Las amenazas estratégicas actuales son asimétricas, híbridas y progresivamente irrestrictas. No son convencionales […] Exige hoy -a las dirigencias regionales- el ingreso forzoso a conocimientos polemológicos que hasta el presente habían ignorado, por muy diversas razones.
(Gral. Heriberto Justo Auel, “El actual asedio pseudo revolucionario sobre la Argentina”, 28 de agosto de 2024)
Visto desde una escala global y comparativa, Iberoamérica se suele caracterizar por una escasez de guerras de alta intensidad, desde el siglo XX hasta la fecha. Si bien varios enfrentamientos militares marcaron a fuego el continente, fueron de alcance relativamente limitado o puntual, cuando se lo pone en perspectiva de otros escenarios bélicos más extremos, inclusive antes de la era de disuasión nuclear que obligó a evitar la violencia paroxística. La Guerra del Chaco (1932), la Guerra del Atlántico Sur (1982), las distintas fricciones fronterizas entre Perú y Bolivia, Bolivia y Brasil, Perú y Ecuador, así como también la intervención de Panamá (1989), son varios ejemplos de ellos, sin olvidar obviamente el ciclo de conflictos internos durante los años 60 y 80, donde la dimensión militar desempeñó un papel central para todos los campos involucrados. Estos conflictos extendieron en el tiempo las turbulencias de las independencias suramericanas del siglo XIX y sintetizaron nuevas contiendas relacionadas con las novedades geoestratégicas del siglo XX.
Esta imagen de baja intensidad de conflictos político-militares -y más aún en tiempos de paz- es en parte fundada, pero también muy parcial y ambigua, y a fin de cuentas inadecuada. Por un lado, refleja fehacientemente la naturaleza limitada de los choques militares que marcaron la historia regional, pero, por otro, es una visión sesgada de la matriz conflictiva del continente, que no se resolvió o no se combinó únicamente con la dimensión militar.
En los hechos -desde muy temprano, o sea, desde el siglo XVI-, el continente ha visto el surgimiento de conflictos cuya fisonomía no ha seguido los contornos de la confrontación clásica. Las metas bélicas han quedado lejos de resolverse exclusivamente por la espada y el fuego, sino más bien por vías que escaparon al uso de la fuerza y a los referenciales estratégicos que surgieron en la Europa nacionalista de los siglos XIX y XX. Este contraste encuentra una manifestación evidente en el continente. Pero no es propio de Iberoamérica. En muchas latitudes es frecuente comprobar que las doctrinas están desactualizadas con el nuevo estado geoestratégico del planeta, o incluso de las amenazas inmediatas.
Un laboratorio de guerras no convencionales
Lo inédito de este fenómeno en Iberoamérica es que ella misma es consubstancial con las nuevas formas de guerras. La primera de ellas es el tipo de enfrentamiento asimétrico que un puñado de conquistadores españoles ensayan en el siglo XVI, en un territorio que desborda ampliamente su capacidad de subyugación militar. España funda el Nuevo Mundo gracias a estrategas excepcionales que logran transformar su debilidad en fuerza, comprender al otro y resolver de otro modo las correlaciones de fuerza. Sus ventajas fueron por sobre todo cognitivas e ideológicas, antes de ser tecnológicas o militares, frente a indígenas a veces aliados con ellos pero muchísimo más numerosos y practicando un combate ritualizado e idolátrico, sin llegar a penetrar la realidad del otro.
La historia militar inclusive no logró dar su dimensión al excepcionalismo de estas batallas iniciales. Esta misma guerra asimétrica se reprodujo durante los siglos siguientes en el mundo africano y asiático formando la más grande empresa militar de todos los tiempos, hasta que las guerras de liberación nacional sintetizaron las armas conceptuales, traídas por el colonizador en el siglo XX. En la etapa posterior a las conquistas, el imperio hispánico fue el único en diseñar un espacio tan generador y perenne en el tiempo, integrando al otro -el mestizaje-, en su andamiaje civilizatorio y desarrollando una política social superior en complejidad e importancia al gasto militar.
La proto-guerra cultural anti-hispánica
La segunda guerra no convencional surge cuando el Imperio de Carlos V, emblema de la cristiandad, se vuelve hegemónico en Europa y pretende unificar a la mosaica europea de reinados y subimperios, en un imperio unificador. España irradia e influencia a la estructura eclesiástica de Roma, mediante una diplomacia religiosa, la presencia de comunidades religiosas y un activismo teológico. El diferencial de potencia -a favor de España- genera un triunfalismo político-militar rechazado por sus competidores del momento, que solo lo pueden enfrentar ideológica y teológicamente.
