Es una verdad universalmente reconocida que toda mujer en posesión de una vida de soltera ha de encontrar una pareja para contentar a la sociedad. Sí, lo he dicho. Había que afrontar este velado, pero ruidoso estigma en torno a la mujer soltera. Y, ¿qué mejor manera de hacerlo que parafraseando a la mismísima Jane Austen?

Como se puede ver por el título, subtítulo y líneas anteriores, mi primer tema a tratar en mi estreno para Meer no es otro que el amor.

Pero, ¡un momento! No nos apresuremos, que no voy a ponerme a hablar de la plenitud que uno siente cuando es flechado por Cupido o lo trágico que resulta ser abandonado por tu amor. Sí, vengo a hablar del amor. Pero voy a hablar de él desde el lado oscuro de su fuerza, esa cara oculta que se padece cuando se llega a cierta edad sin pareja o prospecto de ella: el amor como presión social y fuente de angustia… para las mujeres.

Nos encontramos en pleno siglo XXI, un período que afortunadamente ha sido testigo de una plétora de avances a favor de los derechos y libertades de la mujer. Sin embargo, aún falta mucho camino por recorrer (literal y figuradamente, dada la desigualdad de avances entre unas naciones y otras).

No he estudiado Derecho, Relaciones Internacionales o rama semejante del conocimiento que me permita hablar de las numerosas desigualdades que sufren las mujeres de un modo profesional, contrastado o apoyado por datos estadísticos. Pero sí que puedo hablar de un asunto más concreto, de una discriminación sutil, pero muy empírica en mi opinión, que se da en el día a día de una mujer: la presión de tener pareja y, por ende, la imposibilidad de permanecer soltera a ojos de la sociedad. O el riesgo que existe de convertirse en objeto de compasión de quienes perciben la soltería como una condena o una grave enfermedad infecciosa. ¡Puf!

¿Cómo voy a ilustrar mi punto de vista? A través de mi eterna compañera: la literatura. Para tratar el tema que nos atañe, van a acompañarme algunas de las escritoras más ilustres de la literatura. Algunas de las cuales, por cierto, espero que sean incluidas en el canon literario y el currículum educativo muy pronto. Literatas que, a lo largo de los siglos, han sido objeto de especulación e incluso rechazo por la sociedad debido a su soltería e independencia, como Jane Austen o Sor Juana Inés de la Cruz. Pero no nos adelantemos. Lo mejor será que empecemos nuestra revisión de «solteronas» literarias de forma ordenada y cronológica.

Así que, si todo o algo de lo dicho anteriormente ya ha resonado contigo o simplemente ha captado tu interés, te invito a que me acompañes en mi viaje a través del tiempo y de las páginas para encontrar a esas literatas que osaron mantenerse solteras. ¡Vamos allá!

Christine de Pizan (1364 – 1430 aprox.)

Conocí a Christine durante mi postgrado y me fascinó. Escritora de la Francia medieval, Christine encontró el amor y pasó por el altar; sin embargo y desgraciadamente, enviudó con veinticinco años. Lo usual entonces era volver a desposarse porque, ¡cómo iba a haber una mujer suelta por las calles (esas mismas calles que daban cobijo a aguas muy poco higiénicas oriundas de inodoros particulares)! Pues Christine decidió permanecer soltera para centrarse en su familia y su carrera como escritora, convirtiéndose en la primera escritora profesional de la historia. Pero, ¡cómo iba a haber una mujer escritora suelta por el medievo! Seguro que el canon literario aún no encaja que una mujer hiciera historia ya por la Edad Media y por eso no adjunta a Christine. ¡Pues él se lo pierde!

En lo que respecta a la presión social y la soltería, cabe destacar su obra más representativa: La ciudad de las damas. En ella, se dio y dio a sus lectores la oportunidad de imaginar una utópica ciudad en la que solo vivieran mujeres, donde la historia fuera escrita por ellas. Creía que un cambio de género en la pluma que escribía la historia habría de provocar un notorio cambio en la visión social de la mujer. En esa línea, Christine invitaba a las mujeres a no dejarse llevar por la opinión ajena y a fiarse de su propio juicio, conociéndose a sí mismas y actuando en consecuencia. ¡Qué coincidencia que permaneciera soltera el resto de su vida, teniendo tal idiosincrasia!

