Macedonia es de las pocas partes en que pervive el espíritu de la Yugoslavia de Tito. No hablo de la Yugoslavia intolerante de Slobodan Milošević, quien utilizaba las instituciones federales para sus proyectos expansionistas pan-serbios a costa de otras repúblicas y etnias. De hecho, la Yugoslavia del antiguo dirigente serbio era, por así decirlo, una estafa. Paso a contar de qué va esto..
La Yugoslavia dirigida por Tito ― República Federativa Socialista de Yugoslavia (RFSY) ― no era precisamente el paraíso de las libertades y los derechos civiles. No dejaba de ser una dictadura de partido único. Sin embargo, y para estar ubicada en el este europeo, no estaba nada mal. Peor estaban en la España de Fran co o el Portugal salazarista.
En Yugoslavia, la democracia no era el un ámbito donde la democracia no era el atributo más prominente, de acuerdo, pero no es menos cierto que, había cierto aperturismo y poco estalinismo: Tito no se llevaba bien con el georgiano, que siempre tuvo en la recámara la bala de una posible intervención en Yugoslavia, llámese operación militar especial a lo Putin o léase operación de limpieza de elementos capitalista-reaccionarios-como-le-quiera-usted-llamar. Y es que la RFSY no se dejó nunca “tutelar” por su (gran y auto-intitulado) hermano ruso-soviético, y se aventuraba a cultivar relaciones con Occidente. Y fueron listos, los yugoslavos: no hay más que ver los efectos de un monocultivo cuando éste sale rana. Y sí, hablo del Estados Unidos de Trump y su visión ―por llamarlo de alguna forma― especialista de Europa.Y menos mal (para los yugoslavos): los créditos estadounidenses evitaron un colapso financiero del Estado durante las turbulencias económicas de los años 1980.
Además, la federación yugoslava tiró de potencia diplomática: fue una de los fundadoras y líderes del Movimiento de Países no Alineados, desplegando gran prestigio y poder blando en un mundo fuertemente polarizado. Ni URSS ni EE.UU.: queremos crecer y actuar en el tráfico internacional, por nuestra cuenta, sin casarnos con nadie. Eso era una espinita clavada en el corazón de Stalin. No sólo no querían ser estados satélites, sino que, para irritar más al líder soviético, se permitían tener su propio socialismo ―llamado autogestionario: lo que se dice una muy molesta china en el zapato para uso soviéticos que controlaban todo el flanco oriental europeo excepto Grecia.
La Yugoslavia multiétnica y la épica partisana
En Yugoslavia eran normales los matrimonios entre distintas etnias, y existían tres lenguas oficiales: el serbocroata, el esloveno y el macedonio. El albanés y el húngaro se hablaban de manera oficial en educación y administración en las provincias autónomas serbias de Kosovo y Vojvodina (si bien su suerte cambió con el advenimiento del milosevismo)- Ambos territorios acogían fuertes minorías albanesas y húngaras. Con todo, se comunicaba sin problema a lo largo y ancho de Yugoslavia. Si hablabas esloveno, un serbio podía entenderte; si hablabas serbocroata con un esloveno o un macedonio tampoco existía problema alguno para la comunicación. Esto lo pude experimentar personalmente, aunque hablaré de ello después.
El yugoslavismo era un sentimiento nacido de la empresa conjunta de derrotar al fascismo y el nazismo, la llamada épica partisana. Con muchos matices, es bien cierto que es un perfecto aglutinante, por los muchos matices y peros que puedan invocarse; que los había, pero no son objeto de este artículo.
Milošević en cambio quería apropiarse de Yugoslavia, pero no de la que hemos hablado. Quería otra ¿cómo? dinamitando la convivencia en el país, quedándose solo con el nombre ante la comunidad internacional. Y es que, claro, suena muy bien. Siempre queda mejor decirse yugoslavo y heredar lo positivo que presentar como proyecto nacional la limpieza étnica y los crímenes contra la humanidad, dónde va a parar. Hay gente que sigue con lo mismo: Vučić, el actual presidente serbio y Putin, al que vienen a proclamar idéntica soflama usando un interesado modus ponens. El Kremlin.
Los nazis son malos y la URSS es el bueno de la última guerra mundial.
Los ucranianos son nazis y Rusia representa el papel de la URSS.
Ergo yo soy el bueno.
Milošević pretendía decir al mundo: yo soy Serbia. Belgrado, la capital de aquel Estado multinacional está en dicha república. Ergo: yo soy el sucesor de la RSFY. Es decir, el bueno, del mismo modo.
