Un hombre con pinta de señor de clase media aparece un día en el parque de una urbanización de clase media y nada en él llama la atención. Es alto, un poco barrigón y parece fuerte. Tiene entre cincuenta y muchos y sesenta y pocos, pelo gris bien cortado, bigote bien cuidado y ojos verdes. Viste pantalón oscuro, camisa blanca a rayas azules, casaca negra y zapatillas ordinarias de tela negra. Va limpio, o lo parece.
Buenos días, lo saluda la gente mayor que toma el sol en las bancas; buenos días, los vecinos que pasean a sus perros; buenos días, los que salen a correr disfrazados de joggers porque el verano se acerca; buenos días, las amas de casa con sus carritos de la compra; buenos días señor, los Serenos de guardia. Buenos días, responde a todos el recién llegado, elige una banca y se sienta. ¡Perdón!, le sonríe una mujer que lleva un perro cuya correa se enreda en su banca, se acerca, la desenreda y se despide con otro buenos días. Antes de que termine de alejarse, el hombre pregunta, ¿tiene algo de comer?, con cara de quien pide la hora. El pedido, la actitud y algo más inquietan a la mujer, no parece un mendigo, piensa, ¿tendrá algún problema mental y estará perdido?, ¿por qué huele a alegrías muertas?
Cu-cu-lí, cu-cu-lí, cantan las palomas su canción de siempre. Ssss, se posa en el pasto una bandada de botones de oro. Un grupo de loros descendientes de dos escapistas enamorados, pregona su libertad desde la copa de un árbol. Los tordos, celosos, chillan escandalosos. Un gallinazo limeño, negro, calvo y feo, clava la mirada en el recién llegado, hace cálculos y sigue su vuelo. ¡Guau!, persigue una perrita a una ardilla burlona. ¡Miauuu!, se estira un gato desperezándose.
La banca es de hierro y madera. El asiento está hecho de dos tablas y el respaldo de una. El hombre con pinta de señor de clase media cruza las piernas y extiende un brazo a lo largo del respaldo, da la impresión de estar a gusto, o lo está, ¿será verdad que tiene hambre? Otro señor que no llama la atención se sienta a su lado a leer un diario. ¿Me lo presta?, pide el otro cuando nota que ya lo acabó, el señor se lo regala y se despide. Él estira las piernas, coge el periódico con las dos manos, dobla los brazos y parece leer, o lee, en pose de señor sentado en el sillón de su casa. La hora del almuerzo llega sin almuerzo y el parque se vacía.
Buenas tardes, regresan los paseantes después de un rato largo y lo saludan, buenas tardes, responde a cada uno y los observa, o eso parece. Ve adultos caminando apurados rumbo a alguna parte, ¿cuándo fue la última vez que caminó apurado a alguna parte? ¿lo recuerda o prefiere olvidarlo? Ve parejas de su edad tomadas de la mano, ¿cuándo fue la última vez que una mujer tomó la suya?, ¿añora el recuerdo o lo maldice? Ve niños jugando pelota, ¿juega alguno con su rostro en otro parque extrañando a su padre o suplicando que no vuelva? Observa, el hombre sentado, o parece que lo hace. Ve gatos grandotes comiendo de platos distribuidos por el parque, gatos callejeros medio adoptados por toda la manzana, gatos libres con derecho a rancho.
El sol se va, el ambiente se enfría y las farolas se encienden. Buenas noches, saludan otra vez los mismos, o casi, él vuelve a responder y sigue observando, o sigue pareciendo que lo hace. Ve grupos de adolescentes disforzados y mal hablados, ¡puta madre, huevón!, gritan cada dos palabras chicas y chicos, y no saludan. La hora de la comida llega sin comida y el parque se vacía. Un poco más tarde, parejas de enamorados llegan a llenar las bancas de caricias y promesas, ¿extraña una mujer las caricias del hombre sentado, o bendice estar libre de sus manoseos? La humedad limeña lo abraza y se hace un ovillo en la banca. Los adictos llegan reptando desde una avenida cercana y se tienden en el pasto para que la luz azul del auto de Serenazgo no los detecte, allí desparramados vuelan soñando con vivir. ¿Tiene miedo, el hombre con pinta de señor de clase media, o le da igual? No duerme, ¿hace planes o los sepulta?, ¿llora un golpe más de la vida o el peor de sus arrepentimientos? ¿Es un alto para tomar aliento, o ha llegado al final de su camino?