Y digo yo… Si Christine ya abogaba por una sociedad que permitiera a la mujer vivir sin presión social allá por la Edad Media, ¿por qué parece que seguimos en tiempos de Christine? Estaría bien poder devolverla a la vida para traer de nuevo al frente sus ideas, predicadas con el ejemplo. Bueno, vale, puede que resucitar a una dama medieval quinientos noventa y cuatro años después sea una pésima idea. Yo creo que, con que recordemos el deseo de Christine de que toda mujer se liberara de la presión social para vivir a su voluntad y lo aplicáramos a nuestras vidas, ya sería como traerla de vuelta a la vida. ¡Ya no te necesitamos, canon literario!

Santa Teresa de Jesús (1515 – 1582)

La vida de la famosa monja española fue cuando menos interesante. Entre otros datos biográficos figuran los siguientes: un temprano intento de ser martirizada en nombre de Dios junto a su hermano y el posterior abrazo de la vida ermitaña como sustituta del fútil intento de martirio; la intervención de una curandera (con mejunjes dignos de bruja mala de Disney) para tratar sus tempranas aflicciones; un estado comatoso que llevó a pensar que había fallecido para después revivir como si nada, y unas visiones divinas que la llevaban al éxtasis. Es de suponer, entonces, que Teresa estuvo lo suficientemente ocupada a lo largo de su vida como para no necesitar de romance o vida sentimental… más allá, claro, de la que mantenía con Dios, a quien se refería como su «Amado».

Aunque es cierto que Teresa se convirtió en monja llevada por el fervor religioso que había sentido desde niña, diversos estudios en torno a su persona mencionan, aunque brevemente, su claro deseo de no casarse. Si a ella le interesaba más Dios que tener un romance culminante en boda como en todos aquellos libros que devoraba, creo que Teresa hizo bien en ingresar en un convento al final. Además, ella misma escribió que en Dios hallaba «harto mayores y más crecidas muestras de amor de lo que yo he sabido pedir ni desear». Así, ¿cómo iba a necesitar o querer otro amor? ¡Ella ya tenía más que suficiente!

Pese a su salud, Teresa se dedicó a fundar numerosos conventos. Esto pareció empeorar la animadversión entre carmelitas descalzos y calzados, a lo West Side Story carmelita. Teresa recibió amenazas y calumnias por «pasarse» con la fundación de conventos descalzos, llegando a ser descrita como «fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz». Pero a Teresa ni le interesa. Ella siguió, fundando hasta una nueva Orden religiosa al tiempo que continuaba produciendo un tipo de literatura romántica que sobrepasaba lo físico, siendo Dios su «interés amoroso». Y así vivió ella. Unida a Dios, extasiada y segura de quién era: «en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba; en cuanto a santa, solo Dios lo sabe». Hermosa, discreta, santa y soltera. ¡Olé tú, Teresa!

Sor Juana Inés de la Cruz (1645 – 1695)

Teresa fue un caso único en su especie, pero nuestra amiga Juana se aseguró de no quedarse atrás un siglo después. Nació en el México barroco como hija ilegítima, lo que implica que probablemente ya desde su nacimiento llamara la atención; por eso, y por su excepcional inteligencia. Aprendió tanto como le fue posible hasta que, en 1667, decidió consagrarse a la vida religiosa ingresando en un convento. Existen numerosos estudios y testimonios que aseguran que, en realidad, a Juana no le movió el fervor religioso como a Teresa sino, más bien, su absoluto ateísmo en lo que respectaba a la institución del matrimonio. No creo que lleguemos nunca a saber si esto es cierto pero, si lo es, creo que Sor Juana debería considerarse el epítome de la lealtad a las creencias propias. Christine estaría orgullosísima.

