Henry Kissinger, fiel representante de la teoría realista en el sistema internacional, sostenía que desde el Congreso de Viena en 1815 los períodos de orden mundial se han ido reduciendo. Desde el final de la Gran Guerra (1914 -1918) Europa vio florecer el idealismo y los sueños utópicos de paz que se reflejaron en la doctrina del presidente Wilson y la creación de la Liga de las Naciones en 1920, a la cual Estados Unidos no pudo ingresar porque el Senado no lo aprobó. Bastaron solo 21 años para que estallara la Segunda Guerra Mundial que a su término dio origen al actual Orden Internacional nacido en la conferencia de San Francisco en 1945 y que estableció a Naciones Unidas bajo el preámbulo de “Nosotros los pueblos resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra…” luego del horror de los dos conflictos mundiales.
En 2025, Naciones Unidas cumplirá 80 años desde su creación y es muy difícil sostener que ha cumplido el mandato de su carta fundacional. Federico Mayor Zaragoza, exdirector general de la UNESCO e incansable luchador por la paz y la dignidad humana, recientemente fallecido, sostenía que, hasta hace algunas décadas atrás, “Nosotros los pueblos no existían y eran temerosos, obedientes, silenciosos y silenciados”. Hoy, a pesar de que los pueblos sí pueden hablar, su voz no es escuchada suficientemente, pese a las numerosas iniciativas beneficiosas para la humanidad que ha realizado Naciones Unidas en el plano económico, cultural o en la defensa de los derechos humanos.
En la actualidad, el Orden Internacional está seriamente debilitado. Su estructura dominada por cinco países atrincherados en el Consejo de Seguridad ha sido sobrepasada por la violenta realidad del siglo XXI. En la guerra iniciada en febrero de 2022 con la invasión rusa a Ucrania, no se conocen las cifras oficiales de militares y civiles muertos y heridos, pero se estiman que superan ampliamente un par de cientos de miles. Ante el mega ataque del grupo terrorista de Hamas en Israel, que dejó 1200 muertos y 250 personas secuestradas en 2024, el gobierno ha respondido con una guerra de destrucción y aniquilación en la Franja de Gaza donde más de 45.000 personas han sido masacradas, mayoritariamente mujeres y niños indefensos.
En Medio Oriente ya no existe la soberanía de los estados creados por ingleses y franceses al desaparecer el imperio turco, en 1918. Siria, el Líbano, y Yemen son bombardeados regularmente por fuerzas de la OTAN. En la guerra civil en Sudán, que ya ha provocado miles de muertos, la hambruna desatada cobra las vidas de niños, mujeres y ancianos. En la región de Tigray, en Etiopía, las víctimas superaron las 100 mil personas en 2022. Pese a los acuerdos de paz firmados un año después, los combates continúan. Al sur del desierto del Sahara, en los países del Sahel, las guerras y terrorismo no cejan, provocando la emigración de millones de seres humanos que buscan llegar a Europa.
En Asia, la situación de Myanmar desde 1948 es de violencia política y étnica junto a prolongadas dictaduras militares, una abismante desigualdad de ingresos y graves violaciones a los derechos humanos. Ello ha llevado a que alrededor 400 mil miembros de la minoría rohingya hayan dejado sus hogares, desplazándose muchos de ellos hacia Bangladesh.
La historia nos muestra, hasta ahora al menos, que solo las grandes guerras o guerras mundiales han puesto término a un determinado orden internacional y dado origen a uno nuevo impuesto por las potencias triunfadoras. La pregunta actual, frente a un debilitado sistema internacional, es si Naciones Unidas resistirá o sucumbirá ante los desafíos actuales. El cambio climático, en términos reales, continúa siendo ignorado al no aplicarse medidas efectivas de mitigación y las metas fijadas se hacen inalcanzables, pese a ser la principal amenaza para toda la humanidad. Se suma el peligro del uso de armas nucleares en los conflictos locales en Europa o en Medio Oriente, junto al rearme de potencias europeas como Alemania y Francia, así como de la OTAN.
