Miguel Donoso Pareja (Guayaquil, 1931) y Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) pertenecen a dos tradiciones literarias distintas, se podría pensar incluso que remotas. Pero los dos escriben en español, y sus obras aparecieron en los extrarradios del boom: Las afueras (1959); Henry Black (1969). Intentar un diálogo significa trazar un panorama de las letras españolas y latinoamericanas –Hispanoamericanas- e implica sondear la memoria y la trayectoria cultural de dos latitudes enlazadas entrañablemente, pero que suelen permanecer ajenas.
I
Quisiera comenzar por el final: la América española y España tienen una herencia compartida. Sin embargo esa herencia es problemática y en gran parte, tanto desde la perspectiva americana como española, se ha tratado de minimizar o de frivolizar o de acentuar de forma excesivamente trágica. Los americanos que hablamos español y los españoles tenemos antiguos lazos de parentesco. Pero esos lazos –que parten literalmente de la sangre y se muestran luego en la cultura– responden a una historia de conquista y colonización, a la destrucción de antiguas civilizaciones y a la creación de un Imperio mundial y una nueva clase –el mestizo, el bastardo– que todavía hoy parece carecer de la capacidad para afirmar su carácter: que todavía hoy, diría Agustín Cueva, carece de cultura.
Con la independencia las repúblicas mestizas intentaron romper un doble parentesco: el que los ligaba a la metrópoli y el que los ataba al mundo Inca, Quitu, Chibcha… de tal suerte que su nacimiento como sujetos políticos, históricos, literarios se hizo abrazando culturas y lenguas exóticas: el inglés, el francés. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, sobre todo en los antiguos virreinatos, real audiencias y capitanías, fue imponiéndose nuevamente el sentido de lo Hispano, pero también el valor de lo Inca o Quitu. La decadencia del Imperio español y la emergencia de otros imperios tuvieron lugar en una época en que las nuevas repúblicas carecieron de una tradición sólida para afirmar su independencia.
El resultado final fue que terminaron por girar en las órbitas de los nuevos imperios, o ya en el siglo XX, de las potencias imperialistas. La conciencia de lo Hispano y de lo Inca o Quitu chocaba continuamente con la modernidad de ingleses, franceses y estadounidenses. Las repúblicas mestizas, al deshacerse de sus padres naturales y al negar a la madre vencida, salieron al mundo como desnudas, sin historia y sin futuro. La derrota de México frente a los Estadounidenses en el siglo XIX; la intención de García Moreno, presidente de Ecuador, de entregar el país a los franceses, revela esa falta de dirección, de destino.
Es que el destino de estas comarcas estaba asociado poderosamente al de España. De ahí que a inicios del siglo XIX no se hablara de independencia, sino de reforma o de revolución. Fueron muchos y muy ilustres los americanos que participaron en las cortes de Cádiz y que bregaron por una constitución liberal para España. La derrota del liberalismo en la metrópoli, la invasión Napoleónica, la reacción ultramontana de Fernando VII provocaron dos cosas: que España se mantenga estática en su tradicionalismo y que América rompa con España.
Un siglo y pico después en España y América tienen lugar dos revoluciones –la corriente de las dos atraviesa profundamente el ámbito Hispánico–: la República española y la Revolución cubana. A lo largo del siglo XIX y durante los primeros años del siglo XX América y España habían establecido nuevamente un diálogo fluido: se puede advertir, por ejemplo, en la ascendencia de Rubén Darío sobre los poetas del 98, y en la influencia de estos sobre los americanos. La coexistencia de Unamuno, Alfonso Reyes y Borges en la España de principios del siglo XX revela que, tras las guerras de independencia, se retomaba un diálogo en muchos sentidos enriquecedor y que nos hacía mutuamente fuertes. La guerra civil española iba a representar una especie de segundo acto dentro de los afanes de España por asumir una tradición liberal.
Creo que no yerro si señalo que el impacto de la guerra civil en España y en la América española se centró en la disputa entre comunistas y fascistas. Pero entiendo que en España se defendía a la república. No al comunismo ni al fascismo. Es decir, hubo una superposición de niveles: el problema de España, lo mismo que de América Latina –tenía que ver con la concepción de verdaderas repúblicas, afincadas en sus tradiciones históricas, culturales; en sus recursos económicos, en sus instituciones políticas. En ese pequeño mar en el que se enfrentaron las grandes potencias del momento, el carácter de España quedó hundido. Se perdió la República.
A las repúblicas latinoamericanas les hacía falta la capacidad de organizarse y de concebirse a sí mismas. Las nuevas ideologías permeaban sociedades que estaban en proceso de organización, pero que en sus mejores momentos habían encontrado un camino propio para definirse. La revolución liberal en Ecuador y la revolución mexicana pueden servir de ejemplo de esa búsqueda de un camino propio: de encontrar un carácter auténtico, que intentó romper los antiguos lazos tradicionalistas, (el poder de la iglesia, el dogmatismo cerril) apelando a los propios medios de pensamiento y acción. No obstante la audacia de estos proyectos el contexto mundial les oponía desafíos más vastos, como los que vivió España: Eloy Alfaro, caudillo de la revolución liberal, terminó por entregar la construcción de ferrocarriles a una empresa inglesa; los revolucionarios mexicanos poco a poco se fueron doblegando al poder imperialista de los yankees. Es cierto, estas revoluciones se pudrieron también desde dentro.