Despierta hambriento, frío y entumecido. Nota que los adictos ya no yacen en el pasto, solo vienen por las noches, cuando nadie puede verlos, como las cucarachas. SHHH CLAAAC, SHHH CLAAAC, SHHH CLAAAC, trabaja con ritmo la barrendera que lo mira asqueada, ¡cochino!, murmura, nadie me cree cuando cuento lo que veo, SHHH CLAAAC, SHHH CLAAAC, SHHH CLAAAC. Ni cuenta se da de la barrendera, de su ritmo ni de su asco, se pone de pie y se estira con esfuerzo. Tiene la ropa húmeda y la boca seca. Una mujer sin edad ni encantos visibles se le acerca, ¿ha dormido usted en la banca?, ¡pero por qué, señor! ¿Puede darme algo de comer?, esquiva, pide y recibe. ¿Agradece, o cobra un derecho?
Llega la gente mayor a sentarse en las bancas a tomar el sol, llegan los perros y sus dueños, llegan los disfrazados de joggers porque el verano se acerca, pasan las amas de casa con sus carritos de la compra, aparecen los Serenos de guardia. Buenos días, corresponde a menos saludos que el día anterior. Ninguna correa de perro se enreda en su banca. Ninguna mujer le sonríe. Las miradas de los vecinos lo miden. Buenos días señor, saludan igualito nomás los Serenos de guardia, que no notan nada porque no les da la gana de complicarse la vida.
¡Cómo va a ser un indigente, si no es ningún viejo! ¡Ayer llegó caminando sanísimo, bien vestido y limpio, yo lo vi! ¿Por qué no fue caminando así, sanísimo, a buscar trabajo? Debe estar mal de la cabeza, ¿o usted dormiría en un parque porque se le ocurre? ¿Por qué le han dado comida, acaso es gato? ¡Un plato de comida no se niega a nadie! ¿Ah, sí, y por qué no lo mete a su casa, señora? ¿Y si es un experimento sociológico y nos están filmando? ¿O un policía trabajando encubierto? Están viendo demasiada televisión. ¿Y si es un loco?¡O un mañoso degenerado! ¡En el parque juegan los niños! ¡Y si ataca mujeres!...
Revientan los grupos de WhatsApp de la gente del parque y la central telefónica de Serenazgo, aunque la mayoría de vecinos ni se entera porque no lee los mensajes, y la mayoría de los que sí los leen cree que es una exageración, ni que fuera a quedarse a vivir en nuestro parque. Tenga una frazada para pasar la noche, entrega la señora sin edad ni encantos visibles, con su marido, por si acaso, tenga un gorrito de lana también, por si lo necesita.
Lo que nadie escribe en los grupos de WhatsApp ni admite ante Serenazgo es que el hombre del parque es una pesadilla materializada. Un fraude, una estafa, una decisión equivocada durante alguna de las crisis económicas del país y listo, uno puede perderlo todo. Cuántos casos conozco, le pasó a una pareja de viejitos, sus propios hijos les hicieron firmar unos documentos y los pusieron de patitas en la calle. Lo que perdió mi tía cuando aquella financiera quebró con sus ahorros de toda la vida. El negocio de mi papá brilló cincuenta años y se fue al diablo en un par.
