México vive un momento clave en su historia reciente. Así como los sexenios de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas implicaron un cambio de régimen político, pasando del superado y fracasado nacionalismo revolucionario, hoy, con los sexenios de López Obrador y Claudia Sheinbaum, pareciera que México pasa por otro cambio de régimen político: abandonar la incompleta y vacua transición democrática. Este tipo de cambios tiene ecos o réplicas telúricas en todos los niveles de un Estado.
Uno de los niveles más interesantes en estos cambios es a nivel ideológico o de identidad nacional. ¿Quiénes somos los que formamos un Estado? ¿Qué elementos o historias comunes tenemos que nos distinguen del resto?
El escritor Paco Ignacio Taibo II, en su documental Temporada de Zopilotes, al narrar el primer enfrentamiento en el Golpe de Estado contra Francisco Madero explica: “el combate entre las fuerzas golpista de Bernardo Reyes y los leales de Lauro Villar debía darse en el Zócalo. En un país tan simbólico como México, donde los símbolos tienen tanto valor, el conflicto se debió resolver en el corazón político”. Tiene razón Taibo II: entender la realidad política de México debe tomar en cuenta la esfera simbólica.
¿Cuál es la narrativa o identidad nacional que justifica al nuevo régimen? ¿Hay alternativa? ¿Cuáles son las narrativas en conflicto en México? ¿Qué es una identidad nacional y cuál es su función? Esas son las preguntas que intentaremos resolver.
¿Qué es una identidad nacional?
Aristóteles define a los humanos como animales sociales, y John Dewey supera la dicotomía de la modernidad entre individuo y comunidad afirmando que el individuo siempre se da en el contexto de una comunidad.
Tenemos una tendencia a juntarnos en grupos. Sin embargo, esa tendencia no es suficiente para que los grupos humanos se den y sus miembros colaboren entre ellos. Los grupos humanos son mucho más que la coexistencia de individuos en un mismo espacio, como los pasajeros de un vagón de metro. Para que exista una comunidad, se necesitan relaciones emocionales, jerarquías, afinidad y algún sustrato o elemento que identifique a los miembros entre ellos. En otras palabras, se necesita algo que permita que los individuos se vean entre ellos como un “nosotros”, mucho más allá de un “otros”.
En grupos pequeños, como familias o grupos de amigos, es el cariño, la afinidad de sangre o de intereses y, sobre todo, el amor, la sustancia que permite agrupar, asociar y unificarse. Los “nosotros” de esta familia somos los que tenemos un origen común y un amor que compartimos. Este tipo de lazos son suficientes para las comunidades cuyo número es relativamente pequeño. Conforme los grupos humanos crecen en número, el amor o afecto entre ellos va disminuyendo, diluyéndose entre una masa de vecinos, conocidos, compañeros de trabajo y paisanos. Esto obliga al grupo a construir una narrativa común que les otorgue una identidad compartida para mantenerse unidos. Estas narrativas culminan en la construcción de mitos comunes, donde lo importante son los sentimientos de afinidad que genera siempre simplificando los hechos históricos.
En el Libro III de La República, Platón propone la "mentira noble" como una historia ficticia que los gobernantes podrían contar a los ciudadanos para garantizar que cada uno acepte su lugar en la sociedad y contribuya al bienestar común. Es una mentira con un propósito positivo, utilizada para persuadir a las personas de algo que, aunque falso, sería beneficioso para la sociedad en su conjunto. Se trata de una idea presentada como una herramienta política y filosófica para mantener el orden y la cohesión social dentro de la ciudad ideal.
Un claro ejemplo de una “mentira noble” es el capítulo Lisa the Iconoclast, número 16 de la séptima temporada de Los Simpson, donde Lisa descubre que Jeremías Springfield, héroe y fundador de su pueblo, era en realidad un pirata que engañó a los pioneros huyendo de una vida de crimen.
En la escuela, Lisa participa en un proyecto de historia sobre la fundación de Springfield y comienza a investigar a Jeremías Springfield, el fundador legendario de la ciudad. Durante su investigación, Lisa encuentra evidencia de que Jeremías no era el héroe honorable que se creía, sino un pirata codicioso llamado Jebediah Springfield. Lisa lucha con la decisión de revelar la verdad o mantener la leyenda para no destruir el espíritu de la ciudad. Finalmente, decide no arruinar la celebración del "Día de los Fundadores" y permite que la comunidad conserve su mito.
