Poeta, creador del teatro pánico, cineasta, budista zen, aprendiz de chamán, filósofo espiritualista, lector de tarot, y principalmente guionista de comics y psicomago, la trayectoria de Alejandro Jodorowsky (Tocopilla, Chile, 1929) resulta inasible e inclasificable. Antes de tratar sobre su último libro (De la psicomagia al psicotrance (2022), publicado por Siruela, en el que avanza un paso más en su exploración del inconsciente), cabe trazar un esbozo de su larga experiencia que ha terminado por convertirlo en inventor de lo que él mismo ha denominado psicomagia.
Jodorowsky es fundamentalmente un poeta. Neruda, Parra, Pablo de Rokha son algunos de los poetas que gravitan entre sus primeras influencias. Sobre todo Parra. En el Chile de los años 50 Jodorowsky, junto a Enrique Linh, va a poner en práctica los actos poéticos, una especial forma de asumir la poesía como acción. Caminar en línea recta, aún por sobre los árboles, los autos o atravesando el interior de una casa es uno de los actos poéticos paradigmáticos.
Este judío chileno, cuyos orígenes se remontan a Ucrania, se establece luego en Francia, donde entra en la compañía de teatro de Marcel Marceau y asiste a las conferencias de Gastón Bachelard. Recala luego en México, lugar donde adquiere fama como cineasta de vanguardia. Antes de incursionar en el cine Jodorowsky funda el movimiento de teatro Pánico, junto a Roland Topor y Fernando Arrabal. La experiencia de este teatro experimental va a servir de fundamento a su cine de vanguardia: el teatro pánico es una exploración radical del inconsciente. El titiritero Fernando Moncayo me cuenta que pudo ver una obra pánica de aquellos años: Jodorowsky mataba pollos en mitad del escenario y lanzaba panes al público. Sin embargo, la cima artística del Jodorowsky de los años sesenta y setenta, y posiblemente de toda su vida, parece encontrarse en su película de 1970, El topo.
El chileno había hecho dos películas antes de El topo: La Cravate (1957) y Fando y Lis (1968). Después de El topo hizo siete películas más: La montaña sagrada (1973), Tusk (1980), Santa sangre (1989), El ladrón del arco iris (1990), La danza de la realidad (2013), Poesía sin fin (2016), y Psicomagia, un arte que sana (2019). No obstante, son El topo y La montaña sagrada las películas que convirtieron a Jodorowsky en un director de culto: películas relativamente artesanales, sobrecargadas por todos los intereses de Jodorowsky, que van del arte a la literatura, la religión y el esoterismo, la poesía y la crítica social, la metafísica y el materialismo. Se podría apuntar que en estas películas se encuentra contenido todo lo que Jodorowsky era hasta ese momento, pero también todo lo que va a ser.
Dune, proyecto en el que se empeña en los años setenta, queda convertido en un boceto, nunca llega a realizarse. Pero esta adaptación de una novela de ciencia ficción de Frank Herbert lo pone en el camino de lo que va a ser, según lo dice él mismo, su ocupación fundamental: guionista de comics, en los que trabajó junto a célebres dibujantes como Moebius. Me aventuro a creer que el monumental fracaso de Jodorowsky en la realización de Dune lo convirtió en psicomago. Jodorowsky se perfilaba, antes de la fallida dirección de Dune, como uno de los cineastas más avanzados y desconcertantes de su tiempo. Este proyecto, según se cuenta en el documental Jodorowsky´s Dune (2013) de Frank Pavich, sirvió de inspiración para films como las Guerras de las Galaxias o Alien. Jodorowsky estaba creando un monstruo fabuloso: Hollywood se negó a producirlo y el golpe fue tan grande que Jodorowsky se convirtió en psicomago para curarse a sí mismo. Y de paso curar a otros. No le quedó otra, además, que dedicarse a escribir guiones de comics.
Durante los años setenta Jodorowsky se establece en París y entra en contacto, según cuenta él mismo en el libro Metagenealogía (2011), con místicos, prestidigitadores, magos, naturistas…durante esos años, además, desarrolla su conocimiento sobre el tarot. Dice Jodorowsky en muchos lugares que su inclinación artística estuvo siempre asociada a una vocación terapéutica: en el Chile de los años 50 estudió psicología y, posteriormente, en México mantuvo una intensa relación con el monje zen Ejo Takata, con Erich From, y con otros tantos que se dedicaron a explorar las fuerzas del inconsciente. También en los años sesenta y setenta, según lo registra en El maestro y las magas (2005) entra en una cercana relación de aprendizaje con la surrealista Leonora Carrington, con la actriz popular Irma Serrano, apodada La Tigresa, con la hija del místico Gurdieff, Reyna d’Assia.