No duermen los vecinos verificando su pan para mayo, revisando documentos, chequeando el estado de su pensión de jubilación, unos; rezando por no perder el trabajo, otros. La idea de estar viendo un fantasma de su propio futuro los aterra, hacen más cálculos, descartan la idea de comprarse un antojo para que mayo los coja mejor provistos. Se mueren de miedo los pocos que observan al recién llegado sentado en el parque en la semipenumbra y entonces se dan cuenta de algo. Nunca han conocido a un nuevo pobre que haga ostentación de su miseria, ¿será que ahora es así?
En una semana sentado el hombre pierde la pinta de señor de clase media y todo en él llama la atención. Parece casi un viejo, le ha crecido una barba más sucia que gris y hasta sus ojos están cubiertos por el color de la mugre. Ya no parece fuerte y es claro que lleva encima el peso de alegrías muertas, ¿suyas o ajenas? Pasa los días y las noches sentado, sin que nadie se ponga a su lado, y cuando decide cambiar de banca, camina lentamente y con torpeza. Posee dos frazadas, un gorro de lana, un gorro con visera que no protege su rostro del sol y la banca del parque que elige cada día o cada dos. Come lo que algún vecino le da, como los gatos. Bebe de la manguera del parque, como los gatos. El parque es su baño, como de los gatos, aunque ellos son más limpios. SHHH CLAAAC, SHHH CLAAAC, SHHH CLAAAC, ¡otra vez, carajo!, revienta la barrendera cada mañana, ¡a mí no me pagan para esto!
Aunque los Serenos de Guardia siguen sin reportar incidentes porque no les da la gana de complicarse la vida, su central telefónica sigue reventando y los vecinos siguen presentándose a denunciar por enésima vez a un señor perdido, un indigente porfiado, un loco que vive sentado en una banca del parque y va a matarnos a todos una noche de estas, según el humor y el número de veces que hayan tenido que decirlo. También interceptan a cualquier Sereno que encuentran, a pie o motorizado, daremos una vuelta, señor, estaremos atentos señora, responde cada uno según su estilo, ex–tir–par–hin–din–gen–ten, silabea y toma nota uno muy diligente que no entiende nada, ¿ah no?, ¿entonces qué quiere, señora?, ¡ah, ya!, a–yu–dar–se–ñor–hin–din–gen–ten, tacha y corrige. Las mujeres que pasan por el parque con sus perros, con su carrito de la compra o disfrazadas de joggers porque el verano se acerca, evitan la banca del hombre porque le tienen miedo. Los obreros de los edificios en construcción de la zona se detienen frente a su banca, hasta luego caballero, se despiden tristes tras un par de palabras.
Cuando a Serenazgo no le queda más remedio que intervenir, manda dos delegados. Los Enviados Especiales se acercan, hablan con él, y cuando se van, el hombre sigue sentado en la banca junto a las alegrías muertas. Un poco más tarde, dos policías uniformados se acercan, exigen que se identifique y le explican que vienen a llevarlo a un asilo gratuito para indigentes. Hablan con él, y cuando se van, él sigue sentado en la banca junto a las alegrías muertas. El parque es un lugar público y aunque no se inventó para vivir, no pueden expulsarlo. ¡Y si un día se vuelve violento!, explota un vecino, ah, entonces sí podríamos expulsarlo, responde el señor policía. El hombre que ha venido a vivir sentado en una banca del parque, o que ha venido a morir sentado en una banca del parque, empieza poco después a gesticular raro, de rato en rato mueve los brazos como quien hace una reverencia u ofrece una bienvenida, también mueve los labios como si hablara con alguien que nadie más puede ver.
En tres semanas, el hombre de entre cincuenta y muchos y sesenta y pocos es un anciano cubierto por la polución de la avenida cercana y todo en él es del color de una llanta. Su cuerpo ha adoptado la consistencia de la banca y uno podría jurar que no quiere acompañarlo. Cambiar de asiento es toda una mudanza y se hace entre tres. La señora sin edad ni encantos visibles con su marido, por si acaso, cargan las posesiones del hombre, regalos suyos, mientras él da pasos cortos, duros y lentos, con las manos vacías y las alegrías muertas en la espalda. Ahora tiene una frazada más, una almohada, un cojín, un rollo grande de papel toalla y una bolsa de plástico.
