Hasta el lunes venidero, en Simpson 7
A las seis y media de la tarde

Acabamos de escuchar una voz, la Casa y yo, que nos interpreta y que bien puede servir de colofón. Me refiero a Reinaldo Edmundo Marchant (1957), presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) en 2005, cuando escribió el texto que ahora nos habla1, y que me interpreta desde el cariño que profeso por nuestra Casa Escrita:

(...) He vivido desde adentro los últimos dos años la realidad de la SECH. Para entenderla, no basta ver sus murallas y falta de luz, y quedarse con esa fácil impresión. Es cierto que la casa no tiene la actividad y la presencia de notables vates y literatos de hace décadas atrás, y lo es porque la realidad cultural no es la misma, tampoco es el país, y, además, los escritores que han surgido por estos años desgraciadamente no tienen ese espíritu de agrupación gremial, de trabajo en conjunto. Uno advierte una peligrosa individualidad, que a veces raya en el olvido de la historia y de los grandes escritores.

No quiero con lo anterior justificar el estancamiento y presencia más visual de la SECH en los diversos círculos culturales: esto es verdad y precisa una modificación. Mas no una modificación de vida o muerte, sino la que los propios poetas y literatos, de renombres e incipientes, deseen darle: muchas actividades excelentes realizadas el 2004 estuvieron encaminadas a ese objetivo. Lamentablemente no contaron con la difusión o el conocimiento masivo.

Del mismo modo, y lo he conversado donde corresponde, me parece que un lugar institucional con la historia de la SECH, debe contar con directores de reconocida labor literaria: los mejores tiempos de esta casa fueron precisamente cuando hubo una representatividad que, con su sola presencia, convocaba a nuevos talentos, al público y al reconocimiento de las autoridades. Quizás, y sólo quizás, este debe ser el trabajo que podría contribuir a reinstalar la Casa del Escritor en el corazón de la sociedad.

Para nadie es un misterio que, uno de los últimos mejores momentos de la SECH se dio cuando estaban Ramón Díaz Eterovic, Poli Délano, Diego Muñoz, Fernando Jerez, y tantos otros escritores. Pues bien, a ese tipo de intelectuales habría que apuntar, sin menoscabar a otra gente que con más bajo perfil han entregado un excelente aporte.

Con todo, soy de la idea que la SECH sigue siendo un lugar mágico y maravilloso. Sobre todo, para escritores que empiezan y buscan un sitio que los acerque a sus hermanos mayores, para leer sus creaciones y entender un poco más este oficio que no tiene paz ni siquiera en una organización gremial.

El 14 de abril de 2023 se marchó Renato Cárdenas Álvarez, maestro, poeta, antropólogo, investigador acucioso de Chiloé, ese país nuestro hecho isla y archipiélago sin fin que parece desmembrarse del continente, al sur de Puerto Montt, para crear una geografía original, aún indescifrable, con su Isla Grande y sus treinta y ocho menores. A fines de 2022 -noviembre y diciembre- se nos fueron el ensayista, narrador e investigador literario, Hernán Ortega Parada, y luego, Gonzalo Contreras Loyola, poeta, editor, gestor cultural, púgil de causas literarias y amorosas, amigo y enemigo por partes iguales, de algunos, de muchos, de majaderos y afables, según viniera la mano de la baraja existencial... Sentimos esas muertes, como si fuesen propias, aunque aún no sabemos el destino de nuestra derrota, marcado ya en la carta náutica del Gran Marino.

Poco después de la partida de Hernán y Gonzalo, nos enteramos de la dolencia terminal, con fecha de vencimiento, de Erick Polhammer. Era demasiado, pero este adjetivo no está en el lenguaje ávido de la Parca, ni menos en su imprevisible calendario, así es que echamos las barbas en remojo y esperamos con paciencia el paso de la carroza que lleva grabado el nombre que no queremos leer, aunque ya ha sido pronunciado por el tucuquere, y no habrá vuelta atrás.

Hay quienes concuerdan con el espíritu de la Casa Escrita, sosteniendo, como ella misma parece afirmarlo, que los habitantes que la pueblan pueden ser tanto vivos como muertos; nunca sabremos distinguir con certeza entre unos y otros, pues la línea demarcatoria entre ambas condiciones no está por completo establecida. Así, podremos toparnos con vivos etéreos y con fantasmas de carne y hueso.

Erick nos regaló un poema póstumo, despedida y epitafio, a la vez, donde reafirma su gran sentido del humor:

No vaya a mi funeral con cara de funeral
Vaya a mi funeral como se va a una fiesta
Vaya a mi funeral junto a una gran orquesta
Vaya a mi funeral como se va a un carnaval

Lleve a mi funeral sillas de playa
Vaya a mi funeral a tomar el sol
No olvide que vino al mundo de vacaciones
No me diga amigo mío que ya se olvidó

La vida no muere nunca, la vida no tiene fin
Vaya a leer poemas breves de Enrique Lihn
Siéntese en una tumba a contemplar las nubes
Las nubes que no contempla desde que se puso gil

Vaya a mi funeral a reírse de sus celos
Que son los frutos podridos de la posesión
Vaya a pensar en los universos paralelos
Vaya a pegarse un placentero viajecito astral

No vaya a mi funeral con cara de poto
Vaya a mi funeral con cara de pato
Vaya a mi funeral a fumarse a un pito
Con una puta simpática a conversar de amor

Cierro este libro, como si cerrara la puerta de La Casa Escrita, con la idea de volver a ella, como cada lunes, para animar la tertulia en su Refugio López Velarde, donde me aguarda Antonia, la Santa Patrona, los músicos Eduardo Yáñez y Sergio del Solar, el oboísta y poeta Osvaldo Molina, los amigos: Víctor Escobar, Juan Pablo del Río, Benedicto Cerdá, Luis Hachim, Gamalier Bravo, Ricardo San Martín, Raúl Muñoz, Guillermo y Fernando Martínez Wilson, Jorge Calvo, Víctor Hugo Díaz, Ruperto Poeta, César Retamal, David Moreno, Reynaldo Lacámara, Ricardo Villamán; las amigas: Magdalena, Sylvia Leser, Ximena Pedraza, Mirka Arriagada, Sandriuska Poeta, María Nela Acuña, América Comparini, Marianela Puebla, Marión Canales, Guadalupe del Sur.

No están todos los nombres y me excuso por ello, pues no existe en mí la voluntad cenicienta del olvido, sino la luz prometeica de la memoria, que suele escoger, entre las gavillas de palabras, el trigo más sonoro.

Amigas, amigos, hasta el lunes venidero.

Notas

1 Acceso al texto completo de Reinaldo Edmundo Marchant, "La Casa del Escritor".