En La danza de la realidad (2010) Jodorowsky cuenta que tras el fracaso de Dune vino el descalabro de Tusk (1980). Esta película que se filmó en la India dejó a Jodorowsky sumido en la pobreza: durante el rodaje muchos de los costos se inflaron y finalmente el productor se declaró en quiebra. De regreso a Francia tuvo que buscar una ocupación para sostenerse: así se inició como lector de tarot. Explica Jodorowsky que su forma de leer las cartas no tenía nada que ver con la adivinación del futuro, sino con el análisis psicológico. Podríamos creer que un lector de tarot es un charlatán, pero en el caso de Jodorowsky, tal como lo cuenta en La danza de la realidad, su método de análisis psicológico se desarrolla gradualmente y no tiene nada que ver con la adivinación: pasa de la escucha atenta, que identifica la genealogía como base de la personalidad, a la interpretación de psicodramas y poco después a la psicomagia y al psicochamanismo.
El carácter espiritualista de Jodorowsky se encuentra asociado a su práctica artística: de ahí se desprende, en cierta forma, que la psicomagia, planteada de manera tácita en sus primeros films, se desarrolle intelectual y artísticamente durante los años setenta. Pero la psicomagia, según como la explica Jodorowsky, una especie de alternativa al psicoanálisis, una terapia mediante la cual se cambia el inconsciente a través de actos poéticos, tendría un fundamento espiritualista profundo. Jodorowsky repite continuamente aquello de que el ser humano está conformado por intelecto, emociones y sexualidad. Pero todo ello estaría contenido por el espíritu. A su vez, el espíritu trasciende sus componentes.
Es verdaderamente desconcertante cómo Jodorowsky ha terminado por crear un juego poético, que él denomina terapia psicomágica. Cabría poner en duda la infalibilidad de las recetas que da el chileno a la gente que le pide ayuda, aunque él mismo les dice que tienen que cumplir lo dicho al pie de la letra porque de lo contrario podría no funcionar. Sin embargo, la fundamentación de la que parte es enormemente convincente: Jodorowsky arranca de la metagenealogía de las personas, de las relaciones con sus padres y su familia, para identificar los problemas que los abruman e inventarse actos poéticos que sirvan para liberarlos. La lectura de la genealogía se encuentra ligada, a su vez, a la interpretación del tarot. De ahí que la psicomagia carezca de cualquier pretensión de adivinar el futuro o curar de forma milagrosa; sencillamente penetra en el inconsciente de las personas para intentar hablar a ese inconsciente mediante un lenguaje simbólico. Escribe Jodorowsky:
El psicoanálisis es una terapia mediante palabras. La Psicomagia es una terapia mediante actos. (…) Salvador Dalí quería trasladar los sueños a la realidad. Yo seguí el camino contrario: No se le puede obligar al inconsciente a hablar el lenguaje de la realidad. Hay que enseñarle a la razón a hablar el lenguaje de los sueños.
Jodorowsky escribe además poesía y novelas. Pero, como señalaba antes, posiblemente lo mejor que ha hecho como artista sean sus películas, El topo y La montaña sagrada. En un plano secundario cabría señalar a El ladrón del arcoíris. Las otras resultan, quizá, demasiado orientadas a presentarse como una especie de ensayos terapéuticos o biográficos. Aquí es donde entran los textos que Jodorowsky viene publicando desde los años 90: de Metagenealogía a Psicomagia, de El maestro y las magas a 365 tuits de sabiduría, los escritos de Jodorowsky representan una forma de ensayismo que se encuentra en los límites del misticismo, la psicoterapia y los juegos poéticos y teatrales.
En Psicomagia (1995) y en su último libro, De la Psicomagia al psicotrance (2022), el autor incorpora al texto una serie de cartas que le han escrito sus pacientes, narrando cómo llevaron a cabo los actos poéticos recetados por él y qué consecuencias tuvieron.
Estos actos poéticos se encuentran destinados a transformar la psique, el inconsciente de quien participa. Jodorowsky recomienda a un hombre que se lamenta de su pobreza pegarse unas monedas en las plantas de los zapatos; otro debe ir a buscar la tumba de una abuela que lo martirizaba y cagarse encima; una mujer debe ir a un lejano país para recuperar la memoria de su padre, y allí encuentra unas fotos que, de alguna forma, se lo devuelven.
