Corren paralelamente,
corren fugitivamente,
corren juntos, divididos
como los rieles del tren(Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein, conocida como Pita Amor, poeta mexicana)
Mientras dejaba atrás mi primera parada, experimentaba cómo mi respiración se volvía cada vez más constante y regular, sin esfuerzo aparente. Al ritmo de una armonía métrica inalterable se fue independizando de mí, hasta soltarme. Todavía sentía el cansancio de mi travesía por el páramo floral, por lo que no opuse ninguna resistencia.
El trayecto hacia mi nuevo destino sucedía más lento de lo esperado o era más largo de lo previsto. Mi asiento me ofrecía un confort tan mullido que me envolvía en una quietud trémula. Al mantener mi cuerpo inmóvil, comencé a sentir desde mis pies la vibración que trasmitía la fricción de las ruedas y los rieles. Era evidente que, el adecuado y continuo contacto entre la rueda y el riel, estaba diseñado meticulosamente para minimizar cualquier desliz y asegurar la tracción necesaria para nuestro desplazamiento seguro a lo largo del trayecto.
¡Desplazamiento! El desplazamiento en su magnitud y dirección. A menudo nos olvidamos que la distancia recorrida puede ser mayor que la magnitud del desplazamiento. ¡Claro! el desplazamiento no es simplemente una medida de distancia; es la esencia misma del cambio y la transformación. Esa medida de la distancia entre el origen y el destino.
¡Destino! ¡Mi destino! ¿Cómo sería mi próximo Páramo?
Alcé la mirada y comencé a mirar lo que transcurría a través de la ventana. El paisaje se desplegaba como una serie de diapositivas proyectadas a un ritmo constante y acompasado con el sonido monótono de los rieles. Parecía un perfecto mecanismo óptico. Cada cuadro capturaba un fragmento efímero de la tierra que se deslizaba, ofreciendo una instantánea fugaz que pronto se desvanecía en el borde. Una imagen daba paso a otra. Una la narrativa visual casi hipnótica.
En la mente de mi cuerpo inmóvil, los mecanismos físicos a mi alrededor cobraban vida. Percibía nítidamente como los engranajes de las puertas se sincronizaban con un chasquido preciso cada vez que se abrían y cerraban. Las ventanas, con sus marcos metálicos me mostraban un ajuste perfecto, y nuevamente advertía la sucesión del paisaje entrecortado.
Cada vez que el tren tomaba una curva, podía imaginaba la fuerza centrífuga que nos empujaba suavemente hacia los costados, contrarrestada por la tensión exacta de los rieles que mantenía nuestro camino recto y estable. Un universo mecánico que exhibía todas sus de fuerzas y contrapesos en perfecta armonía.
Incluso los sonidos del tren, desde el zumbido constante de los motores hasta el chasquido ocasional de los frenos, contribuían a esta experiencia sensorial. Cada pequeño detalle, cada movimiento y cada sonido parecían una pieza clave en un vasto rompecabezas físico, donde cada componente tenía un papel crucial en el funcionamiento del todo. Estas fórmulas narraban ante mis sentidos la epopeya del movimiento.
¿Cuáles serían, ahora, nuestras coordenadas en el espacio? ¿Qué líneas geométricas estará trazando nuestra trayectoria en el camino? ¿Serán únicamente las preestablecidas por los rieles, o habrá otras dimensiones que se trazan con nuestro andar?
Vectores, magnitud, velocidad, sentido, fuerza, componentes, destino. ¡Destino! ¿Cuándo llegaría al próximo desierto? Fue ahí que caí en cuenta que mi atención había sido desviada. Comencé a experimentar una cierta inquietud, mis músculos se tensaron levemente como preparándose para una acción que mi mente no había autorizado. Mi respiración, comenzó a intensificarse ¿Cuánto tiempo llevaba viajando?
Mientras mi ansiedad crecía, la velocidad aparente de los objetos exteriores disminuía. Los objetos cercanos que antes se desplazaban rápidamente hacia atrás se movían más lentamente. Podía percibir claramente la reducción en el efecto de la paralaje visual, además de experimentar una ligera inclinación corporal hacia adelante. La desaceleración fue tal, que alcanzó un estado de detención. Comenzó a resonar una voz que con serena claridad y precisión anunciaba: “Hemos arribado al final de este Destino”. “Final del recorrido de esta segunda parada”. Final… Destino… Hemos arribado al final…
Y siguió como un eco en mi cabeza confundida mientras trataba de desmarañar lo que con mi intuición ya había comprendido.
“Final de la segunda parada”… “Arribamos”. “Final de este destino”… “Final de recorrido”… Así en retrospectiva supe que mi Desierto había estado ahí todo el tiempo. ¡Páramo sobre rieles! Fue ese instante en el que la desaceleración, la detención no solo fue física, sino también eco y reflexión sobre el camino recorrido y los caminos aún por explorar.
(Segunda parada de la Serie Desiertos. Crónicas nómades)