Sin embargo, no todas las Yugoslavias son iguales
¡Qué va! Exclamaron al unísono las Naciones Unidas, la OTAN, La Unión Europea (entonces, Comunidad Económica Europea, CEE) y casi todos los países del Orbe. Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia…todos tuvieron que pasar por ventanilla y solicitar el reconocimiento por parte de la ONU de su pretensión de nueva estatalidad. Serbia y Montenegro, que decidieron seguir siendo Yugoslavia (aunque sólo quedaran dos de las 6 repúblicas) tendrían que hacer lo mismo.
La Comunidad Internacional ―o parte de ella― dijo a esta versión reducida de Yugoslavia: no. Tú no eres sucesor de nadie: ponte a la cola y solicita el reconocimiento, como todos. Así dicha, mini-Yugoslavia fue fundada en abril 1992, pero el reconocimiento no llegó hasta 2000, cuando desapareció la cabezonería de empeñarse en ser el único sucesor de la FRSY.
Así, no sólo no se aceptó la pretensión de erigirse en continuadora de la Yugoslavia clásica, sino que fue la última en ser admitida.
El yugoslavismo en Macedonia: identidad y nostalgia
La Yugoslavia socialista fomentó la idea de una identidad común, con los valores de "unidad y hermandad" que se promovieron a lo largo de la región. De hecho, cuando se preguntaba en el censo sobre la pertenencia, un número nada desdeñable de ciudadanos se percibía como, simplemente, yugoslavo, sin adscripción a ningún grupo étnico en concreto.
Los macedonios, aspecto medular de este artículo hasta que me perdí en disquisiciones yugoslavistas /nacional populistas de allende los mares, eran uno de los mencionados grupos étnicos. No era una república con mucha demasiada tradición estatal. La única macedonia que tuvo algo de historia fue aquella de Alejandro Magno, que nada tuvo que ver con la de ahora por mucho que se empeñara el gobierno del nacionalismo nostálgico-cleptocrático de Nikola Gruevski (2006-2016). Los griegos, muy listos, se la pillaron para sí.
Dentro de Yugoslavia, Tito dio a los macedonios una identidad, un proyecto común, o dio forma al que sin duda existía. Otorgó entidad al idioma. el macedonio, una lengua eslava meridional, especie de mezcla entre el serbio y el búlgaro, aunque en muchos aspectos no se les parece en absoluto. Tito también promovió la cultura macedonia y acometió diversos proyectos industrializadores en una república eminentemente agrícola (aunque no más que la muy turística Montenegro). Además, muchos macedonios pudieron tener acceso por primera vez a la educción y la sanidad promovida por el Estado.
Sin embargo, pese a dicha identidad propia, Macedonia ―como Bosnia― se encontraba con varios motivos para ser, del mismo modo, yugoslava: se trata de un crisol de culturas, donde podías identificarse como macedonio, serbio, albanés, montenegrino, romaní, válacos o incluso turco. Un macedonio habla dicha lengua, se identifica en su fe como ortodoxo (en concreto, la iglesia ortodoxa de Macedonia).
Los albaneses macedonios, por su parte son mayoritariamente musulmanes y no tienen por qué identificarse con Albania. Ello he podido comprobarlo personalmente. De los cuatro macedonio-albaneses que conozco, nadie se siente albanés, se sienten macedonios. Es cierto que durante la primera década del siglo XXI el país experimentó afluencia de albaneses de Kosovo, que tenían otras tradiciones y características; son kosovares, no macedonios, y generaron no pocas tensiones étnicas imposibles ―por razones de economía espacial― tratar aquí.
También hay serbios: pude conocer a uno, pero son escasos en número. Mantienen su idioma serbio, y no presentan mayor problema en Macedonia, porque se entiende perfectamente. Cuando voy a Macedonia, por ejemplo, me comunico en dicho idioma. No pasa nada: puedo revivir el espíritu yugoslavo, donde tú hablas lo que estés en condiciones de hablar y, si te entienden, no se complican la vida: reflejos ―más bien, rescoldos― de lo que fue una sociedad multicultural y multiétnica.
¿De hecho, “sve u redu?” es una expresión en serbocroata que significa ¿todo bien? Y es usada profusamente por los macedonios, aunque no se dice así en su idioma: la tomaron prestada (como nosotros con la cre´ème de la crème o muchos países no hispanoparlantes con "guerrilla" y "embargo". Entonces no suscitaba a nadie problema alguno llamar serbocroata al idioma que se habla en Serbia, Croacia y Bosnia-Herzegovina, pero hoy podría acarrearme críticas tal denominación, porque no pocos me han corregido asegurándome que su lengua es serbio, croata, bosniocroata o serbobosnio: para gustos, las lenguas, no los colores.