Si lo pensamos bien, Sor Juana podría considerarse el antítesis de Fräulein María, de Sonrisas y lágrimas: Juana ingresa en un convento para escapar del matrimonio y la vida hogareña impuesta a las mujeres, mientras que María reingresa en su convento para escapar de una posible vida hogareña para después volver a marcharse a buscar esa vida hogareña. Pero si Sor Juana hubiese visto la película, le habría dado el visto bueno a María. Y es que Juana, pese a preferir un convento a desposarse y quedarse dentro (de una casa y con hijos), produjo varios escritos en torno al tema del amor romántico. Aun considerándolo algo fugaz y prescindible, nuestra querida monja solo concebía el amor si era capaz de adaptarse a las circunstancias, analizando su complejidad y los sentimientos que comprometía.

Quizá por eso la que no se comprometió fue ella. O quizá fuera porque parecía molestarle la humanidad en general. Prácticamente compuso odas a su anhelo de vivir sola, sin «rumor de comunidad que impidiese [su] sosegado silencio». Hasta hizo una suerte de denuncia social por escrito contra «las otras« del convento, que la iban «a estorbar» en su tiempo libre. Quizá era un pelín misántropa. Al fin y al cabo, tuvo que lidiar con monjas metiches y una sociedad que deseaba que pensara menos… Y con esos «hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis»; esto es, de las dolencias causadas por el amor de la mujer, un amor que los hombres pretendían hacer a su medida para luego disgustarse con el resultado. Si era así, Juana… Elegiste bien.

Jane Austen (1776 – 1817)

La autora británica de los clásicos románticos más famosos, y la autora que nunca se casó. Jane falleció a los cuarenta y un años «solterona» y feliz; feliz de ignorar alegremente la presión y expectativas sociales para dedicar su vida a aquello que más amaba: la escritura. Pero ella ni enviudó ni ingresó en un convento para lograr tal independencia sentimental. Jane, simplemente, se marcó un Jane. Esto es, hacer lo que le placiera porque sí, porque así era ella. Prueba de ello son sus obras: siempre publicadas bajo sello femenino pese al rechazo que la sociedad tenía por las escritoras (¡cómo osaban las mujeres escribir!), y notoriamente cargadas de crítica social velada en forma de ávida sátira. Porque sí, porque así era Jane.

Pese a sus ímprobos esfuerzos por lograr que la sociedad no la estorbara con el tema del casamiento (al más puro estilo Juana), Jane no se vio exenta de rumores de amoríos. El más destacado fue el señor Tom Lefroy, con quien nuestra Jane pareció flirtear entre Minué y Cuadrilla durante un largo diciembre. De esto, por supuesto, informó a su querida hermana Cassandra por carta. Y aunque en esas cartas tampoco se vislumbre precisamente un romance que marcara su vida, Hollywood consideró la presencia de Lefroy en la vida de Jane motivo suficiente para producir una película al respecto, Becoming Jane, Porque, ¡cómo iba la mismísima Jane Austen a escribir romance sin haberlo vivido y sufrido ella misma (aunque su propia sobrina describiera la relación como «admiración juvenil»)!

Pese a no saber con certeza lo que aconteció entre Jane y Tom, Hollywood se esmeró por convertir esa admiración juvenil en un intenso romance con final trágico. También quiso dejar claro que el famoso señor Darcy de Orgullo y prejuicio estuvo inspirado en esa relación. Pues sí que debió de ser intenso el romance, que le dio para producir cinco obras más con otros cinco héroes románticos… En fin. Fíjate si a Jane no podía importarle menos lo que la sociedad esperara de ella que, aunque terminó por aceptar una proposición como era lo propio, la rechazó al día siguiente, arguyendo que no se casaría sin amor. Y así fue.

Y esto motivó muchísimo a Rudyard Kipling. El famoso escritor decidió producir un poema (francamente desconcertante) llamado Jane’s Marriage sobre el reencuentro de Jane con su gran amor en el cielo (lugar que, por lo visto, tiene por porteros a los mismísimos Shakespeare y Cervantes). Señor Kipling, ¿de veras era necesario un poema sobre la vida celestial de Jane solo para emparejarla al fin? ¿No podría haber sido la escritura su gran amor? Pues según la historia, no. Pero seguro que a Jane no podría importarle menos. Al fin y al cabo, acabó convirtiéndose en el soltero en posesión de una gran fortuna del que hablaba en «Orgullo y prejuicio». Y sin tener ni que buscar marido. ¿Qué te dije? Jane marcándose un Jane.

