Con mi mujer hace varios años que disfrutamos viendo Los Psicolocos, uno de los muchos espacios de calidad que existen en internet vía YouTube. Programa con dos psicólogos y un filósofo que, semana a semana, nos alimentan el alma, el espíritu, y abastecen nuestro cerebro. Mientras, la otra TV, la abierta, es insoportable de ver. No existe estómago que logre digerir tanta violencia, choques, portonazos, tanta negatividad. Escuchamos a los profesionales decir que tenemos un segundo cerebro, llamado, estómago. Creador del 70 u 80% de nuestras neuronas. Neuronas que provienen de las proteínas de los alimentos que digerimos. Esto significa que los alimentos cumplen un rol fundamental en nuestras vidas. Imaginemos entonces, lo que significa para nuestro cerebro que consumamos demasiada comida chatarra.
Hoy, somos también grandes consumidores de pantalla. A través de la cual nuestra mente es alimentada de información inútil, innecesaria, deprimente, violenta, desmotivadora, muchas veces falsas, en conclusión, información chatarra. Digerimos información sin procesar, sin reflexionar. Estamos saturando nuestro cerebro con basura. El resultado que provoca esta mala dieta, son personas finalmente menos reflexivas, más sumisas y con deterioro del estado mental o intelectual. En muchos casos finalmente son personas adictas al consumo extremo de pantallas digitales.
¿Pero cuál podría ser la razón, los motivos, y quienes los culpables, de que la tv y en las redes abunden estos condimentos informativos sin proteínas?
Todo indica que los jóvenes hoy buscan la gratificación inmediata, el éxito ya, no tienen tiempo para esperar. Pero la vida nos enseña que todo requiere de un proceso, de tiempo, que hay etapas que cumplir, que es necesaria la disciplina, la constancia, y donde la trayectoria y experiencias juegan un rol fundamental.
En el sistema económico de mercado desregulado y sin control suficiente, como lo catalogaba el finado Armando Uribe, que domina todo el planeta, el motor que lo hace funcionar, es la publicidad y el marketing. Y está perfecto que así sea. De lo contrario, si no existiera la publicidad, no tendríamos parlamento y presidente. No sabríamos por quién votar. Bueno, pero la realidad mundial nos indica que también existe la publicidad engañosa, y los políticos son parte de ese problema. La publicidad nos muestra un producto, un mensaje, y su objetivo es seducirnos, capturarnos. Es fundamental que exista una instancia fiscalizadora para que no nos bombardeen con publicidad que nos confunda.
Las agencias de publicidad son cómplices pasivos de la mediocridad reinante en los medios al patrocinar la incapacidad de productores y directores de TV, mediocres que están detrás de las cámaras de programas chatarras, que las agencias y sus carteras de clientes auspician.
Recuerdo que, durante los primeros años del total de 28 del programa de TV cultural Off the Record, fui varias veces a las más importantes agencias de publicidad para mostrarles nuestro proyecto e intentar conseguir que alguna marca pudiera auspiciarnos. Comenzaba mostrando los rostros de destacadas figuras de la cultura hispanoamericana que habían pasado por el programa, como, por ejemplo: Roberto Bolaño, Monsiváis, Vila Matas, Francisco Coloane, Gonzalo Rojas, Raúl Ruiz, Almudena Grande, cuando aún me faltaban varios por mostrar ya veía en el rostro de aquel experto que aquellos nombres no le decían nada, navegaban a la deriva en su mente. No existía ninguna posibilidad de lograr un mínimo de feeling con aquellos millennials. Seguramente para ellos esos nombres eran de jugadores de alguna liga europea de fútbol.
De esta manera estos magos del marketing van convirtiendo en vacas sagradas a personajes irrelevantes, pero que son los que, según ellos, venden, hacen consumir y finalmente dinamizan la economía. Consumir, palabra mágica del sistema. Consumir, lo que sea, incluso, lo innecesario. Lo que importa son las cifras azules. Sacrosanto indicador económico del sistema.
Creo que esa es una de las razones del por qué la cultura escasea en la parrilla programática de la TV, y si abunda, lo fácil, lo light con programas que son verdaderos mataderos donde descuartizan al invitado a punta de bullying. Pero muchos se prestan por esos quince minutos de fama por el dios money.
Otra razón por la que pienso no existe apoyo privado a la cultura, es por la miopía y el sesgo político de muchos artistas y gestores culturales, mayoritariamente de izquierda. Personajes, que, sin criterio, meten a todos los empresarios en el paquete de corruptos o fachos y después van en busca de su auspicio para sus proyectos artísticos. Estos mismos artistas o gestores culturales no piensan que ellos mismos son empresarios de pymes de la llamada industria cultural.
