Hace cuatro años, acepté el fascinante reto de impartir un curso de Big Data. La propuesta temática era intimidante, ya que planteaba un enfoque desprovisto de herramientas “listas para usar” (ready-to-use) y, por el contrario, proponía una aproximación altamente técnica.
Esta exigía una práctica minuciosa y mecánica que consistía en el dominio del sistema operativo Linux, configuración de máquinas virtuales y la instalación de más de media docena de herramientas a través de línea de comandos, así como la configuración de una interminable lista de archivos del sistema (.sh, .ini, etcétera).
En aquel entonces, los asistentes de Inteligencia Artificial como ChatGPT o Claude aún no existían. La preparación de clases sin estas herramientas se convertía en un proceso arduo y muchas veces tortuoso que consistía en lograr la estrategia pedagógica idónea. Aquí cobraban relevancia aspectos como el guion de clase, los recursos narrativos, los argumentos demostrativos, el diseño efectivo de ejemplos y la elaboración de cuestionarios, glosarios, casos de estudio, dinámicas de grupo, entre otros.
Pronto descubrí que necesitaba cuatro horas de preparación por cada hora de clase dictada. Las sesiones durarían cuatro horas, por lo que debía sentarme a trabajar con días de antelación. Gran parte de este tiempo lo invertía en instalar, configurar y desplegar las herramientas que serían objeto de estudio. Sin embargo, dada la complejidad técnica, surgían constantemente problemas e imprevistos que parecían no tener fin; alimentando un espiral ascendente de frustración y estrés.
En esos momentos, me sumergía en una búsqueda frenética en Google, tratando de encontrar respuestas a preguntas que parecían no tener solución. Después de horas navegando por innumerables páginas y luego de cientos de clics desesperados y furiosos que propinaba contra el mouse, llegaba a alguna página donde otro usuario, probablemente tan desesperado como yo, describía el mismo problema; al cual un alma generosa daba solución acabando así con el misterio. Esta se convirtió en una rutina habitual en mi labor docente.
La preparación de clases en aquella “era pre-IA” demandaba esfuerzo, tiempo y recursos considerables. Afortunadamente, la llegada de la IA ha transformado radicalmente el escenario intelectual. Las interrogantes ya no tienen que resolverse con una tenaz y urgente búsqueda en los navegadores de internet. Hoy podemos contarle a la IA lo que nos aqueja y en cuestión de segundos tendremos una propuesta de solución con base a un vasto conocimiento que despliega en medio de sólidos argumentos explicados de forma didáctica e ilustrados con ejemplos que elevan la comprensión y el entendimiento a niveles solo igualados por largas horas de investigación y estudio tradicional. Estas respuestas trascienden la mera resolución del problema planteado, además abren un abanico de posibilidades pedagógicas; que van desde el análisis profundo de casos de estudio hasta la implementación de prototipos funcionales que transforman conceptos abstractos en experiencias tangibles para los alumnos.
Si bien los asistentes de IA han hecho nuestra labor pedagógica más efectiva y eficiente, la IA ha ido aún más allá en la optimización de la enseñanza. Un ejemplo sobresaliente es Gamma, una plataforma que ha revolucionado la creación de presentaciones. Esta innovadora herramienta nos libera de la tediosa tarea de diseñar diapositivas desde cero, generando automáticamente presentaciones con diseños cautivadores. Gamma no solo produce imágenes de alta calidad, ya sean creadas por IA o seleccionadas de una amplia biblioteca, sino que también genera contenido personalizado según las especificaciones del docente. Tras un análisis exhaustivo de los materiales producidos por esta herramienta, puedo afirmar que la precisión y calidad del contenido generado son verdaderamente impresionantes, elevando significativamente el estándar de nuestros recursos didácticos y transformando nuestra forma de preparar material para el aula.
Otra herramienta notable es Napkin, que crea diagramas e infografías a partir de texto. Quedaron atrás los tiempos en que teníamos que recurrir a la funcionalidad de SmartArt de Microsoft Word para generar diagramas. Napkin detecta y extrae los puntos clave del contenido y los transforma en recursos visuales de gran calidad y estilo profesional. Todo ello sin necesidad de curar o modificar el contenido.
No puedo dejar de mencionar Notebooklm, una plataforma que considero una de las innovaciones más sorprendentes de los últimos años. Esta herramienta no solo resume contenido de diversas fuentes (PDF, URL, YouTube) en capítulos estructurados, sino que también genera cuestionarios, glosarios, ensayos, cronologías, índices, guías de estudio, preguntas frecuentes e incluso podcasts, todo con un solo clic. La calidad y veracidad del contenido que produce son excepcionales, llevando la automatización del trabajo docente a un nivel sin precedentes.
La integración de la IA en el proceso educativo ha marcado un antes y un después en mi experiencia como docente. Lo que antes era un camino escabroso se ha convertido en una vía rápida hacia la eficiencia y la excelencia pedagógica. Esta revolución no solo ha aligerado la carga de trabajo, sino que ha ampliado las posibilidades de crear experiencias de aprendizaje más ricas y personalizadas.
Sin embargo, es crucial recordar que la IA es una herramienta poderosa, pero no un sustituto del educador. Nuestro papel como docentes evoluciona hacia el de curadores y facilitadores, aprovechando estas tecnologías para potenciar nuestra capacidad de inspirar y guiar a los estudiantes en su viaje de aprendizaje.
La era de la IA en la educación ha comenzado, abriendo un mundo de posibilidades para redefinir cómo enseñamos y aprendemos. El futuro de la educación es emocionante, y estamos apenas en el umbral de su potencial transformador.