Del mismo modo, hay una minoría turca (como la que existe en Bulgaria y Grecia), que habla dicho idioma y, aunque musulmanes, participan mucho de tradiciones y cultura turca. Los válacos constituyen otra de las etnias, emparentada con los rumanos, cuya lengua es similar y su fe, ortodoxa.
Por último, la comunidad romaní o roma: gitanos macedonios o balcánicos. Mi primer contacto o primera noche en Macedonia la pasé en un campamento romaní: dormían en el suelo a la turca y me alojaron sin cobrarme nada. Algunos hablan la lengua romaní (que suele estar mezclada con palabras de los países que los albergan). Sólo he conocido a una persona que la habla con sus hijos y su familia. Es de los pocos hablantes que emplea dicha lengua. Es padre de unas niñas del colegio de mi hijo en Colonia (Alemania).
Cuando le pregunté de donde era, me dijo una vez macedonio, otra vez italiano. Pero siempre con inseguridad: resulta que había nacido en Italia, donde se había criado, pero su lengua materna es el romaní, pese a que hablaba italiano igual de bien que cualquiera nacido en la bota. Es muy propio de los Balcanes: un macedonio—no nacido allí—, pero cuya lengua es el romaní.
Antes de concluir, es menester contar también numerosos macedonios con abuelos, progenitores o familia montenegrina, serbia o croata, que se identifican a la vez como macedonios y otros: antiguamente, eso se llamaba ser yugoslavo. Ahora, cualquiera sabe, pero todo es más complicado y arrastra connotaciones políticas.
Durante mi estancia en Macedonia en 2005, todos atesoraban, con independencia de la etnia a la que pertenecieran, la idea de que “con Yugoslavia se estaba mejor”. Eran algo, tenían resonancia en el mundo. Eran alguien. Ahora Macedonia ya no es ni eso siquiera porque le han colocado el apellido “del Norte”. Desde su salida pacífica de Yugoslavia en 1993, el país ha tenido que construir una nacionalidad y unos vínculos y elementos comunes que, hoy por hoy, no se han resuelto: pese a que el componente eslavo es mayoritario, hay otras identidades, albaneses, una minoría étnica muy potente, un tercio de la población, y otros que no acaban de sumar. A la personalidad macedonia común le queda mucho por hacer.
Este fenómeno es distinto al llamado "yugo-nostalgia". No es un frikismo por un tiempo pasado con componentes kitsch y ladas en las montañas: es simplemente la constatación de tiempos mejores… ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Suele decirse, pero lo cierto es que, si bien existían otros problemas como que Macedonia era de las repúblicas menos desarrolladas de Yugoslavia (hoy tampoco es muy diferente) había paz y tranquilidad en especial terminada la guerra civil en Grecia, cuando muchos eslavos griegos de la región del Egeo huyeron a Yugoslavia y crearon tensiones con el país helénico: todo el mundo huye de guerras en los confines para añadir tensiones en el país: una constante histórica de la república. El nacionalismo macedonio era otro de los frentes: podía desestabilizar la federación.
También los válacos se quejaban: siendo minoría reconocida por la federación yugoslava, estaban siendo asimilados y absorbidos por la dominante cultura y lengua macedonias en la región. Problemas, siempre hay, en un ámbito pleno de complejidad étnica, con escasa tradición democrática y con liutigios históricos irresueltos.
Con todo, aspectos positivos no faltaban. En primer lugar, se llamaban macedonios sin que a nadie le importara (Grecia) y hablaban macedonio sin que nadie se echara las manos a la cabeza (Bulgaria). Tampoco vivieron durante la Yugoslavia de Tito un conflicto étnico como el que enfrentó a albaneses y eslavos (2001) o una crisis política permanente.
En especial fue turbulento el período 2015-2017, que sumió al país en una parálisis provocada por las protestas masivas contra el muy corrupto gobierno del aludido Gruevski, cuya labor gubernamental se caracterizaba por una corrupción generalizada, espionaje ilegal a la oposición y abuso de poder. Hasta la UE tuvo que mediar en el asunto. Gruevski se exilió (exilio judicial pues lo querían juzgar, hay que ver) a la Hungría de Viktor Orbán, fan de Putin.
Amenaza con regresar y volver a presentarse a las elecciones. Empero, no finalizó la crisis entonces. En la actualidad se experimenta un cierto remanso de paz muy precario que amenaza con hacer saltar las costuras de la estabilidad política en cualquier momento: gobiernan los socialdemócratas del primer ministro Zoran Zaev, sostenido por los albaneses de la Unión Democrática por la Integración. No faltan fricciones que pueden volver a conducir al país al caos, además de la mencionada espada de Damocles de la vuelta de Gruevski en un contexto europeo y mundial de líderes mesiánicos que prometen salvarte de los que —siempre supuestamente— no te quieren.