La sociedad actual se mueve en parámetros de consumo. Esto quiere decir que si un producto no produce beneficio monetario no sirve. Junto al consumo está la idea de lo descartable, en lo cual aquello que no sirve es eliminado. Con esto se ha implantado en las personas que el objetivo principal de vivir es alcanzar una tranquilidad rápida, es decir, si algo me molesta, lo desecho; si algo no me gusta, me aparto; si algo me hace sentir mejor, lo compro. Nos encontramos en una sociedad de mercado.

Pero, ¿qué sucede con todo aquello que no nos hace sentir tranquilos? Es fácil, lo eliminamos, lo separamos o lo aborrecemos. Con esta perspectiva, entonces hay actividades en las que no se merece usar el tiempo, una de estas es la filosofía. Y es que la filosofía lo pone a uno intranquilo, lo altera, lo saca a uno de su zona de confort, esto, para la sociedad en la que vivimos no sirve para los principales objetivos del mercado: la venta. Pero esta perspectiva no solo incomoda, sino que también molesta.

Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado, ni a la Iglesia, que tiene otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido.

(Deleuze, 2014)

La filosofía sirve para incomodar, para estar intranquilo, para escapar de lo monótono, pero principalmente para darnos cuenta qué nos incomoda. En una sociedad donde todo quiere responder a compra y venta, la filosofía debe aplicarse para preguntar ¿Por qué tiene que ser así y no de otra forma?

En los últimos años se tiene, en varios lugares del mundo, un deseo persistente de expulsar a la filosofía de los centros de estudios. Esto, causa de la idea común que la filosofía, a comparación de otras actividades mercantiles, tecnológicas y políticas, no aporta nada a la sociedad. Para este tipo de pensamiento, el filósofo es aquel que gasta su tiempo en vano, divagando en un mundo que no es el suyo, y persiguiendo sueños que, simplemente, no funcionarían en la sociedad. Este impulso social el cual no persigue sueños, vive automáticamente y no se detiene a reflexionar más allá de sus parámetros y no está tan lejos de ser igual a una máquina la cual es manipulable y programable.

La sociedad ya no solo es líquida como decía Bauman sino también, gaseosa; no solo ha perdido su forma si no también su volumen. Las sociedades actuales, así como la naturaleza gaseosa, tiene a las personas tan esparcidas que la relación entre ellas es casi nula. Se encuentran en un mismo sistema, responden a ciertas condiciones de igual manera, pero el espacio que hay entre ellas es tan distante que no interactúan. Las personas de la actualidad son parecidas a las moléculas de un sistema gaseoso, pero su separación no es por la excitación causada por el calor, sino que, esta excitación y desorden de la población se debe al desinterés de las personas hacia su mundo, en el cual, si algo no me interesa es mejor separarme.

Pero esto no es visible, incluso nos sentimos cada vez más cerca que nunca con las redes sociales, pero esto, es una ilusión. Esto se debe a que llega un momento en que las redes sociales ya no unen sino separan, pero te separan de los que piensan diferente. La razón es obvia, en la sociedad actual lo diferente nos molesta y nos pone intranquilos, a lo diferente hay que bloquearlo, a lo diferente hay que eliminarlo.

Actualmente,

Viajamos por todas partes sin tener ninguna experiencia. Uno se entera de todo sin adquirir ningún conocimiento. Se ansían vivencias y estímulos con los que, sin embargo, uno se queda siempre igual a sí mismo. Uno acumula amigos y seguidores sin experimentar jamás el encuentro con alguien distinto. Los medios sociales representan un grado nulo de lo social.

(Han, 2017)

De esta manera, con las nuevas tecnologías sociales pareciera que, como un gas, abarcamos más, pero interactuamos menos.