A mediados del siglo XX la revolución cubana abrió una nueva tensión con todo aquello que se había congelado o que se había podrido.
II
La atracción que produjo América Latina en las conciencias críticas durante los años sesenta era similar a la que produjo España en los años treinta. El Orwell de España es como el Regis Debrays de Bolivia, guardando, obviamente, las distancias. El boom literario es una más de las expresiones de esos años en que una revolución nacionalista y anti-imperialista parecía orientar el destino de estos pueblos. La revolución era como el telón de fondo sobre el que se habían escrito, con anticipación, las obras de Borges, Rulfo, Onetti; era el paisaje sobre el que se escribieron los libros de García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes. Y todos los que participaban de ese centro de atracción y poder: José Donoso, Julio Cortázar, Ernesto Sábato. Sin embargo, las contradicciones de la revolución se hicieron notar tempranamente: la censura y persecución a Cabrera Infante es como un parte-aguas.
El esplendor de estos años cubrió de silencio lo que se había hecho antes, lo que se hacía en los límites de ese epicentro, lo que se hacía en las zonas grises, como España. A medida que la revolución fue haciéndose decrépita, cuando advirtió que su eco en América Latina había sido contenido o malinterpretado, cuando Cuba se sintió una isla y los revolucionarios se hicieron burócratas y astutos –sin la flexibilidad de los mexicanos– los intelectuales entraron en desbandada, asumiendo partidos, a veces, indefendibles. ¿Por qué la revolución cubana no pudo ser como la revolución francesa, y dar lugar a una república socialista, a tono con los tiempos? No podría responderlo ahora, pero lo que sucedió con la literatura, sucedió también con otras expresiones de esos años, como con el cine: Tomás Gutiérrez Alea o Miguel Littin hicieron grandes películas en aquellos felices años, pero después –sobre todo el segundo– se fueron apagando, no sé por qué.
No quiero decir, de ninguna manera, que Borges haya necesitado de la revolución –como posiblemente si pasó con García Márquez o Carlos Fuentes– para escribir su obra. Lo que quiero decir es que sencillamente la revolución puso a América Latina en el mapa, incluida su literatura. Un mapa, hay que recordarlo, que estaba trazado con las líneas que dejó la segunda guerra mundial y que tenía colores maniqueos. Pero, ¿Qué vino después? Un lento hundimiento, un naufragio propiciado además por la brutalidad de las dictaduras. ¿Qué expresión podía surgir de los grises, infaustos y desgraciados años 80 y 90? Una literatura que sólo podía escribirse en los márgenes de todo eso, incluida la propia revolución cubana: esos límites eran España, y ese escritor posiblemente sea Bolaño. Pero esa frontera, que es al mismo tiempo centro de la cultura Latinoamericana, había cambiado también: había llegado a una extraña transición de la dictadura a la monarquía.
III
Los primeros libros de Luis Goytisolo y de Miguel Donoso se escriben en las postrimerías. Es decir, son libros que condensan el sentimiento de una época. El de Goytisolo refleja el peso de una pérdida. El de Donoso el de una victoria. Su lugar secundario en el espectro convulsionado de aquellos años locos –y grises– posiblemente nos ayude a comprender lo que no supieron decirnos los actores centrales de aquella época: la fe –insidiosa o verdadera– en el arte y la revolución de aquellos años hace que hoy, cuando la revolución se ha desvanecido lo mismo que el arte, nos preguntemos, con cierto escepticismo, si posiblemente no sea preferible la fe-insidiosa o verdadera– a la destartalada y espesa vida de un mundo feliz y enfermo. Pero, ¿qué no supieron decirnos los actores centrales de aquellos años?
Lo que sucede con nuestros escritores del boom es que aparecieron en un momento histórico y cultural en que la izquierda y la literatura parecían encarnar un ideal. Ellos encarnaban, en gran medida, el ideal. Y, creo yo, lo siguen haciendo. Como escritores y revolucionarios ideales se negaban a aceptar la desgracia de los derrotados y la oscuridad de los segundones. Extraña, o sintomáticamente, una literatura como la de Bolaño venía a recobrar esa mala conciencia que se les había olvidado a los autores ideales. Nuestros escritores ideales se olvidaron encarnar el papel de la mala conciencia, que a veces es el único papel que cuenta para el escritor. Por eso, al leer a Goytisolo y Pareja en el escenario de aquella época, resulta que los dos, sea por su melancolía o por su euforia, son como una mala conciencia: a diferencia de los escritores del boom, que cumplen su papel de revolucionarios y escritores, Goytisolo y Pareja eran verdaderamente revolucionarios y escritores.
