Hablar del artista plástico Henri Matisse, es viajar a finales del siglo XIX e inicios del XX, cuando en Francia surgían las vanguardias artísticas cuyos manifiestos revolucionaban al arte académico y al establisment de la época, en donde los artistas seguían los cánones y normas de la Academia de Artes y en dónde se exponían en los salones, justamente “a modo de”. Quienes salieran de esas reglas eran rechazados y exponían sus creaciones, justamente en un salón denominado “Salon des Refusés” o de los rechazados por las reglas de la Academia.
Muchos artistas fueron protagonistas de las vanguardias artísticas del siglo XX como el cubismo, fauvismo, constructivismos, entre otras; tuvieron como referentes a Manet, Monet, Cezanne artistas que a finales del XIX dieron pie a replantearse las nuevas vías de abordar las artes plásticas, que en ese momento creativo y con la literatura como base; permitieron generar movimientos pictóricos que ponían en tela de juicio todo lo establecido en materia de cómo pintar, cómo esculpir, cómo manejar los elementos plásticos de la línea, el color, la composición, la perspectiva y la temática.
Por ello surgieron a inicios del XX, los manifiestos que implicaban de cómo veían el arte determinados grupos de artistas y que, a partir de ello, iban a realizar sus creaciones. Surgen así artistas como Picasso que introdujo la tercera dimensión en un plano bidimensional y donde la perspectiva es pensada desde justamente otra dimensión, que no tiene cabida en lo clásico y que responde a los avances de la ciencia y la tecnología, después de la revolución industrial y apuntaba a un nuevo Renacimiento pictórico.
Así también surge otro grupo de artista que se replantean lo que debe ser considerado “arte” y lo que no; razón por la cual una pieza de inodoro fue cuestionada de ser o no un objeto de arte, por el sólo hecho de sacarlo de su uso cotidiano y darle una valoración contraria y valorar no su uso, sino la forma y diseño para cuestionarse, el por qué no puede ser arte (los Dadaístas).
En todo ese caldo creativo de nuevos movimientos iconoclastas, surge una figura muy especial, que no estaba destinada para ser artista; sino que por el contrario una hospitalización fortuita, desvió para siempre su destino. Estamos hablando del gran artista del color Henri Matisse.
Cuando estuvo hospitalizado, este joven estudiante de derecho descubrió esa majestuosa vocación cuando convaleciente, su madre le regala unos utensilios de pintura para que le pase mejor el tiempo y allí descubre su pasión y empieza a estudiar arte.
Bajo la guía de Maestros emblemáticos como Gustave Moreau, se va formando y va incorporando en su trabajo las tendencias modernas de la época bajo las influencias de los estilos de los impresionistas y postimpresionistas y en especial de Cézanne.
Desde allí y justamente a partir de su participación en el salón de los artistas rechazados de París se va reuniendo con otros pintores que comparte al igual que él, la importancia del color como elemento protagonista y en el surgimiento de las vanguardias, se denominan los “fauves” o salvajes del color. Sus colegas más renombrados fueron Derain y Vlaminck.
A partir de seleccionar al color como elemento protagónico de su discurso pictórico, llega a un grado de abstracción tal de este elemento; al grado de realizar composiciones con papeles de colores, que forman parte de la última etapa de su trayectoria, los reconocidos como los “papeles recortados” en donde crea composiciones a partir de la integración armónica y perfecta de estos papeles superpuestos sobre el plano de la composición.
Matisse un poco mayor que Picasso y como hemos mencionado, un outsider del arte (no como Pablo Picasso, cuyo padre era maestro de pintura), entabla una amistad competencia con el célebre Maestro malagueño; en la cual le corresponde nutrir el arte con un sentido sutil, intimista, emotivo y cargado de sensibilidad cuyos tonos definen la composición y llegan al goce estético del espectador.
El artista realizó durante más de cincuenta años un abordaje del color, hasta sacarle la expresión más emotiva, directa y protagónica en sus diversas temáticas de felicidad que creo a lo largo de su discurso pictórico. Títulos como “La alegría de vivir”, “La danza”, “La música” y sus diversas odaliscas, encierran un ambiente de paz y serenidad en el que cumple a veces la función de como él mismo decía: “el arte debería ser como una poltrona, en dónde uno llega cansado al hogar y sentarse a descansar y a contemplar el exterior”.
Esto en medio de la Primera y Segunda Guerra Mundial es toda una manifestación de intenciones de lo que el arte representa para él: un pasaje de serenidad y paz, en donde el color indica el mensaje y la maestría del dibujo, en cuya representación, siempre se lleva el premio el exacto manejo del color y es el que siempre al ver sus obras maestras nos hace una picardía de decirnos: Soy el protagonista de Matisse, sin duda el emblemático Maestro romántico y sutil figurativo del siglo XX.