La gente me señala,
me apunta con el dedo,
susurra a mis espaldas,
y a mí me importa un bledo.
¿Qué más me da?
Si soy distinta a ellos.
No soy de nadie,
no tengo dueño.
Yo sé que me critican,
me consta que me odian,
la envidia les corroe,
mi vida les agobia.
¿Por qué será?
Yo no tengo la culpa.
Mis circunstancias les insultan.

Cuántos, al analizar estas palabras, quisieran podérselas atribuir. Sin embargo, se trata de la letra de la popular canción de Alaska.

Tantas veces decimos aquello de que más da lo que la gente piense, pero en verdad no es cierto, al menos en lo que respecta a un alto porcentaje de los dicentes. Puede que sí lo sea el hecho de que con la edad relativizas, y hay cosas que dejan de causarte desazón: por ejemplo, te da igual que un desconocido te vea las tetas en la playa, pero no deja de inquietarte lo que piensen de ti tus compañeros de trabajo o la vecina.

Me encanta Alaska desde la primera vez que la vi cantar; de hecho, es una de las figuras a las que más admiro (las otras son Lope de Vega, Isabel la Católica y Bridget Jones, por diversos motivos). Es de esa gente auténtica, con personalidad y estilo propio que, sin duda, se pone el mundo por montera.

Yo debía de tener unos nueve o diez años. Estaba cenando junto a mi familia y en la tele daban uno de esos programas recopilatorios de momentos estelares de glorias presentes y pasadas elegidas al azar.

Pero aquella chica con pintas estrambóticas no era una desconocida para mí; yo ya la había visto en La bola de cristal, lidiando con los electroduendes: unos seres como venidos de otro mundo con su malvada líder, que cantaban lo de:

no se ría de la bruja Avería. Si se ríe usted, señora, romperá la lavadora; si se ríe usted, señor, romperá el televisor.

Volviendo a lo que decía de la cena, una voz en off acompaña siempre los primeros acordes, señal inequívoca de estar viajando en el tiempo. Después, el regusto a nostalgia que se queda tras ver la cara de niños de todos esos chavales transgresores, y eso que estábamos muy a principios de los noventa y no nos habían dejado todavía figuras importantes que hoy echamos en falta de esa época (léase Enrique Urquijo, Carlos Berlanga, Tino Casal, Antonio Flores y un siniestro y largo etcétera).

Ella, vestida con ropa oscura que bien podían ser harapos, brazaletes de pinchos, los dedos llenos de anillos y el pelo con mucho volumen, enarbolaba la voz con decisión y firmeza en una melodía que no dejará nunca de erizarme el vello.

Olvido Gara, hija de madre cubana y padre asturiano que había emigrado a México con la guerra civil española, llegó a España junto a su familia con unos diez años. Revoltosa y transgresora desde la más tierna infancia, forjó amistades con otros jóvenes inquietos y, a los catorce, era la guitarrista del grupo musical Kaka de Luxe, del que saldrían temazos con letras muy finas y elaboradas, como:

pero qué público más tonto tengo, pero qué público más anormal (…) Yo no os aguanto, cada vez que os veo, vomito en alto del asco que me dais.

Lo de Kaka resultó bastante efímero, aunque necesario para despegar, y rápido se disolvió. Enrique Sierra y el Zurdo tiraron para Radio Futura y Paraíso, respectivamente; Alaska, Carlos Berlanga, Nacho Canut y Manolo Campoamor formaron los Pegamoides.

La joven Olvido tuvo muy claro por dónde iban a ir los tiros y, con el primer sencillo, allá por 1978, le espetó a su madre que lo de volver al colegio se había acabado. Además, aprovechó para cambiar el nombre artístico de Bazofia, por el que iba a ser el definitivo, influenciada por Lou Reed.

Alaska y los Pegamoides solo sacarían un disco, que llamaron Grandes éxitos; paradójicamente, uno de ellos sí lo sería: “Bailando”. De nuevo, poco después de salir a la venta, con las mieles aún en los labios, el grupo se disuelve.

Mientras tanto, Pedro Almodóvar ya se había fijado en la chiquilla, que no pasaba desapercibida, y contó con ella para el rodaje de su primera película, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón que, aunque se estrenó en 1980, había comenzado a rodarse en 1978. También es la primera película de Alaska (debía de rondar los quince), que interpreta a Bom, una cantante rebelde que ocupa un lugar fundamental en las vidas de las otras mujeres. Cabría comentar muchos aspectos reseñables de esta película que, sin duda, merecen un texto aparte, pero solo mencionaré dos: la lluvia dorada (Alaska haciendo pis encima de una señora) y la canción Murciana marrana (de Kaka de Luxe, muy en su línea), con una letra cuando menos interesante (“Te quiero porque eres sucia, guarra, puta y lisonjera”), no apta para personas altamente sensibles.

De manera paralela a los Pegamoides, había comenzado a forjarse Dinarama, grupo al que Alaska pasa tras disolverse los primeros, en un principio solo como colaboradora y, finalmente, como vocalista.

Era la década de los ochenta, el momento pletórico de la música pop y la Movida Madrileña. Alaska y Dinarama se convierten en uno de los grupos de moda, por el que pasan cantidad de chavales que antes, durante o después lo harán por otros de los míticos, como Ejecutivos Agresivos, Parálisis Permanente o Derribos Arias. Con ellos llegarían las canciones por excelencia que ya todos conocemos: “Perlas ensangrentadas”, “¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?”, “Ni tú ni nadie”, “Rey del glam”, con letras muy alejadas de la tendencia gótica anterior. Ya todos éxitos, a los que se uniría “A quién le importa”, hoy todo un himno que no deja de ser coreado por el colectivo LGTBI: aunque por entonces no existía el colectivo como tal, ellos siempre estuvieron muy involucrados.

