Sniff, sniff, sniiiifff, hueles a buena persona, así es que puedo conversar contigo. Me llamo Pimienta porque soy negrita, redondita, chiquitita y muy sabrosa. Las manchitas color café que tengo en la carita parecen un antifaz, mi mamá dice que eso es muy adecuado porque la vida es un carnaval. Tengo varios nombres más, ¿sabías? Mi mamá dice que la palabra es la única herramienta útil en esta vida incomprensible y cada vez que se vuelve loca por mí, me aumenta un nombre.

Si quieres que te diga toditos mis nombres y hasta mi apellido, sigue acariciando mi pancita y no hagas ningún movimiento súbito. Así, así, más cariñitos y no te muevas porque me asusto. ¿Puedes cantar mi canción? ¡Queeé! ¿No la sabes? Mmm, déjame olerte otra vez, no vayas a ser un extraterrestre, ¡habrase visto un terrícola que no conozca mi canción!, SNIIIIFFF. Mmm, a ver, atiende, que te la soplo y mientras tú cantas yo te voy contando, se canta así: “La Pimieeentaa es importaaaante, la Pimieeenta es muy valieeente, importaaante y muy valiente, muy valieeente de verdad. Ella eees una negriiita, chiquitiiita y muy boniiita, ella es la pequeñiiita, la pequeeeña de mamaaá”. Y así, vas cambiando “importante” por “valiosa” y “valiosa” por “importante”, pero siempre tienes que cantar que soy valiente. Hay que ser muy valiente para tener mi tamaño en un mundo tan grande, ¿sabías? ¡Y para viajar como yo viajo! soy una viajerita, eso puedes añadirle a mi canción. Canta, canta, y ráscame la pancita, no te distraigas.

Tengo doce años, soy una señora, aunque como tengo pocas canitas, no lo parezco. La única novedad es que ahora soy… ¡sonora! Oooh, aaah, uuum, digo a cada rato y, además, suspiro mucho, como mi abuelita, seguramente es genético. Hasta algún craaac suelta mi cuerpo sin que yo le dé permiso, sobre todo, cuando me echo o me levanto ¡soy crocante! Y como me he vuelto un poquito sabia, sé muchos trucos, por ejemplo, si quiero que mi mamá deje de dormir y me haga cariñitos, paso un rato dando vueltas y vueltas, aunque sea a media noche, el ruido que hacen mis uñitas en el piso la despierta rapidísimo.

¿Que quieres que te cuente sobre mi vida? Bueno, te cuento. Una vez, hace años, pensé que iba a tener hijitos y comencé a hacer nidos en toda la casa. Subía al sillón, formaba una montañita con los cojines y me echaba debajo esperando que mis bebitos llegaran. Cuando mi mamá llegaba del trabajo encontraba todo patas arriba y a mí en mi nido. Después me dio por meterme a los closets cuando estaban abiertos, entraba y con mis patitas movía todo para hacer espacio para mis hijitos. Cuando mi cuerpo comenzó a producir leche mi mamá se aterró y me llevó al doctor; a veces se aterra, mi mamá.

Mi doctor se llama Manuel y me cae muy mal porque aunque me hace cariñitos, siempre me pincha. Con su bata blanca, sus lentes y su cara de bueno que yo no me creo, dijo que tenía “falsa preñez”, me operó y me curó. Nunca más volví a pensar que iba a tener hijitos y eso es muy bueno porque en el mundo hay demasiados perritos sin amor. Entonces gané mi apellido, ¿quieres saber cuál es? ¡Murphy!, se pronuncia ‘merfi’, eso es inglés, ¿sabías? Gané mi apellido después de mi operación, porque un posible efecto secundario de esa cirugía es la incontinencia urinaria y aunque es rarísimo, a mí me pasó. Qué palabra tan complicada para explicar que a veces mi potito tiene un hueco y gotea sin quererlo. Mi mamá amanece mojada a cada rato y aunque se le paran los pelos un poco, no puede dejar de dormir conmigo.

Me gustan mucho los abrazos, son deliciosos, ¿no es cierto? Mi prima Yinyín es una shitzú renegona que sólo aguanta poquitos abrazos de su mamá. En cambio, a mí pueden abrazarme todo el día, besuquearme y estrujarme y nunca reniego por eso. Cuando mi mamá y yo andamos de arrumacos, al comienzo me pongo muy romántica, sobre todo cuando ella me canta mi canción, pero luego me aloco y empiezo a correr y doy vueltas olímpicas como si me faltara un tornillo, ah, verdad, ¿sabías que me falta un tornillo? Por lo menos, eso dicen.

FUUUUUM. ¡Te moviste! Te dije que no te movieras porque me asusto, soy muy asustona, aunque muy valiente, bueno, puedo volver a acercarme, pero con la condición de que me avises antes de moverte, y que no se te vaya a caer nada porque cuando algo se cae, siempre cae sobre mí, ¿no ves que mi apellido es Murphy? Todo lo que cae, me cae encima, y todo lo que explota, explota a mi ladito… es el peso de mi apellido, dice mi mamá. Sigue sobando mi barriguita, ¿puedes sobar también mi espaldita?

