"El cáncer va mucho más allá de estar enfermo", leí en un periódico. Me lo imagino muy bien. Cuando se está gravemente enfermo, incluso cuando se ha superado el cáncer, se tiene un acceso muy limitado al seguro de vida, por no hablar del seguro de amortización de la hipoteca de la casa. Buscar trabajo se hace aún más difícil si tu eventual futuro jefe sabe que has tenido cáncer en el pasado. Si tienes que someterte a quimioterapia, tu tiempo de ocio será completamente distinto al que tiene una persona sana. La relación con tu pareja se verá inevitablemente sometida a fuertes tensiones. La ansiedad psicológica puede devastar tu vida.
Todo es cierto. Sin embargo, ¿hay alguien que se atreva a decir que el cáncer es un problema "multidimensional"? ¿Que es un "problema perverso" y que nadie sabe por dónde empezar para erradicarlo? Por supuesto que no. Quien tiene cáncer necesita un buen oncólogo y un tratamiento serio. Si consigue ayuda para lidiar con todos esos "problemas secundarios", mejor, pero el tratamiento médico es lo primero. No ocurre lo mismo con la pobreza. La pobreza es mucho más que la falta de dinero o ingresos, dice el mantra. Hay una "falta de oportunidades" y hay pobreza energética, pobreza de transporte, pobreza de vivienda y pobreza menstrual. Se ponen en marcha políticas para abordar todas estas "dimensiones secundarias", para bien o para mal. Pero, ¿quién quiere dar a los pobres ingresos suficientes?
Las definiciones con las que se trabaja son importantes. Si se quiere eliminar la pobreza del mundo, lo mejor es trabajar con una definición que sea lo más concisa y concreta posible y que enuncie inmediatamente el objetivo. Si el objetivo es estudiar la pobreza en todos sus aspectos, entonces la definición no puede ser lo suficientemente amplia. Tomemos el ejemplo de alguien que tiene unos ingresos más que decentes, pero es incapaz de administrar el dinero. Ese hombre o esa mujer no tardarán en endeudarse profundamente, pero ¿se puede hablar entonces de "pobreza"? Ciertamente, habría que ayudar a esa persona a gestionar sus deudas y/o su presupuesto, pero no me parece que sea un problema de "pobreza".
Es cierto que los pobres no podrán pagar el médico o la escuela para los niños, precisamente porque en casi todos los países existe una economía de mercado en la que se necesita dinero para sobrevivir. Si hay servicios públicos gratuitos, para la sanidad, la educación o la cultura, la necesidad de dinero no será tan importante. Por desgracia, la mayoría de estos servicios se han privatizado.
Los pobres también viven en constante estrés, y a menudo tienen problemas psicológicos. La violencia es común en las familias pobres, muy a menudo por frustración. El miedo al mañana puede ser tan grande que las personas ya no son capaces de deliberar racionalmente sobre lo que se puede y no se puede hacer. Ser pobre significa tener que elegir constantemente: ¿pagar el comedor escolar o comprar zapatos nuevos? ¿Reparar la bicicleta o comprar un ordenador nuevo? Los niños que crecen en la pobreza pueden sufrir durante toda su vida un sentimiento de inferioridad, de no pertenencia, incluso en el caso de que logren escapar de la pobreza de adultos y vivir una vida "normal". La pobreza se te mete en la piel y, según algunos autores, incluso en el ADN.
En todos estos niveles subsidiarios, la ayuda no financiera puede ser muy útil. En la mayoría de los países ricos, sin duda hay suficientes trabajadores sociales competentes que hacen su trabajo de forma excelente y pueden ayudar y orientar a las personas.
Pero pensemos lo siguiente: si todas las personas obtuvieran unos ingresos decentes, ¿no es probable que muchos de estos problemas se resuelvan con la misma rapidez con que se derrite la nieve al sol? Poder alquilar una casa, ir al médico y a la farmacia, pasar un día en la playa con los niños... ¿No desaparecerían el estrés y la ansiedad por el día de mañana cuando, felizmente, quede algo del sueldo a fin de mes y no algo del mes al fin del sueldo?
Que aun así las personas puedan tener problemas va de suyo, no hace falta ser pobre para eso. Los que no son pobres tienen hoy un "coach"; los pobres, un asistente social. Esto apunta a la "otredad" en la que metemos a los pobres, la "otredad" de la que les resulta difícil escapar porque los no pobres los empujan a ella y los mantienen allí encerrados. Los pobres forman un grupo distinto, una humanidad periférica, por lo menos cuando son "uno de los nuestros"; de lo contrario entran en la categoría de los buscadores de fortuna, como en el caso de los inmigrantes.
El problema es que, al definir la pobreza, se confunden varios significados diferentes. "La seguridad de subsistencia es un requisito previo para salir de la pobreza", leo en Facebook, "pero no es suficiente". Esto es difícil de entender. O, como sostiene Tim 's Jongers, un autor holandés: "La pobreza es mucho más que no tener dinero. Y la pobreza, por desgracia, no te abandona ni siquiera cuando tienes dinero". Esto es problemático, porque hace malabarismos con dos significados diferentes de "pobreza", y, por lo tanto, pierde de vista cuál debería ser la intención. La primera intención es que las personas sean autosuficientes, no resolver todos los problemas psicosociales. Las personas deben tener ingresos suficientes para poder cuidar de sí mismas y vivir de forma autónoma. Es cierto que los problemas psicológicos pueden persistir, pero ¿son estos problemas diferentes de otros traumas infantiles no relacionados con la pobreza? ¿Seguimos hablando entonces de "pobreza"?
