San Agustín nació en la ciudad de Hipona, actual Argelia, en el año 354 d. C. y murió en el año 430 d. C. Su vida estuvo llena de contradicciones, pero indudablemente es una gran figura del cristianismo. Fue escritor, teólogo, y filosofo cristiano. Es venerado como santo por la Iglesia católica, la ortodoxa oriental y la anglicana.

Su padre y su madre eran bereberes, un grupo étnico del norte de África. El padre era pagano, pero la madre, muy religiosa, luego fue señalada como Santa Mónica. Ella intentó educarlo en la religión cristiana, pero él se alejó de la misma desde joven.

Inicialmente tuvo una vida disipada. No solo no era cristiano, sino que, al parecer, era maniqueísta. Lo que lo hizo cambiar fue la lectura del persa Mani, quien señalaba que el universo era el resultado de la oposición de dos fuerzas contrarias: el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Según él, “la materia es perversa y el espíritu bueno” y las personas tienen una mezcla de ambos. Eso produjo una profunda impresión en Agustín. Después de leer a Cicerón, se interesó por la filosofía, especialmente por el neoplatonismo. Más tarde, cumplidos ya los 32 años, trató de hacer una síntesis entre el platonismo y el cristianismo.

En su autobiografía Confesiones, cuenta la promiscuidad sexual de su juventud (tenía una querida y un hijo con ella), y confiesa que que le rogaba a Dios que lo hiciera casto “pero todavía no”. Es evidente que le costó trabajo dejar de ser pecador.

En sus escritos nos habla sobre el tiempo, señalando que nuestra existencia sólo puede concebirse desde el presente, porque, aunque Dios no esté sujeto al transcurso del tiempo, el hombre, en cambio, sí lo está. En cierto sentido, puede decirse que se adelantó a Descartes en cuanto a la sentencia “pienso luego existo”. Agustín señalaba que, para rebatir el escepticismo, o sea, para dudar de algo, es preciso primero existir, y, por lo tanto, si hay algo de lo no se puede dudar es de la existencia de uno mismo.

De joven, rechazó la fe en nombre de la razón, pero con los años llegó a la conclusión de que la fe y la razón se complementan y están en equilibrio. Sin embargo, años después señaló que la fe estaba por encima de la razón, ya que se encuentra apoyada por Dios.

Agustín decía que Dios había creado el universo, el tiempo y todos los seres, incluido el hombre, hacía muchos siglos, y no en pocos días. Einstein, siglos más tarde, señalaría que el tiempo y el espacio eran uno sólo.

Para Agustín, ser cristiano consistía en creer que Dios vino más tarde al mundo como un hombre llamado Jesús, y aceptar sus enseñanzas, su muerte y su resurrección. En el año 385, se convirtió al cristianismo y fue bautizado en Milán por San Ambrosio. Al regresar a su país, vendió todos sus bienes y repartió el dinero entre los pobres, retirándose con unos compañeros a vivir monacalmente.

En su libro La Ciudad de Dios, trató de fusionar el cristianismo y la filosofía, y por eso se lo considera el primer filósofo cristiano. Sin embargo, a mi juicio, su concepción es, básicamente, teológica con tendencias apologéticas, y su filosofía de la historia es una teología de la historia, una justificación sobre la justicia de Dios para con el mundo. Y esto es así porque, desde el punto de vista filosófico, señalaba que la historia es una constante lucha entre las dos ciudades: la terrena, que es de Satanás y se inicia cuando Caín mata a Abel, y la ciudad celeste, o de Dios, representada por Abel, el bueno.

Según esta concepción, hay una verdadera dialéctica que mueve el proceso histórico entre el bien y el mal, una constante envidia que enfrenta a los malos con los buenos. Al parecer, trataba de correlacionar las enseñanzas de Platón con las católicas, pero los filósofos creían en la razón como conductora del conocimiento. En esos tiempos había dos corrientes: la filosófica, que sostenía que la verdad podía conocerse por la razón, y el dogma teológico cristiano que todo se basa en la revelación divina y el lugar de la palabra revelada de los evangelios se impone sobre la verdad razonada. Según él, la filosofía desempeñaba un papel secundario con respecto a la revelación, llegando a afirmar que toda creencia que entre en contradicción con el dogma cristiano debía considerarse una herejía.

Se aprecia entonces que contribuyó a aumentar los rasgos de intolerancia hacia quienes no eran cristianos. Después de ser ayudante de San Ambrosio. que era su mentor y obispo de la mima ciudad, llegó a ser Obispo de Hipona. Agustín escribió la primera apología completa de la historia cristiana primitiva, señalando el derecho del estado a tomar medidas contra los no cristianos. Un ejemplo de su inhumano cambio era el hecho de que insistía en perseguir los herejes cuando no se lograba persuadirlos de que se convirtieran al catolicismo, para así evitar su condenación eterna.

Vivió durante la plena decadencia del Imperio Romano, y la describió en su libro La ciudad de Dios. Sostenía que, como cada individuo vive en dos comunidades diferentes: la de Dios, por un lado, que es eterna, invariable y se asienta en los verdaderos valores, y la terrenal, basada en valores falsos y efímeros como todo lo que en ellas se encuentra. Con esto parece haber querido imitar la teoría de los dos mundos de Platón.

De hecho, estaba muy influido por el pensamiento platónico. Creía en un mundo de ideas perfectas, al que se llegaba a través de la razón, y no a través de los sentidos. Sostenía que el alma humana, que es lo bueno del hombre, se encontraba atrapada en un cuerpo (materia que es mera apariencia) y se liberaba con la muerte. Al parecer, daba por sentado que el conjunto de teorías platónicas constituía un germen del cristianismo que habría de aparecer unos siglos después. Señalaba que el proceso histórico no es la realización de los propósitos de los hombres, sino de los de Dios. Consideraba que Dios era el único agente histórico, porque sólo debido a su actividad la voluntad humana conducía a un resultado dado.

Creía que el papel del hombre en el mundo le había sido designado de antemano y, por lo tanto, ya fuera que tomara el camino del bien o del mal, todo estaba ya escrito. La historia del hombre, según él, comenzaba cuando Dios lo creó. A su vez, el tiempo y el mundo también habían sido creados por Dios.

Todo esto le creó a Agustín un problema con la Iglesia, porque, si todo estaba predestinado, y no había libre albedrío, nadie podía salvarse por sus propios méritos sin la intervención de Dios. Para él, la voluntad divina decidía quién se salvaba y quién sería condenada. Eso a pesar de que, en La Biblia, Dios le había dado a Adán libertad de escoger. Para justificarse, Agustín señalaba que el hombre era libre de tomar el camino de la verdad o del pecado, pero la elección de uno u otro contribuía siempre a la realización de la voluntad de Dios.

De él es la famosa frase: “No todos los hombres malos pueden llegar a ser buenos. Pero no hay un hombre bueno que no haya sido malo alguna vez”.

Bibliografía

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