2024

Desde mi cama veo la silueta de la cordillera, el cerro San Ramón y sus montes aledaños. Estamos en un tercer piso y nada obstruye la visión privilegiada.

Por la mañana, el sol torna más blanca la nieve de las cumbres; por la tarde, en la hora vespertina, la cordillera parece reflejar los resplandores postreros del crepúsculo, en tonos amarillos, rosáceos y violeta.

Mi vecino Carlos, que es un algo patriotero, me dice que no existe en el mundo otra cordillera como ésta. Le digo que hay muchas y, con medida arrogancia, se las voy nombrando...

Hace un ademán, con el brazo extendido, y camina hacia su departamento.

Hoy, luego de la noche lluviosa, ilumina las montañas un sol esplendoroso.

La nieve cubre ahora las bajas laderas. Una avioneta parece deslizar sus alas en ese intenso blancor que Gabriela definía con la palabra ampo.

Tiene razón mi vecino Carlos, no hay cordillera como la que admiro desde mi ventana.

Agosto 12

Marisol me acaba de traer dos libros desde Barcelona: No Callar de Javier Cercas y Memorias de un niño de derechas de Francisco Umbral. Estoy terminando el segundo: certero, irónico y entretenido.

Aun cuando Bolaño despreciaba a Umbral, mostrando el chileno trotamundos su antipática faceta de fiscal literario, ejercida también en contra de Camilo José Cela y Volodia Teitelboim -entre otros-, sigo disfrutando al gran cronista manchego de Trilogía de Madrid, y Los botines blancos de piqué, una las mejores biografías de Ramón del Valle-Inclán.

¿En gustos no hay nada escrito? No, qué va... Existen innumerables páginas escritas sobre apreciaciones estéticas, incluyendo otros tantos juicios críticos; lo que cabe afirmar es que no hay nada establecido y definitivo en tan discutida materia.

Me quedo, pues, con la libertad que me otorga el placer de tantos años de lectura, desde el punto de vista subjetivo, cuya motivación y goce tienen -para mí- más sentido empático y aun amoroso, que cualquier vivisección racional especulativa (deconstrucción, que dicen).

Dejo en paz a Bolaño, y mañana, cuando inicie la acometida de las 736 páginas del libro de Javier Cercas, tampoco voy a considerar la entusiasta y favorable opinión de Vargas Llosa sobre el autor de Soldados de Salamina.

Hago mío el refrán del inefable escudero:

Solo como mi pan y sin compaña saboreo su deleite.

Agosto 24

Me llegan con frecuencia libros de autores chilenos, con solicitudes de reseñas o artículos críticos: poesía, cuento, novela, relato, ensayo. No soy académico de formación literaria, -aunque cargo cinco semestre en el Pedagógico de los 70-; apenas un “contador general” -mejor dicho “Tenedor de libros”, desde los tiempos de Cervantes; autodidacta-, un diletante de palabras con fulgor -¿qué otra cosa es la literatura?-.

Bien, aquí me tienen, dispuesto a leer, cuando tengo la impresión de haber hecho en la vida poco más que eso. No obstante, hay escritores que me urgen, a través de las redes y aun por el inquietante celular, para que no olvide la obra encomendada y cuándo aparecerá publicada.

Ganas me dan de decirles que no es elástico el ovillo del tiempo y ante apremios de circunstancia, pudieran cortarse sus febles hilos y quedar todo en la buena intención.

Hoy mismo estoy en las anotaciones para una crónica inminente sobre El amor de los caracoles, entrañable novela de Juan Mihovilovich. Esperan los relatos contenidos en El laberinto de San Fernando, de Fernando Aravena... (Por ahora).

Más esperó Penélope y Ulises sólo le trajo silencio en su fardel.

Paciencia y amor al dios inmisericorde de la literatura, hermanos escritores.

Agosto 25

Diez años se cumplieron desde el inicio de nuestra tertulia de los lunes, en el Refugio López Velarde, Simpson 7, Casa Escrita, articulada con Antonia Cabezas, la Santa Patrona, y un servidor de la palabra hecha diálogo.

No inventamos la pólvora verbal, puesto que el Refugio se abrió, como espacio dialogante, en 1963, merced al patrocinio de la Embajada de México. Hubo tertulianos ilustres, sin duda, llenos de fogosa vida y airosa verba, como Stella Díaz, Yolanda Lagos, Inés Moreno; como Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, el Mono Olivares, en fin, aunque primara entonces la espontaneidad coloquial y sus fulgurantes sorpresas.

El Ministerio de las Culturas (¿cuántas culturas hay?), ha otorgado categoría de fichaje burocrático a los encuentros de cada lunes, pidiéndonos tema previo, como si a los escritores nos faltase de qué conversar. Bueno, está bien, entramos así en el mundo clasificatorio de la estadística, esta diosa de guarismos inútiles, creada para comparar y establecer analogías, diferencias y contradicciones, sin más fundamento ni norte que la manipulación numérica en pro de justificaciones presupuestarias o casuísticas.

