Querida Annie:

En mi anterior carta comencé a comentarte tu Diario, pero solo las entradas del año 1944 -¡el terrible año en que no pudiste seguirlo escribiendo!-. No niego que todos los que te admiramos y queremos; no perdemos la esperanza de que haya ocurrido un milagro y conseguiste, en aquel horror de los campos de exterminio, la manera de ser fiel a tu vocación escritural. En algún lugar enterrado y de una manera jamás prevista, está la parte de tu Diario que nadie ha leído hasta ahora. Ha ocurrido antes y es lo increíble de la historia: puede encontrarse algo que cambie la forma en que hemos comprendidos los hechos. Pero dejo de soñar y vuelvo a lo que he podido leer de ti, aquellos últimos meses antes del fin.

En los tiempos oscuros existe el temor a que cambiemos nuestra personalidad, es el peso del trauma. El horror que te rodeaba podía transformar la alegría y sinceridad de la cual se enamoró Peter. De esta forma nos dices ante el hambre y otros problemas: “acallar la protesta de nuestros estómagos. (...) Yo me pregunto sin cesar si la convivencia con otras personas, cualesquiera que sean, ha de acabar necesariamente en peleas, o si en realidad es que hemos tenido mala suerte con la compañía ¿la gente es siempre tan egoísta y tan ruin? (…) voy a acabar como una vieja regañona” (15 de enero). Muchas veces temo esto, no quiero ser una persona tóxica. La queja permanente es lo peor que se puede hacer. Hay motivos para estar agradecidos, incluso en los peores momentos, y todo puede cambiar de forma repentina.

El mejor ejemplo de dichos cambios es cómo desde febrero en Holanda, y en toda Europa occidental; nos dices que “no se habla de otra cosa que del desembarco. Es como una fiebre que sube cada día más” (03 de febrero). Y luego señalas toda la propaganda alemana para frustrar estos sueños como las amenazas de que inundarán el país o llevar a toda la población a Alemania. Parafraseas a Joseph Goebbels: “Si nos obligan a retirarnos, dejaremos cerradas las puertas de los países ocupados” o “si hemos de morir, morirán con nosotros todas las poblaciones bajo nuestro dominio”. Escuchar a los perversos es terrible, pero al menos nos permiten ver la profunda diferencia con los buenos políticos y líderes. Es una manera de decirnos lo que no debemos ser ni hacer, pero ¡qué asco de gente!

En este año de 1944 me ha gustado mucho que tu vocación de escritora se ha fortalecido. Somos muy parecidos, porque también tu “manía es la historia” y por eso tu padre te “ha comprado muchos libros”, y esperas “con impaciencia el día en que podrás revolver las estanterías de la biblioteca pública” (11 de abril). Y agregas estas ideas, que te cuento, se las he hecho leer a mis alumnos:

Se trata de estudiar para no ser ignorante, para adelantar, para llegar a ser periodista, que es lo que quiero. Estoy segura de poder escribir, de ser capaz de hacerlo, algunas de mis novelitas pueden pasar, mis descripciones del anexo no carecen de agudeza, hay párrafos elocuentes en mi diario, pero... de ahí a saber si tengo verdadero talento (...).
Quienes no escriben desconocen cuán maravilloso es, antes, yo deploraba siempre no saber dibujar, pero ahora me entusiasma poder al menos escribir. Y si no tengo bastante talento para ser periodista o para escribir libros, ¡bah!, siempre podré hacerlo para mí misma. Quería adelantar, hacer algo. No puedo imaginarme Quiero seguir viviendo, aun después de mi muerte. Por eso le estoy agradecida a Dios, que, desde mi nacimiento, me dio una posibilidad: la de desarrollarme y escribir, es decir, la de expresar todo cuanto acontece en mí. Al escribir me libero de todo, mi pesar desaparece y mi valor renace. Pero - he ahí la cuestión primordial-, ¿seré alguna vez capaz de escribir algo importante; podré ser algún día periodista o escritora? Confío en que sí. ¡Oh, cómo lo deseo! Pues, al escribir, puedo concretarlo todo: mis pensamientos, mi idealismo y mis fantasías.