Pero no todo es negativo en el mundo de la publicidad. Con sus estrategias han logrado provocar una cierta movilidad social, mental, en los sectores más populares de la población a nivel mundial. Hoy casi todos lucen un look nórdico. Estos falsos rubios y rubias, son adictos a las compras. Incluso esperan desesperados cada cyber monday. Lo que diferencia a los unos, de los otros, es que los unos, visten prendas originales y los otros, pirateada.
Pero no hay mal que por bien no venga, en este mundo cambalache, que no lo solucione el marketing y sus teorías. Hoy, tanto los ricos y los pobres, visten igual. Todos compran prendas con fallas de fabricación, que ya vienen con los hoyos y parches. “Privilegio”, que, antes, estaba reservado para los más pobres, también llamados, rotos. Quienes, solitarios, desfilaban por las pasarelas de la desigualdad social.
Nicanor Parra, seguramente me habría dicho, por fin te cayó la teja, o tal vez, finalmente te zapateo la azotea. Esto, en relación al tema de la desigualdad. ¿Cómo se explica, que, desde siempre, todos los políticos han predicado que la mala educación es la madre del cordero de nuestras desigualdades y pasen gobiernos de todos los colores, principalmente los de color rojizo y nada cambie? La teja que me removió la azotea, me hizo pensar, que, quizás el gran aporte de la publicidad para mantener el Statu quo reinante, es que, ellos, los que ostentan el poder, se vistan y vean, como los otros, ósea, los rotos, en vez de que los rotos, aspiren a verse como ellos.
El sabio de Parra también diría: “Damas y caballeros, no os preocupéis, mientras la izquierda y la derecha no estén unidas, la mona, aunque se vista de seda, mona se queda, el sistema estará garantizado”. Recuerdo que, conversando con una cineasta brasileña en Mozambique, a mi pregunta de si en Brasil existía racismo, sin titubear me respondió que no. Lo que pasa, es que, en Brasil, el negro conoce su lugar.
A propósito de la mona y la seda, Durante mi juventud, un grupo de amigos acostumbrábamos juntábamos por las tardes en la esquina de Ladrilleros con J.J. Pérez, en Quinta Normal. La esquina era el lugar donde veíamos pasar no solo a las mozas del barrio, sino también nuestros sueños. Eso duró hasta el golpe cívico militar ya que a partir de ese momento era prohibido juntarse y menos pararse en una esquina. Ese mundo al que aspirábamos, lo visualizábamos al viajar un sábado en micro desde nuestra periferia hasta el barrio alto de Santiago. Cruzábamos la frontera social que era la Plaza Italia o Baquedano. Una vez que la micro llegaba al final de su recorrido, nosotros, continuábamos sentados hasta que la micro reiniciaba el viaje que nos retornaba a nuestro lugar de origen. La micro transitaba de regreso por la avenida Providencia.
Nosotros, los otros, nos sentados en el lado derecho de la micro. Lugar que nos permitía cumplir el objetivo de nuestro safari urbano. Apilados junto a la ventana rogábamos que se detuviera en el sitio justo. Sitio, que no era otro que el famoso Drugstore. Detención que nos permitía observar en detalle las bellas chicas del barrio alto o mejor dicho de estratos altos, rubias originales, de azules ojos, que vestían jeans pata de elefante. Era un cardumen que no estaba a nuestro alcance. Se reunían a conversar y a pitear mariguana en las afueras del Drugstore con sus engominados y pelucones minos. Machos que luego se montaban con sus bellas en ruidosas Harley-Davison y desaparecían de nuestro horizonte. Naturalmente, sufríamos una envidia no sana.
Una década después vine a Chile y grabé estas mismas escenas. Fue en agosto del año 1983. Vine desde Suecia para filmar Rebelión Ahora, mi segunda película clandestina realizada durante la dictadura. El film habla de la privatización de la educación, de las protestas que comenzaban a surgir contra la dictadura, y de los resultados económicos implementados por los Chicago Boys. Escenas que funcionaban muy bien como símbolos de los privilegios de los, unos, contra los otros.
Al no poder juntarnos en la esquina de siempre en tiempos de la dictadura nos trasladamos a la calle Vargas Fontecilla, una calle también sin pavimentar, pero al interior de J.J. Pérez. El lugar escogido era el taller del zapatero remendón del barrio. El maestro Matamala. A quien cariñosamente le decíamos el Anthony, ya que, con mucha voluntad, encontrábamos que por su rostro corría una suave brisa del famoso Anthony Quinn. Estábamos hasta altas horas de la noche conversando, discutiendo, pelusiando. Con Mr. Anthony discutíamos mucho ya que era de derecha, mientras que la gran mayoría del nosotros, éramos upelientos que vestíamos nuestros falsos pata de elefantes y camisas blancas de saco harinero que adornábamos con coloridos bordados, al mejor estilo del Drugstore.
