Al cine latinoamericano le falta una película de terror que parta de la premisa de desenterrar algo prohibido. A diferencia de muchas referencias gringas, lo que viene de la tierra no es una pieza milenaria sino los vestigios de un mal más cercano: los restos de algún desaparecido que viene a vengarse, como pasa en el cuento ‘La sonrisa’ de la mexicana Dalia de la Cerca. Se trata de convertir algo natural en esta parte del mundo, para nuestro dolor, en un espectáculo sobrenatural. Sería otra alternativa de recordar. En Colombia, por ejemplo, están recurriendo a las paredes: “Las cuchas tenían razón”, pintan en varias ciudades.
Los colombianos decimos cucha o cucho para establecer que alguien es viejo, de manera despectiva o no. También se emplea para hablar de nuestros padres: mi cucha y mi cucho. En este contexto, fueron las madres de la Comuna 13 ―siempre las madres: Madres Buscadoras de México; Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina; Madres de Soacha, en Colombia― a quienes se les dio la razón: había restos humanos en La Escombrera, un tiradero de Medellín donde este mes encontraron cuerpos con tiros de gracia y otro que se asegura murió en estado de total indefensión; todos corresponden a desaparecidos entre 2002 y 2003, de acuerdo a lo dicho por la Justicia Especial para la Paz (JEP).
En esos años, a las fuerzas militares, la institución, le gustaba pasar tiempo con grupos paramilitares, alzados en armas que se dedicaron al narcotráfico bajo la excusa de combatir a la guerrilla; hay fotos de una operación conjunta: Orión. buscaban guerrilleros y se llevaron a cientos de civiles por delante. Para los interesados, la columna de Estefanía Ciro en el diario mexicano La Jornada hace un recuento corto y preciso.
El conflicto armado colombiano tiene más de 124.000 desaparecidos. Medellín aporta casi 6000 personas a la cifra, de los cuales 502 son de la Comuna 13. Las madres y mujeres de allí, pertenecientes a Mujeres Caminando por la Verdad, insistieron varias veces que en La Escombrera estaban sus familiares. En 2015 se hizo un primer intento de búsqueda que no dio resultados. En el esfuerzo actual, se han removido 37.022 metros cúbicos de tierra y escombros para descender a 15 metros de profundidad. Cual película de terror: los involucrados apostaron a que el tiempo se encargaría de borrar lo ocurrido.
Tan pronto empezaron a verse resultados, en Medellín se pintó una pared con el mensaje “Las cuchas tenían razón”, que incluía un señalamiento al responsable: el expresidente Álvaro Uribe, a quien siempre se le ha acusado de tener fuertes vínculos con los paramilitares; fue también durante su gobierno que se asesinaron civiles y se presentaron como guerrilleros muertos en combate, los falsos positivos. Quizás la mención de Uribe fue lo que causó molestia en algunas alcaldías y sectores políticos y sociales: la Alcaldía de Medellín decidió pintar sobre el mural para evitar el desorden y retomar ese color caqui grisáceo que llena de vida las calles.
Fue entonces cuando otros muros decidieron empezar a hablar: Cali, Pasto, Bogotá, por mencionar tres lugares de Colombia, también quisieron darle la razón a las cuchas de la Comuna 13. No faltaron los cortos de juicio: borrar los murales no va a cambiar la historia, la tragedia acontecida ―parafraseo para evitar menciones innecesarias e intrascendentes. Borrar los murales es evitar que esta verdad se comunique, se transmita desde otro lugar que no es el oficial, desde uno cercano a las víctimas, quienes son las más importantes; para mí eso es lo trascendental, quizás para quienes los hacen también.
En las películas de terror, una de las premisas clave es que se olvide lo enterrado, así cuando “eso” sale a la luz, o a la oscuridad, toma por sorpresa a todos, salvo uno que otro personaje que enfrenta a la “maldad”. Quizás por eso nos pasa tanto lo mismo en Latinoamérica y en Colombia: sabemos que pasó, pero se queda en un relato, en un chisme, no en una verdad. En este caso, en una verdad que hasta las paredes saben. Tanto es así que la canción de Rubén Blades, ‘Desapariciones’, sigue tan vigente después de 40 años.
¿A dónde van los desaparecidos?
Busca en el agua y en los matorrales
¿Y por qué es que se desaparecen?
Porque no todos somos iguales
¿Y cuándo vuelve el desaparecido?
Cada vez que los trae el pensamiento
¿Cómo se le habla al desaparecido?
Con la emoción apretando por dentro.
Quizás no hemos hecho películas de terror, o no tantas para que sea notorio, porque todavía procesamos nuestras rutinas, hay mucha naturalidad a la que temerle. Desde la no ficción y el periodismo, el tema es recurrente, hasta premiado. Como ejemplo está la crónica de Leila Guerriero: ‘El rastro de los huesos’, la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense, especializado en buscar e identificar rastros y restos de desaparecidos; empezaron a trabajar para el juicio de la Junta Militar de aquel país. En Colombia el trabajo lo está haciendo la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD). Latinoamericano, ¿cómo se llama a la gente que hace esto en su país?