El protestantismo luterano se transformó entonces en una guerra religioso-cultural en vistas a fisurar el catolicismo y empujar la primacía de la razón del Estado-nación y la monarquía absoluta. Esta guerra cultural no solo apuntó a dividir la unidad del catolicismo y modificar la percepción de la hispanidad en Europa y en Iberoamérica, sino que permitió retroalimentar, aunque con importantes distorsiones, la elaboración de los mitos fundacionales de las potencias rivales, como Inglaterra, Holanda, Francia y Alemania, para luego derivar hacia la Guerra de treinta años y la reconfiguración geopolítica de Europa. A lo largo de tres siglos, al atacar el corazón de las referencias hispánicas, esta ofensiva “hispanófoba” erosionó ciertos pilares fundacionales de las élites del continente, haciendo coincidir su cosmovisión con varios objetivos de sus rivales, pero no substituyó la base religiosa ni la infraestructura social de la región.
Era de dependencias y de guerra económica
El tercer episodio no convencional se inicia cuando la nueva potencia global del momento, Inglaterra, instala su predominio mediante la creación de dependencias, como nueva modalidad de predominio y de confrontación entre potencias. A partir de 1807, el fracaso para intervenir militarmente el continente obliga a cambiar el terreno de confrontación. El endeudamiento financiero y la dependencia ideológica a través del liberalismo universal, aislado del sentido nacional, terminaron creando un estado de dependencia estratégica, amplificado por el declive del imperio español y de las independencias. Lo fue también el contrabando marítimo transatlántico, pero con un alcance marginal en relación con el volumen total de la actividad comercial de España.
La producción y el formateo intelectual mediante el liberalismo y la anti-hispanidad fueron un vector de modelaje ideológico de las élites iberoamericanas, mientras la primera revolución industrial aseguraba un adelanto tecno-económico en la metrópolis. Ya en 1830 la deuda contraída por Iberoamérica se elevaba a casi la mitad del monto total de deuda global emitida. En este momento Inglaterra ya tenía prefigurado el political warfare, un modo de combate que será formalizado un siglo y medio después en los Estados Unidos, al final de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una guerra no militar, pero conducida con formalidad militar en el ámbito social, con la meta de modificar los equilibrios internos de un adversario geopolítico, incidir en su constitución sociopolítica y -eventualmente- dislocar su identidad y su tejido social.
Comunismo y marxismo castrista
Transitando los tumultuosos conflictos civiles de independencia, Iberoamérica importó en su seno una cuarta dinámica no convencional escapada de la revolución bolchevique soviética y de la Europa empujada por la segunda revolución industrial. El anarquismo, y sobre todo el comunismo motorizado por la Unión soviética formaron una ideología de combate trabajando simultáneamente en varios terrenos, entre ellos la subversión de las raíces político-económicas de la sociedad y del capitalismo. El auge de la descolonización en la mitad del siglo XX dispara otras ramificaciones de este horizonte ideológico. Se acopla con el tercermundismo, el maoísmo y la teología de la liberación, variantes de los movimientos de liberación nacional, reanudando el arte de crear una brecha teológica tal como había ocurrido tres siglos antes con el catolicismo.
La vulnerabilidad regional frente a esta conflictividad impidió a Iberoamérica inventar un modo de combate esencial para hacer crecer su potencia en el contexto geopolítico, tal como lo hicieron las potencias asiáticas -Japón, Corea, China-, mediante la subversión del orden capitalista en el marco de una competición económica ya globalizada. Rápidamente otras potencias (re)emergentes se posicionaron en el terreno de las ofensivas de combate económico y social, combinado eventualmente con acciones militares. Estados Unidos obviamente, pero también Alemania, Irán, Arabia Saudita, China emprendieron giros conceptuales y modernizaron sus economías, con un aprovechamiento combativo de los resortes de la globalización.
En Iberoamérica, los propios límites encontrados por los ideales revolucionarios, junto con la caída de la Unión soviética como última experiencia de imperio territorial, termina de sellar este panorama geoestratégico. La supremacía estadounidense -posterior a 1945- genera un statu quo militar, en el telón de fondo de una guerra económica sistémica y de una conflictividad permanente, expandida a nivel mundial. La pax americana se ampara en un inédito poderío militar y tecnológico, pero también en guerras económicas y guerras por el ámbito social, desarrolladas en toda los países de la región suramericana para controlar a sus aliados o enemigos. Por las mismas vías, China, Irán y Rusia empezaron a desplegar su influencia en el continente. Encontraron en el castro-comunismo, al igual que ciertos sectores de los Estados Unidos, un aliado objetivo, convertido desde 1990 a una matriz de combate político-cultural, en asociación creciente con la esfera criminal y narcoguerrillera.
