Tal vez alguno de vosotros recodaréis mis conversaciones con Juan Gaitán, «El hombre que ama la jara», a quien he dedicado alguna columna en periódicos de la comarca del Baix Llobregat.
Juan Gaitán
Juan quiere que yo transcriba sus experiencias para darle forma de libro. Pese a mis reticencias iniciales por el trabajo que conlleva, escucharle contar su vida ha aumentado mi interés y me he puesto manos a la obra con la biografía.
Como ejemplo os traigo uno de los pasajes más interesantes, el cual me ha hecho recordar una guerra casi olvidada.
Juan se incorporó al ejército en 1957, al año de ser llamado a filas. Al poco estalló la Guerra de Ifni, que se desarrolló en el contexto histórico de la descolonización de África, comenzada años antes.
Tropas del Ejército de Liberación Marroquí, una fuerza liderada por Ben Hammu que poco antes había luchado contra los franceses, atacaron ese territorio.
Hay que recordar que la presencia española en Sidi Ifni se debió a que el sultán de Marruecos, Mohamed IV, cedió ese territorio a España por el Tratado de Wad-Ras, firmado en Tetuán el 26 de abril de 1860. Pero Marruecos, tras obtener en 1956 la independencia, empezó a expresar su interés por descolonizar las posesiones españolas, fundándose en los proclamados vínculos históricos y geográficos de dichos territorios con Marruecos.
Esa guerra, absurda como todas las guerras, ocurrió entre octubre de 1957 y abril de 1958, y a ella debía ir nuestro protagonista. Pero su padre habló con el dueño de las fincas donde trabajaba y éste consiguió mediante influencias que Juan hiciera la mili en las baterías costeras de Algeciras. creadas en 1730 por temor a que los ingleses quisieran expandirse por España desde Gibraltar.
Consistían en una serie de fuertes y torres en torno a la bahía de Algeciras. Tras diversas guerras, gran parte de ellas fueron destruidas y muchas quedaron obsoletas, siendo a su vez reemplazadas a partir de la Guerra Civil.
Allí fue donde pasó la mili, en una nueva zona fortificada con piezas de artillería imponentes que de nuevo –según leo– han quedado obsoletas y abandonadas en el tragicómico juego de la guerra.
Hay muchas anécdotas colaterales, como estamos viendo, en la historia de Juan, y él, hombre generoso, las recuerda con cariño. Me pide –insiste– que difunda su relación con los productos naturales, sobre todo con la jara en infusiones, que no ha podido ser más beneficiosa para su salud.
Él comenzó a tomarla sobre 1975. También me habla de la bondad del ajo mañanero que le enseñó su abuela materna desde que era un niño, del aceite de oliva, del vegetarianismo y del aire caliente para los problemas bronquiales, cuya bondad descubrió en 2015. Me lo repite muchas veces.
Es un placer escucharle, aunque a veces resulte doloroso recordar las penalidades de generaciones anteriores. Juan tiene muchas cosas que contar y conforme vamos hablando me ha ido abriendo ventanas interesantes que intentaré transcribir: el campo, la vida en los cortijos, la agricultura de subsistencia, los maquis, el río Guadalquivir, Sidi Ifni y su carga colonial, la diáspora del pueblo andaluz...
Tantas historias que a casi nadie interesan, pero que, juntas, son nuestra Historia.
Josep Royo
El 14 de octubre de 2012 fallecía en Castelldefels Josep Royo. Vino a vivir a esta ciudad en 1967, desde Barcelona, donde trabajó durante muchos años como dibujante de lo que entonces se llamaban tebeos, a los que consagró gran parte de su vida en la mítica Editorial Bruguera.
Esta editorial nació en 1910, cuando Juan Bruguera Teixidó fundó, en Barcelona, El Gato Negro, que al principio publicaba novelas de amor, policíacas, biografías y libros de chistes. En el año 1917 apareció TBO, fundado por Joaquín Boigas, cuyo éxito hizo que Bruguera sacara al mercado Pulgarcito en 1921 con la intención de hacer un humor diferente.
En 1933 murió Juan Bruguera y el negocio pasó a manos de sus hijos, Pantaleón y Francisco. La editorial sobrevivió a la Guerra Civil y, en 1939, fue rebautizada con el nombre que hoy la conocemos.
La producción de Bruguera era un humor basado en lo cotidiano. En ella podemos recorrer, con la perspectiva de un tiempo que se fue con nostalgia, un retrato sociológico de la España de la posguerra, la época de la autarquía y el posterior desarrollismo franquista de los años sesenta.
Hacia 1970, época dorada de la editorial, llegaba a publicar más de cuatro millones de revistas al mes, repartidas entre DDT, Tiovivo, Din Dan, Lily, Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, entre otras. Artistas tales como Cerón, Cifré, Conti, Enrich, Escobar, Gin, Grosset, Iranzo, Ibáñez, Karpa, March, Schmidt, Muntañola, Peñarroya,Sabatés, Sanchís, Sifré, Keto, Toni, Vázquez, nuestro protagonista, tristemente desaparecido, y muchos más, conformaron ese universo de ilusiones que hicieron menos penosa la vida a muchas personas.
Muchas veces compartí con él un café en la terraza del Boga-Boga, donde pasábamos revista a los problemas cotidianos. Nos preocupaban, sobre todo, como a cualquier padre, los de nuestros hijos (Cristina, Jordi, Emma, Javier…) y siempre encontrábamos soluciones a las dificultades mundiales, las cuales, para desgracia de la humanidad, nunca resultaban.
Café compartido, Josep Roy y Felipe Sérvulo.
Afortunadamente, ya que teníamos presente la frase de Groucho Marx:
Lo malo de hacer sugerencias inteligentes es que uno corre el riesgo de que se le asigne para llevarlas a cabo.
Nos partíamos el pecho riendo.