El juego del elástico
El pasado nos puso
piedras en el camino:
su aspereza y su trino,
su destino inconcluso…
Y aceptamos sus riñas:
como elástico noble
en los pies de dos niñas
que brincan entre risas,
desoyendo las prisas,
las certezas o el miedo
al insólito enredo
que después es la vida.
El elástico noble
de dos niñas que juegan
a saltar sus infancias
(a atesorar fragancias
para un nuevo relieve),
en la leve tutela
de ese recreo breve
que es el patio de escuela.
El presente nos puso
piedras en el camino:
su aspereza y su trino,
su destino inconcluso…
¡Que el futuro nos tiña
de esa confianza doble
del elástico noble
en los pies de dos niñas!
Más que métrica y rima
Una maestra quiso
que aprendiera a restar
y a dividir el mundo…
le di mi no rotundo.
Pero a cambio ofrecí
mi modo de abrazar:
sumar, multiplicar,
las sílabas del verso.
Todavía converso
con quienes hacen cuentas
para entender la vida…
y me siento perdida.
No puedo comprender
la ciencia exacta y fría
cuando no va abrigada
con capas de poesía.
Poesía imprevista
En el supermercado,
la góndola es testigo
del don (¿o del castigo?)
que le ha sido entregado.
Voy leyendo, indiscreta,
sus metáforas bellas…
detrás de las botellas,
reconozco a un poeta.
Ahí lo tienen: se exige,
tacha, borra, corrige
su extensa retahíla
de compras en la fila.
Otros buscan ofertas
-magia y abracadabras-…
él recoge palabras
con las manos abiertas.
En letras… no escatima,
ni escribe en línea recta:
crea el ritmo, la rima,
la sintaxis perfecta.
Incluso allí en su lista…
su condena es su arte:
construye en cualquier parte
su poesía imprevista.
Voy a escribir como si dibujara...
De lunes a domingo sin descanso,
sobre la mesa: pluma, papel canson
y el sol manso alumbrándome la cara.
La voz de la poesía, mi remanso,
pintará, día a día, la semana
con la luz natural de la mañana.
Esperará después a que oscurezca
para que cada línea brote y crezca
del nudo en mi garganta hasta mis dedos.
Hasta que el mismo abismo abra sus miedos,
concebiré en el borde la palabra...
sin renglones, la página es barranco.
Mas soportando estoica ese reproche
del lápiz que le teme a la hoja en blanco,
daré a luz un poema cada noche.
Mi profesor de canto
Encontré por azar
a mi instructor de canto
de cuando era pequeña.
Sonreí y me llamó
con esa misma seña
de música en las manos.
Me acerqué descreída
a sus ojos ancianos:
¿cómo podría acordarse?
Él recordó mi nombre
(y no como lo hubiera
recordado un abuelo,
una niña o un hombre),
lo hizo con un gesto…
¡lo dijo como sólo
lo pronuncia un maestro!
Nunca, nada, se pierde
Nada se pierde, nunca
(se transforma en nostalgia
o en la eterna neuralgia
de cada ilusión trunca).
Nunca, nada, se pierde
(ni energía ni arpegio),
lo aprendí en el colegio…
se convierte en poesía.
Pura melancolía:
él muerto de tristeza,
ella, de duda y frío,
pusieron, frente al río,
fin a la paradoja.
Ella de blusa roja,
él, con un saco verde,
en la absurda crudeza
de un domingo de enero
(dos grados bajo cero).
Y aunque nada se pierde
(nunca se pierde nada),
ella y él eligieron
una escenografía
extraña, equivocada.
Una lluvia infernal
selló bien el final
de aquella antigua historia
en el Parque Nacional
de la Memoria.
Oír el don
Toda vez que un poeta
se resigna y acepta
trabajar de otra cosa,
se abandona a lo oscuro
de un infértil futuro
(más espina que rosa).
Toda vez que un poeta
se resigna y acepta
renunciar a su meta,
va a vivir a una esquina
(cruce gris, infecundo,
laberinto rotundo
de una ciudad mezquina),
en la que todo el mundo
circula a contramano.
No merece perdón
desoír ese don
únicamente humano…