Tengo una hermana mayor, ¿sabías? Muy rubia, grandota y linda, una labrador que se llamaba Babalú. Mi mamá decía que era un nombre muy tonto porque no significaba nada y como para ella las palabras son muy importantes, decidió que Babalú era el diminutivo de Doña Bárbara Lucrecia y sólo así pudo mirar a los ojos de mi hermana sin sentir que le faltaba al respeto. Babalú se sentaba con las piernas cruzadas, caminaba meneando el trasero con sutileza, como quien no puede evitarlo, como hacen las damas elegantes y poco le faltaba para hablar en francés, oui, la muy pituca. A mí me encantaba molestarla, corría detrás de ella calladita y zuas, le mordía el potito, grrr me respondía ella, y como era elegantísima, nunca me mordía. Un día me acerqué sin hacer ruido, lista para darle otro mordisquito y Babalú se sentó en mi cabeza y me aplastó, ¡es horrible que te aplasten la cabeza! Mi mamá se murió de risa y dijo Bravo, Babalú.

Cuando algún desconocido quería tocarme y yo me asustaba, Babalú ladraba con un vozarrón que no era de dama sino de vagabundo y la gente salía disparada. En las multitudes (¡a mí no me gustan las multitudes!) yo me paraba debajo de Babalú y mi mamá decía que parecíamos un perro de dos pisos. Babalú enfermó cuando tenía once años. Trataron de curarla hasta en la casa, vinieron varios médicos, pero Babalú no mejoró, entonces mi mamá la acunó, le cantó su canción y le dijo Babalú, regresa allá, al corazón de Dios donde el dolor no existe. Cuando yo cumplí once años mi mamá andaba aterrada revisándome todo el cuerpo, y cuando cumplí doce se puso muy feliz.

Quedamos en que me hacías cariñitos, ¿o no? Sigue pues, ahora en el cuellito, grrr, cuando digo grrr significa que olvidaste nuestro trato, ¿entendiste? Creo que es hora de que me des comidita. ¿Qué trajiste para mí? No tengo comida favorita, todo es riquísimo. Una vez, cuando mi mamá trabajaba mucho, vino una vecina a darnos de comer y tapó mal la caja donde se guardaba nuestra comida. Cuando la vecina se fue, Babalú empujó la tapa y yo me zambullí, ¡era igualita al cielo! Mi hermana y yo comimos muuucho hasta que escuchamos el auto de mi mamá y salimos disparadas para que no se diera cuenta. Pasamos el resto de la tarde echadas porque es muy difícil moverse con la barriga tan pesada, ¡fue una de las tardes más lindas de la vida! Después hicimos unas cacas gigantes y mi mamá dijo: voy a poner candado a esa caja, ustedes dos parecen peces.

¿Sabías que soy tan valiente que salvé la vida de mi mamá una vez, yo solita y con este tamañito? Una noche cuando vivíamos en una playa, un hombre malo se metió por el balcón y se puso a observar a mi mamá durmiendo. Yo lo insulté muy fuerte hasta que mi mamá abrió los ojos. Estoy segura de que ese malvado nunca ha vuelto a entrar a una casa sin invitación, lo matamos del susto y se tiró de vuelta por el balcón, GRRR, ¿ves cómo doy miedo?, ¡puedo ser feroz! Cuando vivíamos en esa playa mi mamá se metía al mar por hoooras y salía con los dedos arrugados. Yo me sentaba en la parte seca de la orilla y no le quitaba los ojos de encima, trataba de hipnotizarla: sal de una vez, mamá, pero nunca me resultó. Le encanta el agua, a mi mamá, y para colmo, insiste en bañarme. Los perritos nacemos para andar mugrientos y felices, porque si Dios quisiera que fuéramos limpios, nos haría nacer con un jabón colgado del pescuezo, ¿no te parece?

¿Que qué siento por tener doce años y ser casi una viejita? ¡Ay, qué pregunta tan filosófica! ¡Qué voy a sentir pues, yo vivo nomás! voy a seguir en la tierra al lado de mi mamá viajando por el mundo, cerca al mar, seguramente. Voy a seguir jugando con mis botellitas de plástico, a dar vueltas olímpicas corriendo, a comer riquísimo y dar miles de besos a mi mamá y a los pocos que los merezcan. El día en que yo enferme mucho y mi mamá no pueda curarme, ella me acunará, me cantará mi canción despacito y llamará a mi hermana Babalú para que me recoja y me lleve allá, al corazón de Dios, donde no hay dolor. Pero eso no va a ser muy pronto, estoy sanísima y los perritos chiquitos como yo vivimos mucho tiempo, ¿sabías?

Bueno, ya es hora de que me lleves a pasear. ¡Aaah, verdad, te dije que te diría mi nombre completo! Yo me llamo Pimienta Condimento Alicia del Primor Simeona Murphy. Apúrate, ¡vamos a la calle!

Escrito en noviembre del 2019.

Pimienta regresó al corazón de Dios, donde no hay dolor, a los quince años y siete meses de edad. Cuando llegó a Santander, cambió su opinión sobre el agua y, aunque nunca le gustó el jabón, se bañó muchas veces en el mar santanderino.