Después de todo, el presidente argentino Javier Milei tuvo suerte: la agresiva irrupción en la escena mundial de su par estadounidense Donald Trump capturó la atención de la prensa y le dio un respiro, al menos mediático, en el escándalo que protagoniza desde que a mediados de febrero invitó a invertir en el bitcoin $Libra, en lo que derivó en una estafa de 4.600 millones de dólares, calificada por la revista Forbes como el mayor robo con criptomonedas de la historia.

A un mes del escándalo, el asunto seguía causando ruido en Argentina, con acusaciones en el parlamento e investigaciones en la Justicia acerca del proceder del autodenominado presidente “libertario”, que en este caso se excedió con creces en su concepción de movimientos libres de capitales. Según BBC Mundo, la invitación a invertir en $Libra facilitó una asociación ilícita que en los hechos estafó a más de 40.000 personas.

Así como la arrogancia y agresividad de Trump anuncia coletazos a mediano y largo plazo en la escena mundial, Milei, émulo periférico del mandatario estadounidense, enfrenta emplazamientos de largo aliento por su actuación, que excede con creces los moldes del buen proceder de quien ostenta la investidura de presidente, más aún tratándose del titular de la tercera economía más grande de América Latina.

Es cierto que los episodios de corrupción de gobernantes en las dictaduras castrenses desde mediados del siglo XX contrastan hace tiempo con las imágenes adustas de políticos probos y austeros que en los libros escolares retrataban a los próceres latinoamericanos. No obstante, Javier Milei se puede proclamar pionero de un modus operandi en que el mandatario, a la vez que ejerce la conducción del gobierno, actúa como seudo agente de un emprendimiento financiero que, para colmo, termina siendo ilícito.

Las explicaciones del presidente y economista dan para muchas preguntas. Por lo pronto, semiólogos, lingüistas y expertos en semánticas habrán sido consultados sobre el sentido profundo y las sutilezas del lenguaje en la frase “Yo no lo promocioné, solo lo difundí”, con que el 17 de febrero Milei explicó los alcances de su actuación en este ilícito, más aún cuando lo hizo “de buena fe”, según aclaró él mismo.

En una entrevista que los observadores independientes calificaron de “arreglada”, en un medio y con un periodista afines a su gobierno, el mandatario introdujo más elementos para el análisis cuando proclamó que su afición por las operaciones financieras tecnológicas se derivaba de su afán de ayudar a sus compatriotas a obtener recursos para “fondear” proyectos en Argentina.

Apostadores, no inversionistas

Esta concepción habrá dejado estupefacto a más de algún economista clásico. Milei hizo una recomendación explícita de las criptomonedas como instrumentos de financiamiento, lo cual está muy lejos de la realidad, porque los que invierten en bitcoins son en su gran mayoría apostadores que compran y venden al vaivén de la demanda para obtener ganancias fáciles y de corto plazo. Son lo más parecido a los apostadores profesionales que arriesgan su dinero en carreras de caballos, partidos de fútbol, peleas de boxeo o cualquier otra competencia donde opera el azar, si es que previamente no se ejercieron medios ilícitos para asegurar un resultado.

Las cripto monedas son la expresión más avanzada de las innovaciones en los mercados financieros. Han crecido y se han expandido gracias a los algoritmos y otras aplicaciones informáticas que marcan la pauta de los movimientos bursátiles transfronterizos para movilizar cifras inimaginables de divisas en fracciones de segundos. Pero a diferencia de las acciones que se transan en las bolsas, asociadas a empresas, las bitcoins son monedas virtuales, que se respaldan por sí mismas.

Bien lo dijo Eduardo Galeano que en el mundo de la globalización neoliberal los dineros tienen mucha más libertad de movimiento que las personas. Sentencia que hoy tiene su mejor ratificación en Trump, enemigo y represor de las migraciones y a la vez creador de una cripto moneda que lleva su nombre.

Resulta casi inverosímil que la primacía que alcanzan hoy las finanzas en el mundo se dé al margen de la economía real. En el libro Manuale per il cittadino globale, Roberto Savio y Giuliano Rizzi señalan que en solo cinco días las bolsas mueven una masa de dinero equivalente al valor del comercio internacional en un año.

