Aparentemente la zona de confort nos remite a un estado de comodidad, sin embargo, nada más lejos de la realidad. Cuando se habla de esta zona se hace referencia a un estado mental, emocional e incluso energético en el que el ser humano cree que está cómodo porque ha logrado objetivos que le ofrecen estabilidad y tranquilidad. Sin bien la comodidad o confortabilidad pueden ser engañosa e incierta, la fuerza de la costumbre o el hábito de la rutina repetitiva hacen que parezcan cierta.

En términos psicológicos la zona de confort se asocia con una condición neutral que evita el riesgo de perder la aparente estabilidad de rutinas establecidas respecto a lugares, personas y acciones. Sociológicamente esta zona de comodidad puede aplicarse a los hábitos y espacios públicos o colectivos, mientras que las relaciones serían las grupales y las actividades comunitarias o colectivas.

Por su parte, los lugares pueden ser los centros comerciales que agrupan las comodidades para realizar compras y actividades como comer o ir al cine, pero si se utilizan como espacios para la distracción ante la escasez o limitaciones de dinero se convierten en zonas de confort que ocultan la incomodidad de no tener nada más que realizar pese a que no se tienen recursos para gastar.

Las sociedades adquieren hábitos que se dictan en un momento determinado como lo ideal y con la rutina se convierten en una normalidad incuestionable. Ejemplo de ello son las elecciones con votaciones de candidatos y partidos políticos que evocan la democracia, aunque con el tiempo olvidan las promesas electorales y la esencia de la representación del pueblo que por principio debería favorecer a la mayoría en vez de a una privilegiada minoría.

Nos acostumbramos a las zonas de confort en distintos ámbitos de la sociedad, sin que se cuestione la realidad ni se busquen alternativas para salir de la cómoda zona de la resignación porque se cree que nada se puede hacer.

Aunque en el fondo de nuestro ser sintamos inconformidad, asumimos como normales situaciones que creemos imposibles de cambiar o nos silenciamos para evitar el esfuerzo que implica considerar el cambio. Simplemente omitimos la opción de salir de la zona de confort, aunque ello signifique estancarnos en un estado de falsa comodidad que nos quita la posibilidad de transformar la realidad.

Mantenerse en la zona de confort es evitar el esfuerzo y los riesgos que genera la incertidumbre ante lo que sucederá y por tanto está relacionado con una idea de seguridad que llamamos comodidad. Pese a ser tranquila, puede ser una zona que genera estrés, pero la fuerza de la costumbre normaliza la situación evitando que tanto el individuo como el colectivo tomen la decisión de lanzarse al cambio asumiendo la incertidumbre que conlleva, limitando así la transformación que en esencia se desea.

Es bueno salir de la zona de confort, pero no nos atrevemos por la comodidad de quedarnos en un lugar, relación o situación solo porque es lo conocido y a pesar de ser incómodo, la costumbre normaliza lo que no es adecuado para nuestro bienestar. Es que la zona de confort suena a estar a gusto, cómodo, confortable, pero nada más lejos de la realidad.

Salir de lo conocido es todo un reto porque implica enfrentar los miedos y las creencias más profundas que tenemos sobre nosotros; también significa romper esquemas sobre lo que consideramos el deber ser personal y colectivo. Así omitimos los dictados del corazón que muchas veces nos llama a buscar hacer realidad los sueños, para lo cual es necesario romper con la aparente seguridad de un trabajo y una relación estable o un lugar conocido.

Tal como lo dicta el dicho, muchas veces creemos que es mejor malo conocido que bueno por conocer.

Es tan complejo salir de la zona de confort que puede requerir acompañamiento para atrevernos a ver lo que no deseamos o podemos asumir sin ayuda externa. Por eso necesitamos terapias y apoyo para procesar las situaciones, lugares, personas o relaciones que nos atan a la falsa comodidad de una vida que hemos de superar o sanar.

Quizás en algún momento escogimos un lugar, situación o relación que era atractiva y coherente para un momento que con el paso del tiempo se convirtió en el ideal de un pasado al que nos acostumbramos por la vivencia o convivencia que configura la historia de la existencia, aunque el paso del tiempo dejó de resonar en el hoy que es el presente.

Es importante salir de la estabilidad de la zona de confort, rompiendo los esquemas del falso bienestar creado como una realidad ideal que no es tal. Por ejemplo, mantenernos en un trabajo que dejó de gustarnos, pero genera los ingresos para sostener un modo de vida o continuar pagando una hipoteca para tener un lugar que vivir, aunque implique empeñar la vida en cuotas que nos atan a la necesidad de pagar una deuda más que tener un bien. Muchas veces, menos es más, aunque nos cuesta actuar desde esa realidad porque creemos que vamos a dejar de ser por no tener.