La pobreza es un déficit de ingresos. Afirmar esto no significa ignorar todos los demás problemas supuestamente multidimensionales, sino priorizarlos correctamente. Sin embargo, en la práctica política actual, la renta se relega con demasiada frecuencia a un segundo plano. Al convertirlo en un "problema perverso", en el que ya no se sabe por dónde ni cómo empezar, al confundir causas y efectos, al permitir que las definiciones claras se vean contaminadas por afirmaciones chapuceras y engañosas, el problema queda empantanado en un opaco e inextricable lodazal de palabras. Mientras que, con unos ingresos decentes, la mayoría de los problemas secundarios desaparecen como la nieve al sol.
La pobreza es privación de ingresos. Resolver eso significa que la gente pueda pagar el alquiler, tener pan en la mesa, y poder participar, si lo desean, en la vida social.
Esto no significa que se pueda resolver la pobreza simplemente dando dinero a la gente. Sí significa que hay que comprometerse a que todos puedan tener un techo, una prestación, un empleo. En cada caso, ¿cómo se llega a unos ingresos que permitan llevar una vida digna? Con la garantía de un salario digno o un subsidio que permita, al menos, atravesar el umbral de la pobreza.
Quien quiera luchar contra la pobreza debe, en primer lugar, conseguir que la pobreza deje de producirse. Porque no sólo vivimos en una máquina de desigualdad, como algunos autores llaman a nuestro sistema económico, sino que también vivimos en una fábrica de pobreza, y ésa es la única fábrica que urge cerrar. Todos los programas de austeridad que quieren evitar un impuesto sobre la riqueza o un impuesto sobre el patrimonio son parte de la fábrica de la pobreza.
Todos los intentos de recortar las prestaciones de desempleo, cada oficina de correos o estación que cierra, cada cajero automático que se estropea, cada parada de autobús que desaparece, cada robot que responde a tu llamada telefónica (marque uno, marque dos...) son prácticas que excluyen y cooperan con la fábrica de la pobreza.
Cada negociación colectiva que desaparece, cada restricción del derecho de huelga o de protesta socava la democracia y acaba en la fábrica de la pobreza.
La pobreza no puede existir en una sociedad rica. Hay que erradicarla por completo y prevenirla con un estado de bienestar, una fiscalidad justa y una política contra la pobreza centrada en los ingresos y la autosuficiencia. En cuanto a los países pobres, el Banco Mundial acaba de comunicar que el objetivo de erradicar la pobreza para 2030 debe retrasarse, al menos, 30 años. Habrán pasado entonces casi 100 años desde que se hizo la primera promesa de eliminar la pobreza a corto plazo.
Seguimos subestimando la lógica que se esconde detrás de todas las bonitas historias sobre la reducción de la pobreza. Porque no: la mayoría de las políticas contra la pobreza no quieren erradicarla; al contrario, quieren perpetuarla para ocultar los verdaderos problemas, la creciente desigualdad y la inmensa riqueza que aumenta mientras la base de la sociedad se empobrece. Y, con algo de caridad añadida, fingir que se hace el bien. Centrándose en la reducción de la pobreza, se pueden desmantelar fácilmente los estados de bienestar que ofrecen ciudadanía social, porque la reducción de la pobreza es perfectamente compatible con el neoliberalismo.
La pobreza no es lo que los pobres cuentan de su vida y de lo que luego los no pobres sacan una conclusión. Porque sí, hablan de un supermercado y una farmacia demasiado caros y de un alquiler demasiado alto. Y de la angustia que provoca. La desesperación. Con algo de dinero, todo se puede pagar. La pobreza proviene de una fábrica política y económica que la produce, es una construcción ideológica que disemina el conocimiento y la verdad, que hace que perdamos de vista el bosque por ver los árboles de cerca, y que ni siquiera nos atrevamos a nombrar a ese bosque.
Hay que erradicar la pobreza del mundo. A los pobres les preocupa, con razón, poner pan en la mesa en primer lugar. Los grandes principios morales no sirven de nada si se pasa hambre o no se tiene un techo bajo el que cobijarse. El odio y la intolerancia encuentran un caldo de cultivo en las numerosas incongruencias y trámites burocráticos de las políticas actuales, y en la niebla que se levanta en torno a problemas sencillos.
Una y otra vez, son los ciudadanos de a pie los que tienen que pagar la factura de un sistema fundamentalmente injusto que promueve, permite y tolera escandalosamente las grandes desigualdades. La política va entonces en busca de los más pobres entre los pobres y se fija en la pobreza infantil mientras les niega las prestaciones a los padres y madres de esos niños. Esto tiene que acabar. Hay que llamar a las cosas por su nombre. En lugar de trabajar permanentemente con estrategias inútiles para salir de la fábrica de pobreza, hay que hacer que la pobreza sea ilegal y que desaparezca para siempre.