En 1948 ya estaba formalizado el political warfare por el estadounidense George Kennan. En 1999, China escribió un ensayo clave sobre la guerra irrestricta, al salir de la Primera Guerra del Golfo. A partir de 2003, Irán condensa la modalidad de guerra no convencional de sus adversarios en un manual de operaciones psicológicas. Inglaterra sobre todo y Francia, junto con otras potencias, ya disponen de trabajos doctrinarios sobre este eje.
La matriz argentina
Esta evolución geoestratégica ha impactado de lleno en la Argentina. A modo de ejemplo, veamos a continuación las realidades “conflictivas” que atraviesan el conjunto de la sociedad argentina:
- Una competición política interna entre los sectores neomarxistas, liberal-republicanos y nacionalista-liberal, en pos de controlar al Estado y encastrarlo en tres proyectos político-estratégicos distintos: 1) la neomarxista: en línea con el Foro de São Paulo -FSP- y sus corrientes castro-comunista y socialdemócrata; 2) la liberal-republicana: de baja intensidad, funcional al rival-aliado de los EE. UU.; 3) la nacional-liberal: con mayor grado de autonomía y desarrollo de unidad estratégica.
- Una guerra por el ámbito social: con el rival-aliado Reino Unido, iniciada hace cuarenta años, luego de la guerra limitada en el Atlántico Sur -1982-, que busca envolver el país en dependencias estructurales, modelar sus élites, fragmentar la unidad territorial, reducir el alcance estratégico del país y controlar a la Patagonia y el área marítima del Atlántico Sur/Antártida.
- Una guerra por el ámbito social: de largo plazo, con el proyecto corporativo-globalista que trabaja para modelar las élites locales según un patrón contra occidental, debilitar al Estado y fragmentar la base identitaria de la sociedad.
- Una competición económica con los rivales-aliados, EE. UU. y la UE: para el acceso a los mercados internacionales en términos de comercio de materia prima (agroindustria y energía).
- Una confrontación económica con el MERCOSUR: hegemonizado por Brasil y en línea con el área de influencia política de los EE. UU, para salir de los términos económicos desventajosos establecidos en el Tratado de Asunción de 1991.
- Una competición geoestratégica triangular con EE. UU. y China: que disputan sus áreas de influencia en Argentina, a lo cual se podrían sumar Rusia, Israel e Irán.
Todas estas dinámicas se mueven de modo paralelo, solapado y a veces combinado entre sí, formando un permanente flujo de acciones conflictivas.
Un nuevo sistema geoestratégico
En definitiva, el sistema estratégico contemporáneo no es más sinónimo de la alternativa entre tiempos de guerra y de paz, en los cuales los enfrentamientos militares se daban de forma lineal y convencional. Es un estado de conflicto permanente, activo también en tiempo de paz, extendido hasta el interior cognitivo-emocional de los individuos y de las sociedades, donde lo militar es susceptible de combinarse con todas las demás dimensiones de conflicto. La guerra ha perdido el monopolio del fuego, sin que el uso de la fuerza haya dejado de ser un elemento clave en las rivalidades de poder, más aún cuando la disuasión nuclear vaya perdiendo su vigencia.
Si bien las guerras híbridas van aumentando y empiezan a ser mejor abordadas, parece no ser el caso de la guerra por el ámbito social o la guerra económica, sumamente practicadas en Iberoamérica, pero desconocidas o mal entendidas. Lo es por la inercia de los marcos de pensamiento, como decíamos al principio, pero también por la propia naturaleza de esta conflictividad. El political warfare es multidominio, integrado, proyectado en una visión estratégica a largo plazo y -literalmente- sin límites o sin dominios delimitados por fronteras estratégicas y operacionales nítidas.
Sus objetivos apuntan a los centros de gravedad sociales o cognitivos de las sociedades, movilizando nuevas disciplinas de combate no cinéticas, tales como la guerra cognitiva o la ingeniería social. Es también furtivo y a veces totalmente legal, haciendo que las derrotas más hondas sean también las menos perceptibles. Su resultado último puede ser la alienación de la voluntad de un adversario, es decir la atrofia de su voluntad estratégica.
Es claramente en esta esfera donde se juega el futuro de la región. Iberoamérica puede negar esta realidad o seguir dándole la espalda. Pero las respuestas están en su memoria y en su suelo. Tiene -en su génesis- un potencial sumamente enriquecedor para ponerse a la altura de las circunstancias.