Otras heroínas

Aún tenemos combustible suficiente en nuestro viaje para hacer mención a otras escritoras posteriores que, pese al paso del tiempo y el cambio social, tuvieron o siguen teniendo que enfrentarse a la omnipresente presión social en lo concerniente a la soltería. Hablo de ilustres escritoras como la argentina Alfonsina Storni (1892 – 1938), quien usó su prosa y poesía para hablar abiertamente sobre temas como la visión femenina del amor o la sensualidad, ignorando alegremente el recelo que la sociedad sentía hacia esta madre soltera que nunca se casó.

Hablo también de escritoras mucho más actuales como Alice Oseman (1994 – ), conocida por la famosa saga Heartstopper y su honesto (a veces crudo), y entrañable retrato de la exploración de la identidad, sexualidad y género en la adolescencia. Una de las preguntas más populares acerca de Oseman gira en torno a su vida sentimental. Porque, por supuesto, saber si Alice tiene pareja «pese» a su arromanticismo es mucho más importante que su contribución a la comunidad LGTBI y su ayuda a numerosas personas en todo el mundo al darle visibilidad a términos inhóspitos como el arromanticismo o la asexualidad. Porque, en realidad, ¿qué importa contribuir positivamente a la sociedad, si al final no contentamos a esa misma sociedad con una vida sentimental al uso?

También hablo de personajes literarios femeninos que representan, precisamente, la rendición frente a esa presión social. Desde mujeres de la Regencia conocidas por sus notorios discursos anti-matrimonio que de pronto deciden desposarse porque se sienten solas (ejem, Eloise Bridgerton), hasta mujeres que ven necesario viajar a otras tierras para, finalmente (y cito textualmente), ser «desfloradas»; no porque así lo deseen, sino porque su situación es socialmente inaceptable. Pero descuida: ¡a todas les aguarda su final feliz! En algunos casos, la panacea viene en forma de rudos hombres atormentados por su pasado a los que las heroínas tienen que acompañar en su redención, teniendo que aguantar sus idas y venidas y salidas de tono por el camino para finalmente desposarse.

A otras heroínas les llega a aguardar un remedio aún más especial, con tintes hasta sobrenaturales o fantásticos. Por ejemplo, la mujer desesperada por ser desflorada tiene que encontrarse con un rudo hombre escocés para que alguien acceda a su flor y, al fin, poder formar parte de la sociedad. Todo porque resulta que esa mujer antes de perder su flor estaba mucho más aislada de la sociedad que el escocés en cuestión, quien ha estado embrujado durante siglos y dormitando en una cueva remota. ¿Qué importa la lógica o la falta de realismo, si lo verdaderamente esencial es que la mujer consiga poner fin a su inconcebible soltería?

En su famosa obra Una habitación propia, Virginia Woolf abogaba por la existencia en cada hogar de una habitación que fuera solo para la mujer. Woolf ve ese espacio como una condición sine qua non para que las mujeres podamos decidir ser quiénes queremos ser y cómo y con quién queremos vivir, lejos de opinión ajena. Quizá deberíamos empezar a permitir que cada mujer escriba su propia historia en sus propios términos y tiempos, y que pueda escribirla en una habitación propia al margen de presiones o expectativas sociales.

Como dice Paloma Corredor en su maravilloso libro Grandes mujeres de la historia, las literatas que hemos visto en este artículo son mujeres que «escogieron la soltería de forma vocacional». A lo mejor deberíamos empezar a normalizar estar soltera a tiempo completo, como un voluntariado en el que resulta que te beneficias tú. Al final, lo más importante es que cada persona sea feliz como y con quien quiera, al margen de lo que opine la sociedad. Si se nos permitiera vivir el amor en cualesquier forma tome para cada una y se viera la soltería como algo voluntario y vocacional, seguro que muchas mujeres gustosamente se presentarían voluntarias como tributo, como dijera Katniss Everdeen en Los juegos del hambre.

«Los juegos del desastre: balada de (espanta)pájaros de amores y solteronas indiferentes». Pues a mí no me suena tan mal.