El año 2025 tendrá a la cabeza de la principal potencia económica, tecnológica y militar del mundo al presidente Donald Trump, de quien ya conocimos su actuar en su primer mandato. Entre los mensajes que ha enviado para diferentes regiones destaca el dirigido a los aliados de la OTAN pidiendo un aumento del gasto en defensa del 2 al 5% del PIB, lo que se traduce en miles de millones de dólares en compra de armas estadounidenses. A Dinamarca ha reiterado el interés de adquirir Groenlandia debido al significado que tiene para los intereses geopolíticos estadounidenses. A China, país considerado como el principal rival estratégico de Washington, también ha sido advertido del alza de aranceles desde el primer día de su mandato, lo que podría desatar una guerra comercial a nivel global.
Para sus vecinos del norte -Canadá- Trump ha reiterado su deseo de convertirlo en el estado 51 de la Unión, y los ha amenazado que deben detener la inmigración y paso del fentanilo hacia los Estados Unidos o sufrirán represalias arancelarias de un 25%. Lo mismo vale para sus vecinos mexicanos del sur, a quienes ha hecho saber que las deportaciones de inmigrantes ilegales comenzarán desde el primer día de su nuevo gobierno. Las sorpresas para América Latina han continuado al señalar recientemente Trump que el canal de Panamá podría volver a manos estadounidenses debido al cobro excesivo a los usuarios estadounidenses y la creciente amenaza geopolítica que percibe desde China, país que controla dos de los cinco puertos panameños. Es una clara advertencia al gobierno que el tratado firmado en 1977 entre los presidentes Carter y Torrijos, que permitió la entrega del canal en 1999, podría no ser respetado. El término del enclave colonial y su entrega a los panameños es considerado uno de los días más felices de su historia.
América Latina es una región de paz, libre de armas nucleares y donde los problemas sociales producto de la desigualdad, el bajo crecimiento económico, las drogas y la delincuencia son los principales problemas que enfrentan. Tal como lo hizo en su primer gobierno, Trump buscará alinear a la región con sus intereses y obstaculizar una mayor presencia de China en áreas estratégicas. Para ello no vacilará en aplicar “el palo y la zanahoria” lo que veremos con gobiernos incondicionales a Washington, como lo son los de Argentina y El Salvador o, por el contrario, con Cuba, Nicaragua y Venezuela especialmente, donde en este último se materializará el fraude electoral el próximo 10 de enero, fecha en que Nicolás Maduro iniciará un nuevo mandato presidencial. ¿Continuará Estados Unidos comprando petróleo a Venezuela? Los nombramientos del senador Marcos Rubio, como secretario de Estado y de Mauricio Claver-Carone, encargado de América Latina, aseguran el endurecimiento ideológico en una región que ha buscado sin éxito alejarse de la sombra de Washington.
En las actuales circunstancias, por la incapacidad de sus gobernantes de tener una voz común, América Latina es de una irrelevancia absoluta en el escenario global. El año que se inicia coincide, además, con un ciclo electoral con elecciones presidenciales en Ecuador, Bolivia, Chile y Honduras, mientras que el año siguiente, 2026, corresponden a Perú, Colombia, Brasil y Costa Rica. Todo ello estará bajo la mirada de los halcones conservadores de Washington, por lo que se vienen tiempos de incertidumbre para los latinoamericanos.
Hoy cada problema en el plano internacional tiene un efecto global por la interdependencia de las economías y la liberalización de los flujos financieros generados en las últimas décadas. La globalización es un fenómeno que difícilmente puede ser detenido. La inteligencia artificial, las redes y las comunicaciones son armas de uso global cuyos efectos son aún difícil de dimensionar incluyendo el impacto que tendrán en el sistema internacional. Parece claro que Trump buscará modificar el actual orden usando el inmenso poder económico, tecnológico y militar de Estados Unidos. Su visión y las de sus asesores pareciera pretender rediseñar el orden internacional basado en un esquema de poder donde la soberanía de los estados y a lo mejor el mismo derecho internacional, deberán adaptarse a la lógica del poder imperial compartido por ahora con potencias como China y Rusia.