Anoche se cortó la luz en el Refugio, volvieron las humildes velas, como en los 80, cuando nos suspendían los suministros básicos por insolvencia; cuando la dictadura ágrafa nos quitara la sal y el agua -nunca el vino ni la palabra-, dejándonos sin el subsidio estatal, por díscolos y lenguaraces.

Anoche nos unimos a través de la virtualidad cibernética, con el poeta chileno Jorge Etcheverry Arcaya, radicado hace décadas en Canadá. Dialogamos con él -celulares mediante-, leímos sus poemas llenos de fina ironía y nostalgia por el habla austral de la tribu.

Una jornada de luminosas penumbras, si se nos permite el oxímoron. Aventamos así ese torvo silencio, semejante al olvido; fue como romper la muda indiferencia entre dos amantes cariacontecidos.

Agosto 27

Cuenta Fernando Arrabal, en su inquietante libro Un esclavo llamado Cervantes (1996), que el 12 de septiembre de 1569, cuando aún no cumplía veintidós años de edad, Miguel de Cervantes propinó, en plena calle, una cuchillada al hidalgo de capa y espada, Antonio de Segura. Éste había tratado de puta, en rúa principal de Toledo, a su hermana mayor, la bella y requerida Andrea de Cervantes.

El joven hechor fue condenado por la justicia a la amputación de su mano derecha, edicto incumplido, pues Miguel huyó a Italia, embarcándose como polizón en una galera, rumbo a Nápoles. Regresaría a su patria luego de tres lustros de arduas peripecias.

Dos años después (7 de octubre de 1571) del infortunado incidente callejero, Cervantes perdería el uso de su mano izquierda, al recibir un arcabuzazo en la batalla de Lepanto. Para los providencialistas, este suceso confirmaría el castigo por voluntad ultraterrena de la falta cometida en las tripas del hidalgo; para un “acasista” (testificante del acaso, albur o casualidad), ambos hechos luctuosos no guardan entre sí el lazo de causa y efecto adjudicado por la moral a una supuesta justicia divina, que tarda, pero llega.

En aquella época, consignada como el Siglo de Oro español, aún se mantenía la práctica punitiva de castigar, mediante la extirpación del miembro considerado culpable del delito, como si el libre albedrío se repartiese por el cuerpo en partes alícuotas. Así, un violador debía perder sus gónadas o el punzante artilugio procreador... Quizá aquella forma de justicia fuese más equitativa, en términos penales, que las actuales ejecutorias de la dama ciega.

Pero no siempre queda clara la asignación de la culpa purgada con un determinado miembro u órgano. La fisiología tampoco establece, per se, su hipotética causalidad criminal.

Por ello, nos preguntamos: ¿qué debiera serle extirpado a un picapleitos de "clase alta" puesto ayer entre rejas? ¿Y a otros célebres prevaricadores de nuestra "horrorosa república", como la calificara Enrique Lihn?

Agosto 28

En mis tiempos de “contador de uña larga”, llamábamos al Servicio de Impuestos Internos “el lugar donde mueren los valientes”. Lo de la protuberancia sobre el meñique derecho se debía a razón práctica: la uña alargada permitía levantar la hoja foliada de aquellos enormes libros de registro contable; lo de apodar el lugar fatídico tenía relación con el atávico temor que padecen los contribuyentes -sobre todo si se trata de empresarios- de ser citados o requeridos por el anónimo Señor K (Fiscalizador Punitivo Mayor) para dar cuenta de posibles anomalías tributarias que constituyen “fraude al Fisco”.

Hoy en día las comunicaciones son virtuales, bueno, hasta que el enano cibernético acepte tus jugadas en el impredecible ajedrez electrónico y aparezca la conminación rotunda: “deberá concurrir a la oficina del SII correspondiente a su domicilio”. Hasta ahí llega entonces la esperanza de omitir el encuentro con el Señor K.

Estoy ahora en la oficina tributaria de Ñuñoa. Mi cliente contable figura en la red de pecados alcabaleros como reo de inconsistencias en la declaración de Renta AT-2024. Ocupo el banquillo del turno 32.

La fiscalizadora me explica los detalles; advierto un tono sardónico en su voz.

-No se haga ilusiones señor, no hay condonación de intereses y multas, en esta causa, porque está presentada fuera de plazo.

(Siempre estaré fuera de plazo -digo para mis adentros profundos, donde no habitan los burócratas).

-Pero, señorita, de esto no le llegó ninguna información previa a mi cliente.

-Mire señor, todo contribuyente debe visitar, ojalá a diario, las amables páginas virtuales del SII, revisar su cuenta individual y responder, oportunamente, a los requerimientos del Servicio... Carpe diem, señor.

Me despedí anteponiendo un extemporáneo “gracias”. Cuando ya le había dado yo la espalda, escuché su voz potente, casi varonil:

-No olvide, señor, que el sistema de control se perfecciona día a día... Y la aplicación de sanciones también.

(Reprimió con relativo éxito una risa de satisfacción que sentí deslizarse, como terrible presagio, sobre mi espina dorsal).

Primera entrega de Dietario crepuscular