(04 de abril)

Duelen estas palabras... ¡¿Por qué no vimos hacerse realidad tanto potencial?! ¡¿Por qué no nos dejaron?! ¡¿Por qué no te dejaron?! ¡¿Cuántos talentos se perdieron por la falta de empatía, por este odio que hoy sigue generando guerras, fraudes, dictaduras, muerte y dolor?! ¡¿Por qué no otro final para tu diario?! Una línea continua de esperanzas desde los desembarcos hasta la liberación de Holanda, así fuera padeciendo hambre y miedo. Despertar un día, mirar por las ventanas del anexo y ver que todo es celebración. Y a pesar de todo ello, incluso en el peor lugar, te imagino escribiendo. No podías seguramente frenar tu pasión, la vocación que es tu vida. Lo sé porque me pasa, porque no puedo dejar un día sin escribir; e incluso si no podemos escribir novelas, ensayos y un largo etcétera, sé que siempre nos queda nuestro diario. Un diario es lo menos exigente en lo referente a estilo, y lo más libre en lo que respecta a la expresión de nuestros sentimientos. Es por ello que me fascinan los diarios y sé que a ti también.

Nos dices: “Durante mucho tiempo, he estudiado casi sin saber cuál es mi objetivo; el final de la guerra se haya todavía espantosamente lejano... y parece irreal, un cuento de hadas” (04 de abril). Al mismo tiempo tenías pensamientos de agradecimiento y esperanza, y estos son más frecuentes que el pesimismo en relación a la guerra. Lo mejor es que siempre ves el horror de tu tiempo como una oportunidad “y me niego a quejarme todo el santo día (...), siento que se aproxima la libertad, que la naturaleza es bella, percibo la bondad de cuantos me rodean, ¡y experimento hasta qué punto esta aventura es interesante! ¿Por qué habría de desesperarme?” (03 de mayo).

Mayo fue el mes de la gran expectativa, y no se daba la invasión; vuelta a la desesperanza, en especial porque el antisemitismo se fortalecía en Holanda. “Ya hace dos años que estamos aquí, ¿cuánto tiempo vamos a poder resistir esta presión insoportable y más fuerte cada día?” (26 de mayo); y cuando esos pensamientos todo lo dominaban... ¡Llegó el gran día! “«Hoy es el día D», ha dicho la B.B.C. a mediodía, y con razón: This is the day. ¡La invasión ha comenzado! (...) El general Eisenhower dijo al pueblo francés: Stiff fighting will come now, but after this the victory. The year 1944 is the year of complete victory. Good luck!” (06 de junio). En la película que te dije todos en el anexo pegan gritos y hacen una fiesta de tanta alegría, y debió ser porque tú dices: “El anexo es un volcán en erupción ¿Se acerca de veras esa libertad tan largamente esperada?”

En julio comienzan a aparecer algunas diferencias con Peter, y esto permite tocar un tema con el cual quiero cerrar estas cartas: la fe. Algo con lo cual tenemos importantes similitudes. Tú sabes que no es fácil creer en Dios, pero identificas un elemento fundamental de la espiritualidad de San Ignacio sin nombrarlo, me refiero al discernimiento: “Pueden regocijarse quienes tienen una religión (...), el temor a Dios otorga la estimación del propio honor, de la propia conciencia. ¡Qué hermosa sería toda la humanidad, y qué buena, si, por la noche, antes de dormirse, cada cual evocase cuanto le ocurrió durante el día, y todo lo que hizo, llevando cuenta del bien y del mal en su línea de conducta! Inconscientemente y sin titubeos, las personas se esforzarían por enmendarse, y es probable que después de algún tiempo se hallarán frente a un buen resultado” (06 de julio).

No solo evaluar nuestra vida al final de cada día, sino que dicho examen siempre tenga como meta ser agradecido. Identificar todos los dones, oportunidades, retos, estima que nos permitió tener esas 24 horas extras. Ser más humilde y ver lo bueno en los pequeños detalles. Como dijo Sócrates: “una vida sin examen es una vida que no merece la pena vivir”.

No lo dudo, querida Annie, que cuando la maldad tocó vuestra puerta; bueno, la reventó a golpes. A pesar del miedo que sentiste y la angustia porque tanto esfuerzo parecía perderse, tenías la conciencia tranquila. Te sentiste satisfecha y orgullosa de ti misma, porque habías asumido un tiempo tan horrible como una aventura que te hizo crecer y ser más humana. La prueba de esta certeza son los millones que te siguen leyendo 80 años después. Solo queda darte las gracias por tanto.