Considero más valiente al que conquista
sus deseos que al que conquista a sus enemigos,
ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.(Aristóteles)
En varias lenguas modernas, la palabra investigación tiene la misma raíz. En inglés, research proviene del verbo to search (“buscar”) al igual que en francés, recherche se forma con el verbo chercher (“buscar”). En alemán, aparte de la palabra Forschung, (“investigación” cuyo verbo correspondiente es forschen, “investigar”) es sugestivo que la investigación entendida como “buscar por debajo” o como “lanzarse a la búsqueda en profundidad” se exprese con la palabra untersuchen que tiene también la raíz “buscar” (suchen).
En castellano, las palabras latinas: investigare, vestigium y circare, son la base etimológica del término “investigación”. Vestigium refiere el rastro, la huella o las pisadas dejadas por algo o alguien; en tanto que circare mienta el hecho de rodear o efectuar un giro. Es decir, investigar es el proceso de rodear, siguiendo pistas o huellas para descubrir algo, para encontrar la verdad profunda sobre alguna materia. Se trata de buscar para hallar resultados como conclusión de un proceso realizado con palabras, sean usadas o nuevas, y que develan contenidos, permitiendo crear teorías nuevas o modificar las precedentes. Se asevera proposiciones que sean congruentes con la realidad y descubran esencias y leyes que expliquen la realidad.
Se investiga lo que aún no se ha descubierto. Es la búsqueda que inquiere y pregunta a los objetos de la realidad social o natural acerca de lo que permita comprender o explicar por qué suceden los fenómenos y cómo es posible que acontezcan los procesos de la realidad. En medio de las palabras generales o específicas, entre los significados, las estructuras y las leyes de la realidad, gracias al lenguaje, la Ciencia y la Filosofía comprenden y dan cuenta del mundo.
Por poner los casos, en Filosofía, tanto elaborar un sistema epistemológico u ontológico, como diseñar una teoría sobre el lenguaje, implica inquirir a los objetos, de modo que respondan a lo que preguntan los cuestionamientos del filósofo, para hallar respuestas que permitan interpretar la realidad, forjando contenidos nuevos, precisos y originales. Esa es la tarea de los filósofos que evidencia la vivencia en el lenguaje que descubre el ser.
Explicitándose la llamada “filosofía de la Filosofía”, pensadores del siglo XX, como Edmundo Husserl y Max Scheler, señalaron que la Filosofía es, en el caso del padre de la fenomenología, la ciencia de los verdaderos principios y los orígenes; en tanto que, para Scheler, la disciplina es el conocimiento de las esencias y las relaciones esenciales de los entes en el orden y jerarquía respecto del ente absoluto: Dios.
Que los filósofos se empeñen en filosofar revela, al menos entre los creadores del lenguaje e ideas, la construcción de nuevos términos y contenidos de pensamiento forjados en el crisol de la mente como expresiones que, natural y profundamente, satisfacen la exigencia de vivir creando y respondiendo a la conminatoria auto-impuesta de que el filósofo sea consecuente con lo que pregona.
Las circunstancias socio-económicas, políticas y culturales más diversas no obstan para que pocas personas elijamos como profesión, el estudio formal de la Filosofía; incluso a pesar de que, aparte de la docencia, no existan ni hayan existido, ahora ni nunca, ocupaciones laborales explícitas ni exclusivas. Respondemos solamente al sonoro llamado de la conciencia que nos interpela a estudiar, investigar e interpretar, activándose los resortes que nos motivan a transitar determinadas sendas de valores, ideas y teorías. Cuando los contenidos se constelan auténticamente, es palmario que orienten nuestras vidas con coherencia y libertad, explayándose modelos potentes del ser humano. En suma, la Filosofía es la objetivación de la vocación humana excelsa que dirige la subjetividad en el ejercicio del pensamiento, forjando la inteligencia gracias al uso del lenguaje.
Entre las oscilaciones de la historia de la cultura, incluso en contextos en los que el pensamiento filosófico ha sido aplastado por paradigmas ideológicamente dogmáticos; en medio de resquebrajamientos del diálogo e incluso sufriendo la represión de la motivación existencial por buscar y encontrar certidumbres no solo asaces; la actitud filosófica restituye el espíritu humano. Superpone al hombre para que se sobreponga, se levante y realice culturalmente la inacabable tarea de pensar, mentando los significados recurrentes, novedosos y pletóricos de palabras antiguas y novedosas; preguntándose, estudiando, conociendo e investigando acerca de las cosas del mundo. Y en la medida en que lo hace deteniéndose en determinados dominios de objetos con jergas propias, despliega el conocimiento propiamente positivo, es decir, científico.