Luego de mis años en Suecia y Mozambique, que sumaron catorce, regrese a Chile en 1991. Ahora viviendo en el barrio alto, me hice cliente frecuente del Drugstore. Conversando con algunos nuevos amigos, pero viejos clientes del Café Tavelli, que me veían como si yo fuera uno más de ellos que se juntaban en las afueras del Drugstore, mientras yo los veía desde la micro. Me preguntaban si recordaba aquel aviso que apareció un día pegado en las paredes del Drugstore y en árboles del sector, que decía: “Emeterio, vende su moto”. Yo les había comentado que yo era un infiltrado en ese ambiente, pero no me creían. Yo no tenía idea quien era el que vendía la moto. Para ellos bastaba ese escueto texto, el resto de la oración era por todos ellos conocida. Mi nueva realidad indicaba que, por arte de magia, mis años en el exterior habían cambiado mi status. Que finalmente había logrado el sueño de la movilidad social. Que había dejado de ser de, los otros, y ahora era uno más de, ellos.
Pero hay algo muy curioso que está pasando que me alegra enormemente. Aunque parezca una locura, creo que este milagro también se lo tenemos que adjudicar al grande de Marcelo Bielsa. En nuestra clasista sociedad siempre ha sido un tema la importancia de los apellidos. Sobre todo, los llamados apellidos vinosos. La mayoría de quienes ostentan el poder económico en Chile, tienen apellidos europeos.
Pero gracias a Bielsa surgió una generación de jugadores llamada, generación dorada. Campeones de América dos veces. Hoy con el paso de los años podemos constatar que el lavado de cerebro que les introdujo el Mister, estos humildes muchachos conquistaron finalmente la tan añorada movilidad social que por generaciones buscaron sus padres y abuelos. Hoy vemos cómo Alexis Sánchez, Arturo, el King Vidal y Claudio Bravo, se han convertido en importantes productores de vino, a pesar de sus apellidos. Esto realmente me reconforta y merece que todos hagamos un brindis con una cañita de un buen vino pichanguero.
Pero hay un detalle importante a vencer que afecta a la mayoría de quienes provienen del segmento mayoritario de nuestra sociedad, de la periferia o de los llamados de a pie. Deben luchar por romper la castración mental a la que han sido sometidos. Durante generaciones han sido reprimidos, moldeados por una mala educación, que más que educarlos, los ha deformado. Sistema que los ha transformado en personas inseguras, en seres miedosos, sin capacidad de soñar, ni de aspirar a una vida mejor. Finalmente, en personajes inmóviles.
Una anécdota que no me canso de contar que sucedió con Gazon, uno de mis amigos de aquella esquina de Ladrillero, quien era rubio, de ojos azules, y con cara de judío infiltrado en el barrio, a quien molestábamos porque nunca supimos quién era su padre. Sí sabíamos que su madre era alcohólica, que era cocinera y trabajaba hace muchos años en un restaurante del barrio alto. Situación que aprovechábamos para decirle que él era resultado de un apretón de micro en el sector alto de la ciudad.
La anécdota con Gazon refleja algo similar a lo expresado por la cineasta brasileña en relación a la situación que vive el ciudadano negro en Brasil. También, el efecto de castración mental que provoca el sistema dominante en el ciudadano común que vive en la periferia de este mundo globalizado. Cuando editábamos el film Rebelión Ahora, en agosto de 1983, con el propósito de enviarlo desde Chile al festival de la Habana, un día Gazon me llevaba en su auto a la productora cinematográfica de Abdulá para continuar editando el film. Cuando pasábamos frente a la Estación Central, le preguntó: “¿puedo cambiar la música de tu radio?”. Comienzo a girar el dial pasando por diversas emisoras hasta que de pronto me detuve y eufórico exclamé: “La sinfonía de Leningrado de Shostakovich”. Gazon, muy serio, e incluso me atrevería a decir que molesto, me mira y dice: “¿Que te creí conchetumadre si vos también soy de quinta normal?”.
Finalmente, la tan esquiva movilidad social, también llegó a mi querido amigo Gazon. Años más tarde Gazon se convirtió en socio administrador del café Off the Record. Pero como suele suceder con aquellos que por generación esperan. Su temprana muerte sentencio también la suerte de nuestro bello café Off the Record.
La experiencia adquirida en las esquinas de nuestras vidas, nos dicen, que es fundamental que entendamos, que el cambio, pasa por cada uno de nosotros y no por ellos. Que no es necesario ser el primero para ser uno.