La formación del Estado Moderno llevó la noción de la “mentira noble” al extremo con el surgimiento del nacionalismo. El Estado Moderno, un modo de organización relativamente novedoso en la historia de la especie humana, reclama para sí el monopolio del uso de la fuerza, el poder político y el trato con los ciudadanos que lo constituyen. Se anulan o suprimen la relevancia política e identitaria de las instituciones políticas como feudos, gremios, parroquias o grupos étnicos, entre otros.
Evidentemente, este proceso fue todo menos pacífico y libre de conflictos y violencia. El vacío identitario de esta transformación provocó el surgimiento del nacionalismo para mantener la cohesión política y social dentro del Estado.
El nacionalismo es una narrativa política, social y cultural, que promueve la identificación y lealtad de un grupo de personas hacia una nación. Es la afirmación de una identidad colectiva basada en elementos como la cultura, el idioma, la historia, las tradiciones y, a menudo, un territorio común.
El nacionalismo busca consolidar la idea de que los miembros de una nación comparten un destino común y, en muchos casos, aboga por la autonomía política o la soberanía de esa nación. En el Estado moderno, el nacionalismo ha sido utilizado como una herramienta para legitimar el poder político. Al construir una narrativa nacional, los estados consolidan el sentido de pertenencia de sus ciudadanos y refuerzan la cohesión social.
Sin embargo, el Estado Moderno, al diluir todas las instituciones públicas intermedias y reclamando para sí el monopolio de las relaciones políticas entre el gobierno y el ciudadano, requiere una sola identidad política que justifique su existencia, la “unidad” de un pueblo y la lealtad a un Estado y Gobierno.
Para un Estado Nación, la diversidad identitaria y cultural es un peligro y un riesgo, pues, así como la locura cuestiona a la razón y la ciencia, la diversidad cuestiona la unidad y los discursos hegemónicos.
Los estados modernos han promovido un nacionalismo cultural, buscando la unificación lingüística, educativa y cultural dentro de sus fronteras. Esto ha llevado a la exclusión o represión de las minorías.
El filósofo anarquista Antonio Gramsci acuñó el término de “discurso hegemónico”, que se refiere a la narrativa nacionalista dominante en una sociedad que justifica, naturaliza y perpetúa una estructura de poder específica. La hegemonía opera no solo a través de la coerción, sino también mediante el consenso cultural y la construcción de valores, ideas y creencias que se aceptan como "normales" o "naturales".
El nacionalismo es una herramienta de opresión, exclusión y discriminación. Oscar Wilde expresó que "el patriotismo es la virtud de los viciosos”, pues quien domina la narrativa nacionalista define el contenido de “bien común”.
El “proyecto nacional”, el “sentir común” y los “llamados a la unidad” dependen de la identidad nacional. Todo está basado en mentiras. No en los hechos, sino en las interpretaciones ajustadas para mantener a las élites en el poder.
Desafortunadamente, no puede existir un Estado sin nacionalismo, sin un discurso que aglutina. Y, al menos en occidente, el Estado-Nación ha garantizado, en algunos casos, la defensa de los derechos humanos, el desarrollo de ciencia y arte, y una sociedad económicamente próspera.
Hay que evitar todo engaño y romantización: las consecuencias del Estado Moderno no se pueden simplificar. Ha sido un tipo de organización compleja, para la que lo mismo da la Alemania Nazi, el Imperio de Japón y el Congo Belga, que los actuales países del denominado “primer mundo”.
Quizás el mejor ejemplo de estas contradicciones sean los Estados Unidos de América, donde la narrativa nacionalista inspiró a luchadores por los derechos civiles como Martin Luther King Jr. Rosa Parks, Frederick Douglass, César Chávez, Dolores Huerta, Rodolfo "Corky" Gonzales, Reies López Tijerina, Wilma Mankiller, Russell Means, Vine Deloria Jr. y Deb Haaland, entre muchos otros, pero al mismo tiempo justifica las mismas injusticias contra las que estas personas han luchado.
Es por ello que, en la formación de una sociedad democrática, libre y próspera, se debe tener cuidado en el tipo de narrativa identitaria o discurso hegemónico que se impone. Debe ser uno que permita altos grados de diversidad y espíritu crítico, basado no en rasgos étnicos, lingüísticos o religiosos, sino en el reconocimiento de la dignidad de las personas, la universalidad de los derechos humanos, la igualdad entre los individuos y la capacidad de impulsarnos hacia el futuro.