Tanto Aristóteles como su maestro, Platón, concibieron los propósitos de la Filosofía y de la Ciencia como ocupaciones privilegiadas, señalando cómo y mediante qué causas, leyes y principios, darían cuenta de contenidos que las palabras develarían mentando significados explícitos y desplegando la cristalización del pensamiento humano. Johannes Hessen señala las concepciones de Platón y de Aristóteles, como la búsqueda de la verdad, desde la Ciencia y la Filosofía, siendo la misma actividad1. Por lo demás, para el erudito alemán, la Filosofía debería concebirse como2:
[…] una ciencia universal, que se presenta como ciencia de los principios y que se realiza en la auto-contemplación y en la concepción del mundo. Así como en la auto-contemplación del espíritu se dirige hacia el mundo no sensible, ideal […] aparece como filosofía ideal. Sus objetos son de naturaleza ideal: son verdades y valores. […] como concepción del mundo apunta a objetos reales, que existen en la realidad y por tanto aparece como filosofía real. En el primer caso es teoría de los principios ideales; en el segundo, de los principios reales.
Como interpretó Philipp Frank, los dos filósofos clásicos concibieron que mientras la Ciencia descubriría los contenidos de dominios específicos de los objetos del mundo, a la Filosofía le correspondería el conocimiento general, siendo ambas, eslabones extremos de la misma cadena. El filósofo y físico austriaco escribió3:
La cadena es una imagen conveniente para comprender la distinción entre ciencia y filosofía […] En la antigüedad clásica y en la época medieval, la totalidad de la cadena que va desde los hechos observados hasta los principios inteligibles se llamó ciencia y, también, filosofía.
La definición de hombre de Aristóteles señala: ζώον λογον έχων (“zóon logon échon”). El término ζώον significa “animal” o “ser viviente”; λογον refiere, entre otros significados, la “palabra”; y el término έχων significa “tener” o “poseer”. Lo esencial del hombre como ser viviente es exclusivo entre todos los animales: usar la palabra, entendiéndose por lenguaje lo que hace que el hombre sea tal. La interpretación popularizada de la sentencia aristotélica: “el hombre es el animal racional”, es aceptable como traducción, si por racional se entiende la capacidad humana de ser usuario del lenguaje.
En su obra, Política, Aristóteles señaló que “por naturaleza” el hombre es un animal social4, al extremo que si un ser humano se presentase como no-social, según Homero, “sin familia, sin ley y sin hogar”5, necesariamente, se trataría de un ente por encima del hombre (un dios) o alguien significativamente inferior (un homúnculo). La sociabilidad humana sería superior a cualquier gregarismo animal, porque en la concepción aristotélica nada proveniente de la naturaleza, y menos el hombre, existiría en vano.
Que, en la frase, ζώον λογον έχων, el hombre tenga “logos” pese a la diversidad de significados del término, se interpreta relacionándolo con λεγειν (“legein”) infinitivo que significa “hablar”. Es decir, λογος nos constituiría como “animales” usuarios de palabras. Es palmario que esto no se refiere a la repetición que, por ejemplo, realiza un perico. Se trata de formular palabras con sentido, expresar las intenciones del hablante y hacer uso racional, por ejemplo, de la lengua griega que Aristóteles empleó para el desarrollo lógico de la Ciencia y la Filosofía, dando lugar a un diálogo interminable que es parte del patrimonio de la humanidad.