Y también La bola de cristal (1984-1988), un programa para todos los públicos, en función de su sección y comprensión. Un poco de culturilla de la mano de Alaska y uno de los pequeños de "Verano azul", que ya se había hecho mayor (Miguel Ángel, Valero, alias Piraña), un poco de humor con Pedro Reyes, Pablo Carbonell y Javier Gurruchaga, series infanto-juveniles de diversa índole (La pandilla, Los Monster) y videoclips del momento. Sin olvidar al cuarteto electroduendes-bruja Avería (“¡qué mala pero qué mala soy!”), que alternaban sus peripecias y maldades con reflexiones de tinte anárquico y crítica social. Luego Alaska cantaba

zoom, zoom, faradio, faradio. Zoom, zoom, y me importa un vatio. Qué tiene esta bola que a todo el mundo le mola.

Al margen de lo televisivo, a finales de la década de nuevo la banda haría aguas y, en 1989, vería la luz Fangoria, junto a Nacho Canut, los únicos que se han mantenido indemnes desde el principio. Esta nueva trayectoria se inicia con el disco "Salto mortal", un cambio a la música electrónica y guiños al cine gore; ello supone una ruptura con la industria, que les da de lado. Lo mucho o poco que sucede desde entonces corre solo por su cuenta, lo cual, desde su punto de vista, tiene de bueno el tiempo que pueden dedicar a experimentar en lo musical y a realizar otro tipo de colaboraciones, además del cine, la radio y la televisión.

En 1999 llegaría el disco Una temporada en el infierno, de la mano de Carlos Jean, que les condujo de vuelta a lo comercial. A partir de ahí, un no parar de éxitos del tipo "Retorciendo palabras”, “Miro la vida pasar”, “Criticar por criticar”, “Dramas y comedias” en una carrera musical en alza que a día de hoy goza de buenísima salud. Y Mario Vaquerizo.

Con más de tres décadas a sus espaldas, Fangoria parece que ya sí ha alcanzado la estabilidad que Pegamoides y Dinarama no lograron, disolviéndose de manera tan prematura. Treinta años que celebraron en 2019 con el lanzamiento de dos discos:"Extrapolaciones y dos preguntas, Extrapolaciones y dos respuestas". En ellos hacían sus propias versiones de treinta de sus canciones predilectas, que incluyen artistas de lo más variado: OBK, Camela, La Casa Azul, Fabio McNamara, Marta Sánchez, Dorian o Ku Minerva, entre muchos otros.

En marzo de 2022, con motivo de la presentación del libro Las cosas de la vida. Guía para perplejos, de mi maestro Andrés Amorós, los dioses quisieron que entre los interventores estuviera Alaska. Amorós, con esta obra, nos recuerda que somos enanos sobre hombros de gigantes, que lo aprendido puede acabar dándose por sentado y que por ello lo mejor es recurrir siempre a los sabios del pasado. Allí, en la Librería Antonio Machado, repensando las grandes preguntas de la vida que nos hacemos todos, descubrí que no solo es un placer escucharla cantar, sino que también lo es escucharla reflexionar. Después, en una conversación aparte, el catedrático de literatura se deshacía en halagos para con la cantante, con la que ha compartido espacio en la radio: dejando al margen la faceta profesional, hacía especial mención en la calidad humana.

El pasado 13 de junio, Alaska cumplía años; fecha que coincidió con los únicos dos conciertos que tenía programados para este 2024 en Madrid (12 y 13) en The Music Station. En esta ocasión, el formato estaba integrado en dos partes: la primera con piano y voces como elementos principales, y la segunda más electrónica.

Y allí estábamos mi chico y yo, en la pista, entre montones de fans que improvisaban en corrillos la canción de cumpleaños feliz. Y allí estaba ella, embutida en un vestido imposible, radiante, espectacular, tan genial como aquella vez que, en los albores de mi adolescencia, con la cuchara en la mano y la boca abierta, la escuchara cantar:

mil campanas suenan en mi corazón, qué difícil es pedir perdón. Ni tú ni nadie, nadie puede cambiarme.

Que no pude por menos que arrancar a llorar.

Durante dos horas el público vibró con sus melodías. Poniendo especial hincapié en "Fangoria", también echó mano de las míticas de sus vidas anteriores, con las que la gente se volvía loca. Fue una gran noche, sí. No obstante, siempre sabe a poco, siempre quedan cosas en el tintero; es lo que tiene la naturaleza insaciable.

Salimos del recinto todavía en éxtasis. Haciendo balance, mientras yo apuntaba lo guapa que estaba, mi chico me informaba de que “no ha tocado la de las figuras geométricas (“Geometría polisentimental”), que me gusta a mí; ni la del atropello” (“¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?”). “No es un atropello, es una infidelidad”, le tuve que corregir. Yo, por mi parte, emprendí el camino de vuelta a casa canturreando

mi novio es un zombi, es un muerto viviente que volvió del otro mundo para estar conmigo. Mi vida ya tiene sentido…

Y pensaba, qué va, ¡ojalá!

Teatro Metropólitan, CDMX, México. enero 18, 2024 . Fiesta en el infierno.