Sobre el arte hay miles, cuando no cientos de miles de estudios, opiniones y teorías, desde la simple definición de ¿qué es arte?, hasta la justa pregunta de ¿para qué sirve? Una de las artes más antiguas es la danza, que nos da una idea de qué motivó la invención del arte.
La danza ha formado parte de la Historia de la Humanidad desde el principio de los tiempos. Las pinturas rupestres encontradas en España y Francia, con una antigüedad de más de 10.000 años, muestran dibujos de figuras danzantes asociadas con ilustraciones rituales y escenas de caza. Esto nos da una idea de la importancia de la danza en la primitiva sociedad humana.
Muchos pueblos alrededor del mundo ven la vida como una danza, desde el movimiento de las nubes a los cambios de estación. La historia de la danza refleja los cambios en la forma en que el pueblo conoce el mundo, relaciona sus cuerpos y experiencias con los ciclos de la vida.
De esta manera, es difícil de concebir a la humanidad sin la existencia del arte.
Por lo general se asocia el arte a intenciones positivas, que lleven a la humanidad hacia algo mejor. El arte en el presente, es capaz de mostrarnos un reflejo de la sociedad o una proyección de la sociedad que deseamos o no deseamos. Desde luego que el pasado nos muestra cómo fuimos o incluso cómo no fuimos. Más allá de las consideraciones de las observaciones sobre tiempo y espacio, con esta corta deliberación deseamos introducir el tema que nos ocupa: el arte al servicio del mal.
Primeramente, creemos necesario dedicar algunas palabras a la definición del mal que tenemos, pues sí, no es la misma cosa para todos. Es decir, lo que para algunos es malo, para otros no, pues eso depende de los valores éticos y morales de cada sociedad. Sin embargo, ¿existe el bien absoluto (o el mal absoluto), más allá de toda ética y moral? En otras palabras, ¿existe un “sistema” por encima de cualquier consideración humana? Vamos a evitar por ahora decir Dios o divino, ya que, por lo general, se tiende a considerar a Dios o lo divino (para algunos es lo mismo) de acuerdo a los valores sociales. Así, pues, al parecer, por lo menos para muchos, pesan más las estructuras o cualidades sociales que la existencia (o no) de un bien absoluto. Esto nos lleva a delimitar nuestro rango de acción. Nos dedicaremos a lo que llamamos cultura occidental, y ya que este tópico es más amplio de lo que se podríamos pensar, lo reduciremos a Europa en los albores y posterioridades de la Segunda Guerra Mundial.
Empezaremos con el cine como arma propagandística, dado que, para que fuera efectivo, se realizaron “grandes producciones” que degradaban a grupos humanos como los judíos, los gitanos, los afro-descendientes, los homosexuales, discapacitados, etc. Lo curioso es que detrás de aquella campaña gigantesca, se escondían oficiales nazis homosexuales, con alguna discapacidad, que contradecían la campaña misma. Lo importante era defender la ideología nazi (a pesar de las fiestas travestis de altos oficiales o la discapacidad de Goebbels (por ejemplo) quien sufriera poliomielitis de niño, y para ello se emplearon prácticamente todas las artes: dibujo, pintura, literatura, música….
Todo aquel odio desatado por los nazis tenía raíces ancladas en el pasado, como el antisemitismo de Lutero, que recomendaba incendiar sinagogas, o el antisemitismo de Wagner, cuya música fue usada luego por Adolf Hitler.
El nacional socialismo no es ni mucho menos el único movimiento que usara el arte al servicio del mal. Ya en la inquisición se empleó, y no nos referimos al cliché de la inquisición española, que hizo lo suyo usando el arte para servirle al mal (y eso en nombre de la iglesia católica), sino a otras naciones, como Suiza, Alemania, Inglaterra en donde hubo incluso más muertes por tortura. Una de las obras literarias más infamemente famosa fue Malleus Maleficarum, conocida en español como El martillo de las brujas, publicada en 1487. Los efectos del Malleus Maleficarum se esparcieron mucho más allá de las fronteras de Alemania, causando gran impacto en Francia e Italia, y en menor grado en Inglaterra. Los cálculos de la cantidad de mujeres quemadas por brujas varía de 60.000 a dos y medio millones según los distintos autores.
Esta referencia literaria nos permite saltar en el tiempo hasta otra más moderna, Los protocolos de los sabios de Sion. Está más que demostrada su falsedad, pero aún así sigue siendo un texto válido para las redes islamistas o la ultraderecha. Y bueno, ya que hicimos este viaje podemos hacer más, a toda la historia de la humanidad, que siempre encontraremos el triste uso del arte al servicio del mal. Pero que quede claro, no es el arte mismo, sino la intención humana la que le da dicho uso: una intención maligna.
Hemos empezado hablando de la danza sin que pareciera encajar luego con todo lo demás, pero si lo hace, desde el hecho de que en pocos giros de danza hemos expuesto el tema, acaso con cierto vértigo, hasta el hecho de que la danza ha sido usada como arma para conseguir caprichos malévolos. Por lo menos eso es lo que, según el Nuevo Testamento, hace Salomé, bailar complaciendo a Herodes, para, como premio, recibir la cabeza decapitada de Juan el Bautista. No tenemos pruebas de ello, pero a lo mejor algo parecido llegó a suceder alguna vez, en alguna parte del mundo.
Yéndonos a un plano más metafísico o simbólico, lo encontramos en el Viejo Testamento. En el Éxodo se relata la historia del becerro de oro y la entrega de los tablas de los diez mandamientos a Moisés. Ocurre que, mientras éste se encuentra en el Monte Sinaí orando, ante su larga ausencia, un grupo de israelíes caen en la idolatría de la que venía saliendo de Egipto y construyen un becerro de oro para adorarlo.
Éxodo 32:6 (Reina-Valera)
Al día siguiente se levantaron temprano y ofrecieron holocaustos y trajeron ofrendas de paz. El pueblo se sentó a comer y a beber, y se levantó a regocijarse.
Pero Moisés regresó mientras esto acontecía:
Éxodo 32:19
Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte.
Estamos ante un ejemplo de la danza como medio de adoración hacia un falso dios, hacia un ídolo (idolatría). Por ello es un arte al servicio del mal. Este ejemplo es más complejo que los anteriores, pues, en vez de escoger un accionar que socialmente en nuestro tiempo se sabe que es malvado, lo hemos tomado de un libro que, nos dicen los expertos, es un libro escrito en un lenguaje simbólico. Como ejemplo, Egipto en el hebreo original es (transcrito) Mizraim, compuesto de las palabras מִיץ (se pronuncia mits), jugo, y רַע (ra), mal, es decir jugo malo (fermentado): concentración del mal. Esto hace referencia a un nivel del ego. Lo citamos, todo esto, como ejemplo aclaratorio de qué sucedía realmente (más allá de lo aparente) en los extractos citados del Éxodo y cómo se ha usado pues la danza para servir al mal.
Nuestra intención es hablar del arte al servicio del mal, no adentrarnos en la Cábala o el escudo de la Torá, aunque no lo detendremos si le ha despertado el apetito por ellas….
Pues bien, la próxima vez que vea que usan el arte con una intención forzada, inapropiada o simplemente “extraña”, a lo mejor tiene de frente el arte al servicio del mal. Manténgase a distancia, no vaya a ser que se contamine.