Aristóteles escribió: “Todos los hombres por naturaleza desean saber”6 (Πάντες άνθρωποι τού είδέναι ορέγονται φύσει, “pántes ánthropoi toú eídénai orégontai fýsei”). La palabra θεωρειν, originada de “teoría”, evoca “mirar” (θέα, “théa”): “contemplar” o “asistir a una representación teatral” (θεάομαι, “theáomai”). Para el estagirita, por naturaleza y de modo innato, los hombres procuraríamos adquirir y atesorar conocimientos, articulándolos como teorías, afirmando nuestra humanidad que buscaría esencias y admiraría la sabiduría. El filósofo de vida teorética ociosa realizaría labores intelectuales abstractas, estudiaría los conceptos y deduciría las esencias y relaciones fundamentales entre las cosas (έπιστήμη, “épistéme”). Según el filósofo, la teoría, siendo conocimiento intuitivo (νουνέχεια “nounécheia”) captaría directamente los principios, expresándolos mediante el lenguaje; en tanto que, como activista intelectual, se dedicaría a la sabiduría, desplegando los más nobles asuntos (σοφία, “Sofía”) diferenciándolos de los contenidos creativos (ποίησις, “poíesis”) y del saber técnico (τέχνη, “téchne”).
En la Grecia clásica, la polis constituía para Aristóteles, la comunidad (κοινωνία, “koinonia”) perfecta, la unidad natural que logró su ἐντελέχεια (“entelequia”). Dicha entelequia, en general, es la consumación del sentido de algo como parte de la realidad, logrando para la ciudad-Estado la finalidad de la actividad política, la autonomía del gobierno y el valor de su estructura7. El sentido de la comunidad política y civil justificaría lo bueno para ella misma.
La familia y su agregación, la aldea, constituirían momentos preliminares a la polis. Que la organización familiar primero y la aldeana, después, se hayan dado en la historia como progresivas, permite entender la finalidad de la ciudad-Estado como consumación ética y política. En esta, que se despliegue el interés democrático de abogar por la igualdad de los pobres y los ricos, de manera que las leyes regulen tal equidad, es otra muestra del decurso de su entelequia.
La polis fue en acto, el inicio del proceso que realizó al hombre como ser social. Desde las transformaciones de las casas, las familias y las aldeas, Aristóteles supuso que estas se orientarían a consumar el fin natural, actualizando sus potencialidades y llegando a algo perfecto: unidad autónoma y autárquica para el ser humano que el gobierno realizaría plenamente.
Las formas previas a la polis son inferiores a la plenitud urbana. La autarquía de la ciudad-Estado, por derecho propio, fijaría la normativa económica y moral que señalaría los rasgos de la entelequia: autosuficiencia y estabilidad de la comunidad, procurando la vida buena y digna para la mayoría ciudadana. La división entre lo normativo como “natural” (Φυσικός, “physis”) y “convencional” (νόμος, “nomos”) se diluiría al abandonarse el propósito platónico de hipostasiar el ideal como modelo utópico para cualquier realidad política.
Cualquier constitución política normal sería legítima por sí misma, porque, según la concepción aristotélica, concretaría la vida y, por lo tanto, se debería renunciar a transformarla. Esto acontecería debido a que, naturalmente, tanto para gobernantes como para gobernados, tendería a lograr estados caracterizados por la estabilidad, la regularidad y la permanencia de la polis.
El recorrido de este texto ha permitido deslizarse desde el sentido de la investigación en general, a lo que, en Filosofía y en las ciencias, supone buscar la verdad y las esencias. Tanto Platón como Aristóteles conciben de manera ejemplar, encaminar los principios que despliegan respecto de la polis-Estado griega, sea desde una perspectiva idealista en clave utópica, o sea desde otra, en el caso del estagirita, con claro sentido realista.
Notas
1 Tratado de filosofía. Trad. Juan Adolfo Vázquez. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1970, p. 16.
2 Ídem, p. 25.
3 Filosofía de la ciencia: El eslabón entre la ciencia y la filosofía. Trad. Francisco González Aramburu. Editorial Herrero Hermanos Sucesores, México. 1965, p. 10.
4 La traducción de Manuela García Valdés establece que ζώον λογον se entiende tanto como “animal social” y “animal cívico”, e incluso “animal político”. Véase Política, Biblioteca Clásica Gredos N° 116, Madrid, 1988, Libro I, §§ 9-10, pp. 50-1.
5 La referencia es de Ilíada, Trad. Emilio Crespo Güemes, Biblioteca Clásica Gredos N° 150, Madrid, 1996, Canto IX, § 63, p. 267.
6 Cfr. Metafísica. Trad. Tomás Calvo Martínez, Biblioteca Clásica Gredos N° 200, Madrid, 1994, Libro I, Cap. 1, inicio, § 980a, p. 69.
7 Política, Libro III, Cap. 1, § 1275b, pp. 154 ss.