Estaba inmersa en elegir qué película de Disney ver una tarde cuando, de pronto, me asaltó una inquietud.

Hoy en día, el gigante cinematográfico del ratoncito cuenta con numerosas películas que simulan o directamente emplean personajes de sus películas animadas originales. Algunos ejemplos son las sagas Los descendientes y Una Cenicienta moderna (A Cinderella Story).

Todas las adaptaciones al mundo real son algo libres: una Cenicienta que va al instituto y lleva zapatillas, un Peter Pan adulto que ha olvidado quién era, una Bestia que en vez de tener extra de pelo se queda calvo y le sale maquillaje venoso en 3D… Las versiones son infinitas y, como decía, libres en su interpretación del personaje.

La inquietud fue, entonces, la siguiente: ¿qué pasaría si los personajes de las originales vivieran en el siglo XXI, tal como se presentan en sus versiones animadas?

He ahí el tema a tratar en mis próximos dos artículos (¡toma ya, dos partes!).

Voy a explorar algunos de los clásicos de Disney imaginando el papel que tendrían en la sociedad de hoy, qué pensarían de ellos, qué actual estereotipo social cumplirían… Con las redes sociales, Internet, argot actual, etc. de fondo.

Si el experimento ha captado tu atención, comencemos entonces sin más dilación.

Silbando al arrancar…

(Disney clásico, ¡vamos allá!)

Blancanieves y los siete enanitos (1937)

Blancanieves tendría la tez como la nieve… si esta tuviera urticaria. En la película, Blancanieves tiene catorce años; es decir, está en plena pubertad. Y por muy espectacular que pudiera tener la piel, sería imposible que la tuviera prístina, pues ningún adolescente (o, al menos, ninguno que yo conozca) logra mantener su piel intacta durante la revolución hormonal. Lo siento, pero en esto no admito disparidad de opiniones: si eres un puberto, tienes acné o intentos de ello. Y ya. ¡No se salvaría ni Blanca!

Por supuesto, nuestra ingenua y cursi adolescente tendría redes sociales llenas de ingenuidad y cursilería. Sin embargo, también usaría sus plataformas para denunciar públicamente su situación. Haría vídeos con un hashtag tipo #RompiendoElSilencio; un título escogido con razón, si tu madrastra te quiere arrancar el corazón (y no de forma metafórica como si fuera una canción de Alejandro Sanz o Marc Anthony). Creo que en todos sus vídeos la pobre Blanca se mostraría bastante perdida, sin entender muy bien qué ocurre en general.

Seguramente, iniciaría esa campaña contra su madrastra por consejo de sus amigos los ciervos; no porque saliera de ella. Sabemos que Blanca no es necesariamente perspicaz….

La mayoría de sus seguidores naturalmente le brindaría todo el apoyo y medios para luchar contra su injusta y cruenta situación (porque, sí, en las redes sociales también se forman comunidades positivas y de apoyo). Sin embargo, otros se darían a las teorías conspiranoicas sobre la salud mental de la pobre Blanca, su pertenencia a algún grupo religioso extraño, los mensajes escondidos entre sus mensajes bastante claros y simples… Daría para mil versiones nuevas del cuento.

La Reina Malvada tendría también redes sociales, aunque las emplearía con otros fines. Sus plataformas se caracterizarían por una plétora de fotos de ella divina y estupenda, con alguna publicación ocasional quejándose de lo incomprendida que se siente y lo difícil que es vivir en una sociedad con tamaños estándares de belleza. Sería embajadora de millonarias marcas de cosméticos y ropa y subiría fotos supuestamente sin maquillar, para que sus seguidores vieran lo bella que es sin necesidad de retoques.

Sus seguidores, por supuesto, escribirían comentarios típicos de hoy en día como: «mi Imperio Romano», «menuda reina», o «slayyyy, queen!». Este último sería un comentario bastante desafortunado pero certero, teniendo en cuenta que slay significa «matar» y que, en fin, es la reina. Eso sí: todo serían halagos porque ella los seleccionaría o porque la mayoría estarían escritos por el aterrorizado cazador al que contrató para poder convertirse en, literalmente, una «slay queen».

Los siete enanitos se encontrarían en una suerte de impasse social. Por un lado, recibirían apoyo y elogios por visibilizar un tipo de discapacidad que durante siglos ha sido considerada como divertimento (algo que Velázquez ilustró en su saga pictórica de bufones). Sin embargo, creo que otra parte de la sociedad se centraría más en sus comportamientos machistas y explotadores. O a lo mejor se consideraría lo positivo y lo negativo; una de cal, y otra de arena.

