A los 14 años, cuando hacía doble turno en la escuela secundaria, jugaba a un videojuego con mis amigos de clase. Este juego consistía de dos equipos en donde uno tenía que plantar una bomba y el otro tenía que detener ese acto. Este juego se llamaba Counter Strike Global Offensive, o como le decíamos, “se ese go”. Nos pasábamos horas de la noche jugándolo, interiorizándonos con sus mecánicas, cómo funcionaba cada arma y cómo estrategizábamos en cada mapa en el cual jugábamos.

En el colegio veíamos videos de cuál era la mejor forma de hacer que rebote una bomba de humo al tirarla para tapar la vista de nuestros contrincantes. Nos encantaba. En un punto, llegó el momento en el que abrieron un mercado interno para el juego donde uno podía comprar llaves usando dólares para desbloquear cajas que contenían skins (destellos estéticos compuesto por cambios de colores y gráficos) de las armas que uno utilizaba que se encontraban randomizados, donde te podía tocar skins con un valor de 1 dólar como algunos exorbitantes que valían 500 USD o más.

¿Les confunde todo esto? A mí también.

En un momento el titán de la industria de los videojuegos Valve se encontró con una problemática carente de problema. Tenían 3 juegos que por día tenían un público de más de 100.000 personas: Dota 2, Team Fortress 2 y el titulado previamente, Counter Strike: GO. El problema que les surge es, “¿cómo logramos hacer más plata de estos consumidores?”.

Y así, en el año 2010, Valve crea el mercado interno de Team Fortress 2, abriendo nuevos mercados consecuentemente con las salidas de Dota 2 y CS:GO. Estos mercados son un éxito rotundo, haciéndoles más dinero en un año que los previos 5 combinados. Pero con esto les surgió un nuevo problema. ¿Estará bien lo que estamos haciendo?

Para resolver esta pregunta contrataron al ex ministro de economía de Grecia y militante político de izquierda Yanis Varoufakis para analizar la utilización ética de estas nuevas formas de monetización. Yanis, en su libro Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo, sostiene que este experimento en economías internas a los juegos de Valve, al cual supervisó, fue la incubadora perfecta para las operaciones de extractivismo de renta que supusieron ejercer en el resto de la industria a partir de este momento.

Nos encontramos 14 años después sumergidos en este mundo de commodities digitalizados y los jóvenes embebidos en estos sistemas de ruleta del cual no comprenden la implicancia de su rol. Lo que empieza como un juego termina en un espiral de ludopatía en chicos de entre 14 y 19 años en donde perjudican el bienestar económico propio como el de los padres, a los cuales les agotan las tarjetas de crédito. De los sombreros que venden en Team Fortress 2 a las mesas de blackjack de casinos virtuales en dos clicks, de la computadora estacionada en sus casas al celular que llevan consigo todos los días.

En Argentina hay un problema de ludopatía en los adolescentes. Ante lo novedoso del fenómeno no hay datos cuantificados de medición para discernir el tamaño del problema, pero testimonios de profesores de secundaria contando cómo los chicos en sus propias clases le piden dinero para poder seguir apostando desde su celular al fondo del aula presenta una realidad problemática. Tal es el problema que ya han habido casos de suicidio entre los jóvenes afectados, además de un aumento súbito en contención de espacios como la asociación civil Jugadores Anónimos, que por la necesidad de contener estas infancias afectadas, se vieron obligados a modificar sus parámetros etarios a incluirlos, algo que previamente era innecesario.

Hay proyectos promulgados por diputados de la provincia de Buenos Aires respecto a esta problemática que aún no se han tratado en la Cámara de cuando se escribió esta nota, pero nos encontramos en un momento en el cual el Estado está dormido al volante en muchos aspectos de la vida social, y en esto está particularmente soporífero. Ante la crisis económica y social en la que el pueblo argentino está inmerso, es difícil abarcar todas las problemáticas. Y entre todos los otros granitos de arena que conforman el malestar argentino, este es uno que se cayó entre las grietas.