Resultaría absurdo mermar el prestigio de las obras centrales, finales. De ninguna manera. Pero creo que los libros, o más bien los escritores sólo se comprometen de verdad con su lector cuando nos comunican alguna experiencia vital. No quiero decir que deban escribir una obra autobiográfica, sino que asumen su arte como una cuestión de vida o muerte. De ahí que los libros de Primo Levi, o de Musil o de Arlt me resulten más comprometidos que los de García Márquez o Borges. Hay, en esos libros, aunque escasamente literarios o convencionales en su técnica o imperfectos en su escritura una lucha entre el escritor y la muerte, o la destrucción del alma o la locura. Me gustaría creer que Las afueras, de Goytisolo, y Henry Black pertenecen a esta extraña estirpe. Son, gracias a esa virtud, libros inocentes.
IV
La pregunta que debieron hacerse algunos críticos era la de cómo brillar en un escenario como aquel, de aquella época. Pues, al parecer, Goytisolo y Pareja no querían brillar. En Las afueras Goytisolo retrata una España, una Barcelona, en la que las relaciones jerárquicas, de riqueza y cultura son una especie de cepo, de garrote vil, de cadena de acero. Semejante realidad –donde continuamente se tiene presente el dolor de la guerra– resulta asfixiante y de un determinismo tenaz, lo mismo que el estilo del escritor: el estilo se emparenta con una especie de realismo seco, en donde no caben ni el feísmo ni el melodrama. Seco, maduro, como todo aquel que ha aprendido una dura lección. Esa dura lección, la derrota del liberalismo, impide que los personajes puedan soñar con otras realidades. Hay un sentimiento tan hondo de que las cosas no pueden cambiar que los personajes jamás se permiten la ensoñación o el amor.
Resulta notable que este primer libro de Luis Goytisolo se haya re-editado en 2018, cuando se cumplían 50 años de su publicación. Pareciera una triste ironía que tras el destape español de ochenta y noventa, y tras la crisis económica y social de 2008, llegara nuevamente Goytisolo a recordarnos lo dura que es la vida. Uno de los personajes de este libro es un fascista que, veinte años después de la guerra, se ha convertido en empresario. Una noche el empresario –el vencedor– se encuentra con uno de sus antiguos soldados, con otro vencedor: este antiguo soldado es lustrabotas, ha peleado, además, con los nazis en Rusia. El espejo que ve el empresario es tan patético, tan degradante, tan triste que en los párrafos finales el personaje sólo atina a decir: “No, no es eso. Es solo que tengo ganas de tomar un poco el aire. Solo eso” (p. 138).
Guardando las distancias me atrevería a decir que ese carácter teatral del destape español bien puede aplicarse a los años de la revolución latinoamericana. Mientras que la novela de Goytisolo sólo podía escribirse tras una dura experiencia, como la de la crisis de 2008 que clausuró el destape, la novela de Miguel Donoso sólo pudo concebirse en los años 80 en España o en los años 60 en Latinoamérica. Es que Donoso Pareja, como Goytisolo, pareciera registrar el pulso de su época. Parece que no les interesa tanto un papel en la obra que se despliega, como cumplir su papel. Para cumplir su papel deben tener un compromiso con sus sentimientos e ideas. Chocan por eso con el escritor profesional o con el escritor ideal.
Donoso Pareja escribe una novela de un radicalismo experimental que a ratos nos deja atónitos. El personaje parece desdoblarse continuamente entre distintos paisajes –Londres, Atenas, Guayaquil…– y en su conciencia se entremezclan las identidades, los interlocutores, la ficción y la historia. Es una novela más difícil que La Casa Verde, más experimental, a ratos, que los poemas de Tristan Tzara. Es, en el fondo, una especie de escrito épico: apología de la literatura, de la revolución, del amor. Publicada un año después de 1968, es como si pretendiera convertirse en una película sobre 1968. Tiene, además, algo de ensayo existencialista. Pero todo esto no hizo más que provocarme ternura. Es la novela de un poeta lleno de fe y esperanza, un poco sentimental. Si se hubiera encontrado en la situación de Goytisolo, seguramente hubiera escrito un libro oscuro, pesimista y desgraciado.
V
Puestos a competir, posiblemente Goytisolo consiguió hacer carrera en los salones de Barcelona; y Donoso Pareja mantuvo siempre afectuosas relaciones con Casa de las Américas. Nunca fueron el escritor estrella, porque ese lugar está reservado a los grandes magos del profesionalismo y la actuación. Pero al leer los libros de estos escritores es más fácil notar que se distraen menos en los juegos que el público espera ya de ellos –como los juegos que esperaba el público de García Márquez o de Marías– que en los juegos que les interesa a ellos, por más pobres o excéntricos que parezcan. Es que, creo yo, en la literatura no se juegan reputaciones y menos libros vendidos. Se juega uno mismo. Y si no puede jugarse uno mismo, a otra cosa mariposa.