Aunque no sé si la sociedad aceptaría a siete hombres hechos y derechos que se aprovechan de la ingenuidad de una adolescente para convertirla en su ama de casa sin pagarle un centavo, haciéndole trabajar a destajo mientras le recuerdan constantemente lo bella que es de esa forma tan perturbadora. Yo creo que no. Por no hablar de su clara falta de higiene… Creo que tendrían que dedicar menos tiempo a trabajar en la mina y más a asearse y limpiar su casa. Así, nuestra pobre Blanca tendría una preocupación menos.

No podemos olvidarnos del Príncipe Florian (sí, así se llama). Este hombre sí que no se libraría de ser cancelado por la sociedad… Y con razón. Este señor tiene, por lo menos, dieciocho años en la película (por lo que sabemos). ¿Qué hace un mayor de edad cortejando y, sobre todo, besando a una adolescente inconsciente?

Creo que coincidirás conmigo en que se le consideraría un acosador. Observa, escucha y sigue a la pobre Blanca cuando canta, cuando friega, cuando respira, cuando no respira… Seguro que esto terminaría en orden de alejamiento por parte de Blanca, alentada por sus amigos los pájaros. Y encima tendría que hacer más vídeos en redes sociales para denunciar el acoso del que es víctima. Todo esto, con solo catorce años. Pobre Blanca, de verdad.

Cenicienta (1950)

Cenicienta, aparte de ser víctima de una clara explotación laboral (si es que se le puede llamar así, considerando que tampoco a ella le pagan ni un centavo), tendría que aguantar, encima, comentarios sobre lo aburrida y aguafiestas que es por querer marcharse a las doce en lugar de seguir con la fiesta. La gente pensaría que es una adicta al trabajo y que, como poco, tiene insomnio severo, porque no es normal que hable con ratoncitos y pajaritos en la soledad de su alcoba por las mañanas.

¿Y el príncipe? Pues creo que no podríamos decir gran cosa sobre él; ni en el mundo ficticio ni en el real actual. Porque, a ver, ¿qué rasgo de personalidad podrías destacarle a alguien cuyo nombre en su propia película es Príncipe Encantador? Tendrían más personalidad los ratones que él, y eso que en el mundo real los ratones no hablan. Si algo se pudiera resaltar de su «personalidad» sería su insistencia en la búsqueda de la dueña del zapatito. Seguro que dedicaría fondos de las propias arcas del reino para pegar carteles de este, como si el calzado en cuestión fuese la persona desaparecida.

En lugar del Príncipe Encantador terminaría por ser apodado el «Príncipe Estupor», con esa confusión tan incomprensible que tiene sobre la identidad de la dama con la que estuvo toda la noche. Y, claro, en vez de usar cualquier medio sencillo para lograr encontrar personas (por ejemplo, hacer un grupo de Facebook para ver quién fue a su fiesta), seguro que este hombre se iría por la vía más difícil y rudimentaria, costándole el triple encontrar a Cenicienta. Es cierto que sería altamente improbable que Ceni tuviese redes sociales, Internet o siquiera teléfono dada su situación. Pero bueno; el caso es que a este hombre se le vería más pesadito y atolondrado que encantador.

Las hermanastras y madrastra serían la viva representación del odio en redes sociales por pura envidia. Se crearían cuentas falsas para poder insultar y criticar tantas veces como quisieran a la persona que fuera objeto de su envidia. Seguro que las «niñas» compartirían fotos autoproclamándose las más bellas del reino porque así lo dice su madre. Y los comentarios que recibirían… pues nos los podemos imaginar. No creo que cayeran muy bien. ¡Ah! ¿Y Lucifer? Pues sería un gato. Y ya. Los gatos maliciosos también existen aquí, qué le vamos a hacer.

Peter Pan (1953)

Peter Pan sería el epítome de la falta de compromiso y de carencias en madurez, responsabilidades, etc. ¡Por algo existe un síndrome que lleva su nombre! A ojos de la sociedad sería un secuestrador, puesto que se dedicaría a tiempo completo a llevarse a menores a un país que nadie sabe ni dónde está… Muy perturbador. Y si a eso le añadiéramos el hecho de que le parezca tan gracioso que un cocodrilo se comiera la mano de su contrincante… la sociedad lo incluiría en la lista de villanos seguro. Le harían exámenes psicológicos para determinar si padece de alguna afección mental grave, además de exámenes del cerebro que dio origen a un síndrome psicológico.

Seguro que se haría, como poco, una serie sobre este señor. Esta podría tomar dos caminos: o sería una serie ficticia como You ambientada entre Londres y Nunca Jamás (siendo Wendy el objeto principal de su obsesión), o un documental tipo «Las cintas ocultas de Peter Pan: ¿Fantasía infantil o atroz realidad?». Wendy produciría un libro o documental titulado «Cómo sobreviví a mi síndrome de Estocolmo por Peter Pan». Seguramente revelaría cosas impactantes como, por ejemplo, de qué estaba realmente compuesto ese polvo de hadas que le hizo volar.

