta amara, eso solo sucede con el joven rico.

Hay un gesto que Jesús nunca mostró en la tierra o que sus biógrafos jamás registran: la sonrisa. El sacerdote mexicano Lino Larios Pastrana nos decía que se supone que ese “lo amó” vino acompañado de una sonrisa.

Sin embargo, pasó Cristo de complacido a decepcionado, pues al plantearle el siguiente paso del camino "(entonces) vende todo lo que tienes, repártelo a los pobres, y sígueme”, el joven se dio la vuelta para no ir más allá, ya que vivía muy apegado a sus bienes.

¿Sonrió cuando las buenaventuranzas?

Además de la que aquel padre deducía, pienso que al menos una sonrisa más debió haber cuando las bienaventuranzas.

¿Por qué? Porque a cada una de las acciones que el maestro destaca corresponde un beneficio que hará feliz a quien las practique.

Muchas veces les dice: “¡Alégrense y regocíjense!”, “¡Dichosos ustedes!”

Estoy convencido que aquel escenario debió trazarlo Jesús con una sonrisa en los labios.