Pero esto no es lo único preocupante, no solo deseamos alejarnos de los que son diferentes a nosotros, sino que también deseamos eliminar lo que nos hace diferentes. En una sociedad de consumo examinar lo diferente quita tiempo. El parámetro usado para juzgar si una persona sirve o no para un sistema es extremadamente básico: debe producir y debe ser producto. “En la sociedad expuesta, cada persona es su propio objeto de publicidad” (Han, La sociedad de la transparencia, 2013) donde el mismo hombre si no es vendible, no es necesario. En este mismo entorno el amor se vuelve marketing y la amistad, negocio.

De esta manera el extraño que hay que eliminar no solo es el otro, sino que es uno mismo.

El intruso no es más que yo mismo y el hombre mismo. No otro que el mismo que no termina de alterarse, a la vez agudizado y agotado, desnudado y sobreequipado, intruso en el mundo tanto como en sí mismo, inquietante oleada de lo ajeno, conatus de una infinidad excreciente.

(Nancy, 2006)

Y si no queremos ser extraños debemos eliminar lo que nos caracteriza y cambiarlo por lo que nos propone un sistema y si esto nos disgusta, el disgusto también hay que eliminarlo porque es diferente. En síntesis, hay que borrar todo lo que no sirva para el mercado, pues nadie quiere comprar disgustos.

En este tipo de sociedad el futuro se predice rápidamente y es que, si uno sirve y vende, se vuelve un experto para el sistema, experto en lo que domina. Sin embargo,

Los expertos son, por definición, los sirvientes de aquellos que están en el poder: en realidad no piensan, solo aplican sus conocimientos a los problemas definidos por los poderosos.

(Zizek, 2009)

Esto es debido a que el sistema actual te prepara para producir y no para reflexionar. Su pensamiento se basa en que si el hombre reflexiona demora la producción y si la producción se retrasa el mundo actual no avanza.

Así como estas, son muchas más cosas las cuales, si intentáramos analizar, no podríamos abarcarlo con este pequeño escrito; así que, tenemos que regresar al centro del ensayo. ¿Por qué molesta que se piense que la filosofía no sirva para nada? Lo que incomoda es que la sociedad te obligue a pensar de una manera, en este caso, para estar cómodos, que la filosofía no sirve para nada. Y es que la verdad, la filosofía sí sirve para algo, sirve para denunciar todas estas cosas que mencionamos anteriormente e incluso muchas más. La filosofía sirve para que nos pronunciemos ante todo aquello que nos incomode. La filosofía, incluso, está detrás, junto y después de todos los avances científicos, tecnológicos y sociales como una base invisible. Con la filosofía podemos observar y reflexionar cuáles son todas las perspectivas que nos incomodan y así poder cambiarlas y mejorarlas. Sin embargo, por muy importante que sea la filosofía para el avance humano y por mucho que se persiga construir un mundo perfecto:

En nuestro mundo, la perfección no puede imponerse por ley, no es posible imponer la virtud y tampoco se puede convencer al mundo de que se adopte una conducta virtuosa. No podemos hacer que el mundo sea amable y considerado con los seres humanos que lo habitan, ni que se adecue a los sueños de dignidad que anhelamos. Pero hay que intentarlo.

(Bauman, 2005)

Pero verdaderamente hay que intentarlo. ¿Y cómo lo intentamos? Persiguiendo nuestros sueños, luchando por un mundo mejor cada día, preservando la vida, el conocimiento y protegiendo lo que nos hace humanos: la filosofía.

Bibliografía

Bauman, Z. (2005). Amor líquido. Argentina: Fondo de cultura económica.
Chan, B. (2017). La expulsión de lo distinto. Barcelona: Herder.
Chan, B. (2013). La sociedad de la transparencia. España: Herder.
Deleuze. G. (2014). ¿Para qué sirve la filosofía? Recuperado del siguiente sitio.
Nancy, J. (2006). El intruso. Buenos Aires: Amorrortu.
Žižek, S. (2009). Sobre la violencia. Buenos Aires: Paidos.