Resulta, por decir lo menos, tentador participar en este tipo de juegos, para ver si tienen algún efecto. Para poner en práctica estos actos poéticos con personas que sufren algún malestar psíquico o físico, el psicomago ha recorrido el complejo y barroco camino señalado arriba. Al hablar de psicotrance Jodorowsky pasa de tratar con pacientes necesitados de actos poéticos que los rediman a referirse a cuestiones espirituales, cuya veta se remonta al contacto con el budismo zen y con el espiritualismo de distinta naturaleza que conoció en México y en Francia. En De la psicomagia al psicotrance el artista y psicomago se refiere a la capacidad del hombre para fusionarse con el cosmos, es decir, para buscar la inmortalidad lo mismo que la conciencia del universo. Todo esto ya estaba presente, sin embargo, en sus mejores películas. Cabe añadir que este libro, De la psicomagia al psicotrance, apareció en noviembre de 2022, apenas dos meses después de la muerte de su hijo Cristóbal, quien falleció a los 57 años de edad de un infarto cardiaco. En cierta forma, el libro, de un espiritualismo rebosante, es una especie de respuesta a esa pérdida.
Según Jodorowsky, mientras la psicomagia pretende resolver un problema del inconsciente, un malestar, el psicotrance correspondería a una ampliación de ese mundo inconsciente, a un despertar de energías primigenias que mejoran nuestra vida. Escribe el autor en su último libro:
Nuestra principal tarea es liberar la conciencia de sus ideas caducas. Bajo la confusión de las palabras, se extiende un sagrado silencio; bajo la confusión de los sentimientos, se extiende una sagrada paz; bajo la confusión de los deseos se extiende un sagrado éxtasis… Pero nuestra familia, la sociedad y la historia nos encierran en una jaula de prejuicios raciales, creencias religiosas, fanatismos políticos y angustias económicas. Ante estos límites nuestro cerebro oculta en su abisal inconsciente inmensas capacidades que solo nos será posible utilizar cuando el cuerpo se nos transforme en un organismo capaz de comunicar por telepatía, de vencer la gravedad terrestre, de producir cambios en la materia, de proyectar un cuerpo astral, de viajar por el tiempo, de alargar nuestra vida miles de años.
Este hombre de 94 años, con más de cuarenta libros publicados, nos trae un mensaje importante: liberar la conciencia de sus ideas caducas. Pero al mismo tiempo nos propone ideas imposibles y naif: la telepatía, viajar en el tiempo, vivir miles de años… Sin embargo, Jodorowsky se apoya en las nociones de Jung sobre el inconsciente colectivo, que para el caso del psicotrance, no sería solo el que nos une a otros hombres, sino el que nos une a los animales, las plantas y todo el universo… El libro acaba con la siguiente sentencia, escrita en mayúsculas:
EL INCONSCIENTE ACEPTA COMO REAL
TODO LO QUE IMAGINAMOS
Finalmente, me pregunto si podría suscribir estas palabras de Roberto Bolaño sobre el que alguna vez fue su maestro de cine: “Cuando salí de casa de Jodorowsky supe que nunca más iba a volver allí y eso me dolió tanto como sus palabras y seguí llorando por la calle. También supe, pero esto de una forma más oscura, que no volvería a tener un maestro tan simpático, un ladrón de guante blanco, el estafador perfecto”. Jodorowsky se empeña en decir que la psicomagia es gratuita, que él ha vivido de escribir guiones para comics y del cine. El problema con Jodorowsky posiblemente tiene que ver con que el arte y la terapia terminan por confundirse en una sola cosa. Pero es algo que, de cierta forma, ya vivieron los surrealistas cuando identificaron la poesía con la revolución y que nos hace preguntarnos hasta hoy si tratamos con poetas o con políticos. En el caso de Jodorowsky no sabemos si tratamos con un poeta o con un psicoterapeuta.
Jodorowsky se ha nutrido de la alta cultura, la cultura popular, diversas tradiciones religiosas y finalmente del psicoanálisis y la psicoterapia. Incluso, a veces, topa cuestiones psicosomáticas. El cineasta Iñaki Oñate me dice que le parece una especie de brujo, que le da miedo. Yo escuché a Jodorowsky hace diez años, en España. No me sorprendió mucho, la verdad. Pero leyéndolo ahora y siguiéndole la pista, me parece digno de atención. De una atención que, no obstante, se enfrenta a un ser contradictorio: Jodorowsky al parecer ayuda a la gente a mejorar su vida, pero él mismo ha tenido que sufrir la muerte temprana de dos de sus hijos.
¿Cómo puede ser que el psicomago no pueda comenzar por curar a su familia? Sé que toco un tema extremadamente sensible, pero lo que sucede en realidad es que quienes fungen de médicos –digamos, de psiquiatras- a veces están igual o más enfermos que los enfermos. ¿Será este el caso de Jodorowsky? ¿O será que los sufrimientos de sus hijos escapan de lo que puede hacer un psicomago? Pero, ¿quién, por más poder que tenga, a pesar de su espiritualidad e incluso de su genio, está libre de una desgracia?