Antes de volver a sentarse, dobla en cuatro la frazada más gruesa y la extiende sobre el respaldo y el asiento con parsimonia, quizá intenta proteger su zona lumbar. Luego se cubre las piernas con otra de las frazadas doblada en dos, y a veces utiliza la tercera para taparse los hombros y la espalda. Ya no cruza las piernas ni extiende un brazo a lo largo del respaldo en pose de señor sentado en el sillón de su casa, ahora es como si yaciera, un bulto lánguido y a la vez tieso. Espera sentado a que la señora sin edad ni encantos visibles, o su marido, por si acaso, le traigan comida en unos depósitos desechables que una vez vacíos deja tirados a los pies de la banca. Los días se suceden, él respira, calma el hambre y la sed y relaja los esfínteres. Está sentado esperando a la muerte.
Hace días que ni los obreros le hablan. ¡Qué le van a hablar, si los dejaba tristísimos a los pobres! ¡Ya ni él mismo se habla! Si no estaba loco cuando llegó ahora de hecho lo está. ¡Ya ni se mueve! ¿Quién les mandó darle de comer? ¡Un plato de comida no se niega a nadie! Uno quizá, ¡pero van cuatro semanas, señora! ¿Ah, solo podemos alimentar para siempre a los gatos? ¡Y dale con los gatos, los gatos no pueden trabajar, señora! El parque es un asco y huele a muerte. Una vecina dice que olía a muerte desde el primer día. ¡Esa señora tiene demasiada imaginación! ¿Por qué no quiere ir a un albergue? ¡Porque quiere espectadores! ¡Quién va a querer espectadores en su desgracia! La policía insiste en que no puede llevárselo a la fuerza. ¿Tampoco pueden multarlo por ensuciar? Tendríamos que sorprenderlo en el momento de la defecación, señor, hablan, escriben, protestan, responden, los vecinos, los Serenos, los policías, mientras la barrendera sigue maldiciendo, SHHH CLAAAC, SHHH CLAAAC, SHHH CLAAAC, ¡veste cochino carajo! y el hombre sigue sentado esperando a la muerte ofreciendo el espectáculo terrible de su deshumanización.
¿Se sentó en la banca buscando descanso y se le refundió? ¿Se sentó en la banca para hilar sus ideas y se le enredaron más? ¿Se sentó en la banca para sopesar su coraje y se le resbaló entre las tablas del asiento? ¿Hace penitencia y a la vez la impone, que se jodan, porque él no cayó de la gracia, sino que lo empujaron? ¿Expía una culpa tan atroz que ni cuenta se da de que ha llenado de miseria, mugre y mierda el parque y la vida de los vecinos? ¿No hace nada, no impone nada y solo está sentado esperando a la muerte? ¿Mató él las alegrías o se las mataron?
El parque despierta en silencio y con el cielo cubierto por una bandada negra. Las palomas callan su canción de siempre. Los botones de oro no engalanan el pasto y hasta los loros y los tordos tienen el pico cerrado. El gallinazo negro, calvo y feo ha traído a su familia a desayunar. ¡CHUUU!, ¡CHUUU!, ¡FUEEERAAA!, ¡FUEEERAAA!, espanta un Sereno conocido. EN-VIAR-PER-SO-NAL. A-VI-SAR-A-E-FEC-TI-VOS-PO-LI-CIA-LES.
IN-DIN-GEN-TEN-MUER-TO-EN-PAR-QUE, toma nota y silabea con tono marcial, pidiendo refuerzos. No muy lejos, un niño y una mujer recuperan la sonrisa.