Al final todo es ficticio, porque las propias transacciones bursátiles se basan en expectativas de alza o baja de acciones vinculadas a la producción o los servicios. Pero el comprador de acciones petroleras, por ejemplo, no guardará los barriles que le corresponden, sino los títulos, para venderlos cuando el algoritmo que maneja su corredor se lo recomiende.

Al amparo de esta economía ficticia crece el mundo de los milmillonarios, aquellos que sus fortunas se miden en miles de millones de dólares (o también billonarios). También sus fortunas se acumulan en el mundo virtual y crecen al pestañeo de los algoritmos. Ya no existe la piscina de billetes y monedas de Rico MacPato, el personaje de Walt Disney.

Sebastián Piñera, el empresario derechista y expresidente chileno fallecido el 6 de febrero de 2024, acumuló una fortuna estimada en 2.900 millones de dólares según la revista Forbes. El periodista Eduardo Labarca calculó que trasladar su dinero en billetes de un dólar requeriría de 290 camiones con una capacidad carga de diez toneladas cada uno. En billetes de 100 dólares, el peso se reduciría a 29 toneladas, con tres camiones.

En la versión para América Latina del libro de Savio y Rizzi, titulada Para comprender y cambiar el mundo de hoy, fijamos como un hito de inicio de esta financierización de la economía la decisión que en agosto de 1971 tomó el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, de quitar el respaldo en oro al dólar, legitimado como divisa de cambio internacional desde los acuerdos de Bretton Woods de 1944.

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El presidente Richard Nixon con el líder soviético Nikita Jrushov

Hasta entonces, el patrón dólar era respetado y temido al amparo de la desigualdad de los términos de intercambio. Un país periférico necesitaba producir ingentes cantidades de barriles de petróleo o toneladas de azúcar o cobre para importar automóviles y otras manufacturas de los países industrializados.

De los petrodólares a las burbujas

En 1973, en la Cumbre de Argel, el Movimiento de los Países No Alineados planteó un Nuevo Orden Económico Internacional que, entre otras cosas, implicara una valoración de las materias primas. En octubre de ese mismo año, como coletazo de la Guerra de Yom Kipur, la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), impuso un embargo a los países occidentales aliados de Israel, lo que gatilló un alza sin precedentes de los precios del crudo.

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Soldados israelíes a bordo de un tanque en la guerra de Yom Kipur

Los países productores del mundo árabe acumularon grandes activos. Los “petrodólares” fueron depositados en bancos occidentales e invertidos en empresas del primer mundo. Hubo una abundancia de divisas, de dólares ya sin el respaldo del oro, reciclados en préstamos a los países del entonces llamado Tercer Mundo, que multiplicaron sus importaciones en una fiesta de consumo que alentó el emergente neoliberalismo y tuvo un brusco despertar con la crisis de la deuda externa que estalló en América Latina en 1982.

La economía de la región, que en la década de los 70 había crecido a un ritmo anual de 6%, se sumió en una depresión hiperinflacionaria, con un crecimiento promedio de 1,6% en los 80.

El proyecto desarrollista de sustitución de importaciones e industrialización propia desapareció en América Latina y desde los años 90 con la llegada de la globalización de la mano con el Consenso de Washington, el tótem de las finanzas se instaló en los gobiernos, con el dogma neoliberal de los equilibrios fiscales. El precio: conversión del Estado en un ente subsidiario y desmantelamiento de su capacidad como productor y proveedor de servicios.

No deja de ser sintomático que desde entonces las grandes perturbaciones de la economía mundial, con sus respectivos impactos en América Latina, han estado asociadas a la especulación financiera, como ocurrió en 2007-2008 con la crisis subprime.

El mundo vive en una burbuja financiera, con movimientos de capitales ficticios sin control, que en tinglado del actual orden monetario internacional convocan a las crisis como una cuestión cíclica.

Las cripto monedas nacieron bajo augurios de que garantizarían una gran estabilidad a los inversionistas (aunque sería más fiel llamarlos apostadores), por no estar sujetas a los controles de bancos centrales y la seguridad de sus veloces transacciones. Quien se encargó de desmentir esta promesa es Javier Milei, sintomáticamente también una especie de niño mimado del Fondo Monetario Internacional.