La comunidad positiva que habita Internet tendría la bondad de crear una campaña de recaudación para comprarle una mano ortopédica a Garfio. Y, al final, terminaría por ser como Maléfica: un villano comprendido por la comunidad de incomprendidos. Ahora que somos más conscientes de las enfermedades mentales, a nadie se le pasaría por alto el claro estrés postraumático que presenta este pobre hombre por culpa del señor Pan. Así, seguro que se convertiría en un símbolo de supervivencia al acoso y el maltrato, así como al estrés postraumático por un accidente tan violento como cruento. En serio: ¿alguna vez se habrá disfrazado alguien de Peter Pan para Halloween?

Con Campanilla (Tinker Bell) se abriría todo un debate sobre la importancia de la sororidad, la competitividad sana, el diálogo honesto… Y, como muchos otros personajes, probablemente se vería en la obligación social (no moral, porque siempre estaría enfadadísima creyendo tener razón), de hacer un curso de gestión de la frustración y la ira. Más que nada, por haber querido deshacerse de la existencia de Wendy. Demasiadas cosas que desempacar de esta cinta…

La Bella Durmiente (1959)

Aurora necesitaría intervención médica ipso facto; o bien por un caso de narcolepsia severo o por un coma prolongado. O incluso tendrían que conectarla a un soporte vital, dada la profundidad de su inconsciencia. Por otro lado, dado su bajo sentido del peligro, estoy segura de que no sería preciso hechizarla para que se pinchara con la rueca. Mándale algo por el móvil y se clava la rueca entera por no levantar la vista del teléfono.

Felipe, teniendo en cuenta cómo en la película le recuerda a su padre que están «en pleno siglo catorce» donde príncipes puede casarse con campesinas, probablemente sería progresista, feminista, naturalista y todo-ista. Pero, ¿te has dado cuenta de que no dice palabra alguna en un tramo extremadamente largo de la película, desde que lucha contra Maléfica? Igual Felipe también necesitaría atención médica, pero de otro tipo. No creo que sea fácil asimilar que lucharas contra un dragón. El shock debe de ser alto.

Pero, ¿y qué hay de Aurora? Piénsalo. ¿Te resultaría romántico despertar de un estado comatoso para descubrir que tu campo de visión está enteramente ocupado por el hombre que tanto te estuvo insistiendo en veros de nuevo en la parte más escondida del bosque? A mí me parecería terrorífico. Aurora y Blanca podrían hacer terapia juntas, dado que ambas tuvieron que sufrir la misma situación. Lo bueno es que podrían contar con las hadas madrinas de Aurora como guardaespaldas. Blindaron su existencia durante dieciséis años; seguro que estarían encantadas de garantizar de nuevo su seguridad y la de su amiga. Si fuera Aurora, desde luego me sentiría bien segura con ellas, sobre todo teniendo en cuenta el carácter explosivo y temerario de algunas (no miro a nadie, Primavera).

En cuanto a Maléfica, creo que la gente simpatizaría con ella. Al fin y al cabo, es víctima de discriminación social (igual que Elphaba en Wicked; ¿será coincidencia que ambas tengan la tez verde?). Se crearían campañas de apoyo con el hashtag #JusticiaParaMaléfica. Y así, surgiría una comunidad en la que personas de todo el mundo compartirían sus experiencias como víctimas de discriminación social, racial o de género, pudiendo así desahogarse y ayudar a otros con su historia. De un supuestamente justo castigo para una villana, saldría un potente movimiento contra la discriminación. ¡Maléfica terminaría por convertirse en un icono! (Aun así, creo que también tendría que hacer un curso de control de la ira para que la brujería no volviera a írsele de las manos).

Así, llegamos al final de la lista de hoy. Espero que hayamos coincidido en la visión que le he dado a estos personajes tan queridos o que, al menos, te hayas entretenido. En realidad, este artículo es una licencia que me he tomado para hacer algunos vuelos de imaginación y fantasía y dejar volar mi mente más allá del estrés y las preocupaciones. Sin embargo, también es una invitación para que tú, que estás leyendo esto, te permitas realizar esos vuelos. Te invito a que trates siempre de dedicar al menos un instante de tu tiempo a viajar allá donde solo estáis tú y tu imaginación; donde las preocupaciones no existen, solo la magia y la fantasía. Y es que, al final, ¡no hay nada como dejar a la mente volar (preferiblemente sin turbio polvo de hadas)!