Esto incluye a las relaciones, en especial las de pareja, pero también las familiares e incluso sociales. ¿Cuántas veces vemos relaciones llenas de mentira en las que la pelea, desconfianza, infidelidad e hipocresía son la rutina de cada día?, pero se mantienen por el aburrimiento compartido y por la fuerza de la costumbre amparada en el “peor es nada”. Y si se trata de la familia a veces se prefiere estar unidos por los hijos, el que dirán o el patrimonio común, sin darle la oportunidad a una nueva realidad saludable para todos los miembros del clan.

Llega un momento en que se crean zonas de confort en un milímetro de seguridad que dejan un estrecho margen de costumbre más que de felicidad. Salir es todo un reto porque asusta lo desconocido, priman los miedos como por ejemplo a la soledad o el abandono de lo establecido.

Es que llega un momento en que te acomodas tanto que es difícil salir de la zona de confort y esto no solo sucede a nivel personal, sino también colectivo. De hecho como humanidad estamos atravesando un momento de la historia que clama por salir de la incómoda zona de la realidad que hemos aceptado como la única posible, sin darnos cuenta que somos responsables de su creación, por ende la podemos y debemos transformar.

Mantenernos en la zona de confort es aceptar lo existente como lo único posible, sin comprender que es una ficción que se desdibuja a golpe de evidencias de lo absurdo que es mantener un mundo injusto y desequilibrado, como si el cambio fuera imposible. Tal vez pensamos que todo lo existente es sólido, pero es más frágil de lo imaginado. Sin embargo, como lo dice Marshall Berman en el título de su libro a propósito de la modernidad Todo lo sólido se desvanece en el aire; más cuando cambian paradigmas que rompen con el esquema de lo que creemos establecido e inmutable.

Es evidente que se están cayendo los obsoletos paradigmas políticos, sociales, educativos, laborales, económicos e incluso culturales, lo que debería llevarnos a preguntarnos sobre lo que queremos ser y hacer, pero no nos atrevemos por temor a romper con esquemas conocidos y miedo a enfrentar lo desconocido.

Lo desconocido quizás sea el llamado del corazón, esa pulsación que late cuando soñamos con lugares, situaciones o realidades distintas, o esa voz interior que susurra los deseos como anhelos que nos gustaría realizar pero no nos atrevemos a concretar.

Ahora estamos descubriendo que muchas de las decisiones tomadas nos han llevado a situaciones que empiezan a evidenciar la incomodidad. Hemos puesto la atención en actividades, relaciones y acciones que no generan calidad de vida o satisfacción.

Evidencia de ello es la crisis de una juventud que cada vez más rechaza el estudio orientado a mantener esquemas económicos, sociales y educativos que resultan obsoletos para la realidad global y cambiante como la actual.

Ante la insatisfacción o decepción ante lo que ofrece el mundo para crear una vida placentera, la brecha generacional clama por la búsqueda de vías que planteen una vida que no solo se trate de tener, sino que permita ser.

Cada vez está más claro que el cambio de ciclo está clamando por acciones que rompan los esquemas del pasado y para ello hay que salir de la zona de confort en la que nos hemos acomodado. Se trata de salir del sofá y cambiar el canal para sintonizar con la nueva realidad que podemos y debemos crear.

Hemos de romper con los obsoletos esquemas sociales, los partidos y estructuras políticas caen, todo nos llama a salir de lo conocido para explorar otras opciones laborales, productivas y cualquier cosa que signifique crear expectativas o posibilidades. No podemos continuar explicando el mundo con marcos de referencia de siglos anteriores cuando, por ejemplo, la inteligencia artificial ha llegado para quedarse revolucionando los conceptos de todo cuanto existe.

Es ahora cuando hay que romper las paredes que nos tienen apretados, encerrados y atrapados en la falsa comodidad de una vida basada en teorías biológicas y mecánicas, cuando la realidad va mucho más allá de la expansión cósmica y telúrica de la consciencia.

Sé lo que significa romper esquemas, por la censura social y los temores propios que impiden dar saltos cuánticos para crear las nuevas realidades que clama el mundo necesitado de alternativas.

En mi caso dejar de ser la doctora en sociología y la intelectual alineada con el análisis del sistema, para pasar a hablar de metafísica, cuántica y terapias energéticas ha sido todo un reto, tanto personal como social. Recuerdo frases como “para qué has estudiado tanto, si ahora haces esas cosas raras que no necesitan doctorado” o “que pesar con lo bien que te iba y las posibilidades de éxito que tenías”. Claro, es que encajar en el estatus de la academia, la empresa o institucionalidad es más adecuado, aunque no sea tan satisfactorio.

Para mí, fue relativamente sencillo porque siempre he sido “rarita” o la oveja negra, lo que me ha facilitado dar el paso hacia lo desconocido y, aunque confieso que genera miedo, también sé que no volvería atrás ni para coger impulso.

Por eso aquí y ahora, te animo a salir de la zona de confort, a saltar de lo conocido a lo desconocido, de la certidumbre a la incertidumbre que seguro ofrecerá un cambio de realidad en la que te sorprenderá encontrar en tu interior la capacidad de crear un mundo mejor: tu mundo, ese que un día dejarás sabiendo que habrá la pena haber vivido.